El poder de la ficción televisiva para escapar de nosotros
Las plataformas televisivas idean series con guiones que persiguen todos un objetivo: liberarnos de nuestras existencias y ofrecernos retos personales
2 enero, 2023 20:00No hay edad para esa alarma que nos estremece cuando vemos a una actriz famosa caminando por la calle. Puede ocurrir en la infancia, del mismo modo que ocurre en un adulto de más de cincuenta años. Los ojos se expanden, el gesto cambia, la sorpresa es algo que inmediatamente se instala. Por supuesto que un adulto tiene otras herramientas para ocultarlo, por ejemplo, quedarse en silencio, lo contrario a lo que haría una criatura que arrancaría a los gritos señalando con el dedo repitiendo eso de: ¡mirá quién está! ¡mirá quién es! Pasan los años y los rostros de la fama siguen siendo algo sagrado. A casi nadie le desinteresa tener cerca a una persona que ha trabajado durante años en una serie de televisión en el primetime televisivo o a alguien que ha ganado un concurso de canto o un reality show de audiencia masiva. Eso que ocurre tiene algo de ciencia ficción, de instante anómalo: el personaje que vimos tantas veces entre tandas televisivas, cruza la calle del mismo modo que nosotros, lleva lentes de sol, acata o desacredita lo que oye. ¿Por qué nos estremecen tanto los famosos cuando los quitamos de los televisores o de las pantallas de los celulares? Aunque no los admiremos de una manera profunda o genuina ¿por qué nos valen una anécdota repleta de detalles?
La ficción audiovisual tiene poderes, muchos poderes. Todas las ficciones lo tienen, pero la imagen y el sonido tienen un efecto de inmediatez diferente. No es mi intención enumerar los poderes, pero podría empezar a hablar del efecto en el humor cotidiano de las personas, en su día laboral, por ejemplo. Una persona de mediana edad que ha estado el día entero en una oficina, cumpliendo sus estrictas ocho horas, bebiendo té ó café para mantener los ojos abiertos, todo lo que desea probablemente sea llegar a su casa ni bien el tránsito urbano lo permita. Una vez que todos esos autobuses de línea o esos autos particulares permitan que esa persona llegue a su domicilio, el mundo estará a salvo.
Entonces la persona deseará abandonar su cerebro por unas horas, dejarlo en un estado gravitacional al que nadie o casi nadie tenga acceso. Lo único que podrá hacer es sucumbir a las redes de la ficción que la televisión abierta o las plataformas digitales le ofrezcan. Deberá elegir entre esa expedición a las estrellas comandada por una mujer demasiado seria, o en esa historia de una familia poco convencional que alienta la carcajada, o incluso en ese relato de asesinos seriales que han quedado invictos. Ni hablar de las series con derroche de número de temporadas o capítulos, esas en las que lo más importante es seguirle los pasos a la protagonista para que todo en su vida salga bien, porque la ficción audiovisual también permite eso: olvidar el hilo de la propia existencia y dedicar toda la devoción a que ese personaje, que no existe, salve la suya. Entonces ahí está: la persona ha llegado desarmada de un día lleno de papeles, formularios, conflictos financieros, y todo su humor estará entregado a los vericuetos de esa protagonista.
Conflictos iguales, acentos distintos
Y llega el milagro: los guionistas han decidido ser amables con ella, y en ese capítulo todo sale como se esperaba. La protagonista logra tener esa conversación que tanto anhelaba, logra comprar la casa de sus sueños y también logra que ese hombre que tanto la rechazaba, finalmente vea algo refulgente en ella. El televidente se quedará sentado enfrente de la computadora una vez que la ficción deje caer los créditos con esa canción que tanto le gusta. Dejará caer una o dos lágrimas de alegría y dirá para adentro: ¡al fin! El humor del televidente habrá cambiado, entonces, estará limpio como eso que le pasa a los pulmones cuando están en paisajes de montaña. Verá las cosas a su alrededor de otra manera, tendrá la serotonina elevada, se entregará a limpiar la cocina después de la cena con un deseo novedoso, bailará un poco, pensará en todas las cosas que podría hacer ese fin de semana.
Tal vez visitar a su familia en las afueras, o tal vez ir a comprar finalmente ese sillón de tres cuerpos que tanto anhelaba. Se acostará en la cama temprano, con el cuerpo limpio y con la cabeza distendida. Volverá a pensar en la protagonista de la serie, en la suerte, sobre todo en eso. Si los guionistas decidieron que ese desenlace era el correcto, ¿entonces por qué debería desconfiar de sí? Cerrará los ojos y pedirá deseos. La ficción es una compañía justamente porque la persona ha logrado desquitarse de sí, y ahora es devota de la historia de otro, alguien que no existe, un invento, un encadenado de ideas de otros.
Netflix, Amazon Prime, Star Plus, Hulu, Telefé, Canal 13, Telecinco, Paramount Channel, Antena3, Telemundo, Televisa: ahí están. Bien podrían ser pistas de aterrizaje para el día de semana de una persona común con horarios apretados. Las ficciones que se debaten ahí se contagian entre sí y crecen como un reino fungi. La televisión española, la televisión argentina, tan distinta y tan idéntica. Los conflictos son los mismos con un acento diferente. La persona que ha cerrado los ojos para dormirse hasta el día siguiente en que deberá tomar otro bus para llegar a su oficina en donde beberá otros siete cafés, soñará algunas cosas, por ejemplo. Su inconsciente también estará comprometido con las tramas de los guionistas de nuestros canales de TV. Soñará que caminará por una calle demasiado transitada, la Avenida Santa Fé o el Passeig de Gràcia, y se cruzará con la protagonista de su serie favorita, o mejor dicho con la actriz de su serie favorita. Con ese rostro familiar y ajeno, hermoso pero distante, lejano e íntimo a la vez. Se la cruzará por la calle, llena de bocinas y smog, y mientras intente ocultar la sorpresa, porque nada más intimidante que un adulto dando rienda suelta a su fanatismo, le gritará:
que por favor no desaparezca nunca,
que por favor no deje de hacerlo feliz.