Letra Clásica
Te detesto pero te necesito
Si no existiera esa tensión de egos que acaba destruyendo equipos altamente creativos, caso de Lennon y McCartney en los Beatles, tampoco tendríamos los logros que su competencia propició
2 agosto, 2020 00:00Dice Paul McCartney que a veces sueña que los Beatles se vuelven a reunir. Esto nos conmueve. Nos imaginamos a Paul despertando una mañana en su cama, en su espacioso dormitorio; el sol entra a raudales por la ventana, al otro lado de la cual se debe de extender la verde campiña de su propiedad inglesa, digna de Retorno a Brideshead. Siente un poco de pena, y le dice a su mujer: “Ay, acabo de soñar... he soñado que los Beatles nos reuníamos…”
Vi un documental meses atrás por la tele. Un periodista de la BBC recorría con McCartney en un descapotable los antros y jardines de Liverpool. Aparcaban frente a la casa donde McCartney creció, la casa familiar; piden permiso a los nuevos propietarios para visitarla, y Paul le enseña al periodista su dormitorio de niño, donde recibía al joven Lennon: su habitación, donde tenía, “como casi todas las casas entonces”, el piano. En aquella habitación empezó su épica historia pop. Naturalmente, cuando salieron de la casa, la noticia de su presencia había circulado por toda la ciudad y a la puerta les esperaba una multitud. ¿Para qué?... ¿para verle?
Los Beatles estuvieron juntos unos cuantos años antes del triunfo, y luego unos cuantos años más en la cresta de una ola altísima, y por fin colapsaron entre amargos reproches. A partir de entonces cada uno de ellos por su cuenta hizo cosas muy interesantes, pero ya nada fue tan significativo, tan abrumador.
Ahora trato de recordar otros casos de equipos o de parejas que alcanzaron grandes logros artísticos aunque, como pasó con Paul y John, llegó un momento en que sus miembros ya no se soportaban; la compañía impuesta devino una tortura; se impuso la ruptura… y ya nada volvió a ser lo mismo.
Por ejemplo Dean Martin y Jerry Lewis, los cómicos más exitosos y novedosos de la posguerra americana. Ni siquiera escribían un guión. Improvisaban y el público gozaba como nunca. Atom Egoyan rodó una película vagamente inspirada en su relación, Where the truth lies; y el mismo Jerry Lewis escribió una memoria encantadora, Dean and Me: a Love Story, donde resume su relación con Dino así: “Diez años maravillosos, con la excepción de los últimos diez meses, que fueron horribles: diez meses de dolor, rabia, incertidumbre y pena”. Qué lástima. A esos diez años de triunfo fabuloso y diez meses de dolor siguieron veinte años, veinte, en los que no se hablaron.
(Como este libro, según creo, no está editado en español, a lo mejor lo comento aquí uno de estos domingos).
Por ejemplo, Werner Herzog y Klaus Kinski. ¿No es encantadora la seriedad con la que Herzog, que es poco menos que un genio --pero no un genio de la facilidad, sino un genio laborioso--, trata de describir “la increíble estupidez” de Kinski, en el documental que rodó sobre su relación de dependencia mutua, Mi enemigo íntimo? Para Herzog, Kinski era la garantía de que su película (Aguirre, Fitzcarraldo, etcétera) tendría un impacto visual de pura locura, y para el actor, Herzog era su oportunidad de redimir sus pecados mortales y su histriónica carrera y de hacer algo decente en esta vida.
Por ejemplo, los hermanos Ray y Dave Davies, el corazón de The Kinks; ya desde niños se llevaban fatal, y de adultos hasta se pegaban en el escenario. Esa inquina estúpida acabó con el grupo que hubiera podido ser la “tercera vía” entre Beatles y Rolling Stones. Lo último que recuerdo de los Davies es que Ray, el líder del grupo, el compositor, explicaba recientemente que “estoy en una fase de volver a hablarme con mi hermano”.
(Por cierto, que de aquellas peleas épicas de los Davies son pálida mímesis las de los hermanos Gallagher, de Oasis, un grupo que destaca precisamente por la mutua inquina de Noel y Liam. Después de mil trifulcas públicas, éste decía hace relativamente poco tiempo --y yo llamo “poco tiempo” a esa tierra de nadie que se extiende entre lo que pasó hace diez años y lo que pasó ayer--: “Antes yo pensaba que, pese a todo, Noel, en el fondo, me quiere. Pero empiezo a creer que de verdad no le gusto nada”. Enternecedor, ¿no?)
Estos y otros casos parecidos reflejan el hecho misterioso de los talentos que se necesitan mutuamente para brillar y dar lo mejor de si mismos, pero se detestan. Alex de la Iglesia dedicó a este tema una película, Muertos de risa, que en su día no fue muy apreciada (a mí me encantó). Los protagonistas eran dos payasos de las bofetadas, el Gran Wyoming y Santiago Segura.
Y ya que estamos en España, y al mismo nivel de todos esos talentos de nivel internacional que acabamos de mencionar, al mismo nivel, sí, pues el humor y la comicidad son una de las bellas artes, y quizá la mayor de todas… mencionaremos el documental de TVE sobre la liquidación de Martes y Trece. Juntos, a Josema y Millán les tocó la Gracia; luego, por separado, siguieron haciendo sus cosas, muy dignamente, pero no es lo mismo.
Viendo ese documental que, si lo piensas demasiado, resulta desgarrador, se entiende entre líneas que Millán era un perdis y Josema un tipo responsable, y al final sus diferencias a la hora de entender la vida afectaron a su trabajo y se hicieron insalvables. Y que décadas después, sin quererlo reconocer, lo lamentaban.
Pienso que si no hubiera esa tensión de egos que acaba destruyendo los equipos altamente creativos no habría tampoco los logros que su competencia propició. La presión de uno estimula la creación del otro, y viceversa. Se confirma, una vez más, que la creatividad necesita restricción, obstrucciones. Y ya que empezamos hablando de McCartney y su dulce sueño de reunificación, acabaremos recordando que Lennon compuso Strawberry Fields Forever, picado… picado porque Paul había escrito Penny Lane.