Félix de Azúa: "Barcelona va camino de ser una aldea controlada por una mafia de extrema derecha"
El escritor, que reedita con Athenaica su libro ‘Venecia de Casanova’, reflexiona sobre la cultura de la subvención, la censura de lo correcto y la política catalana
29 marzo, 2021 00:10Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es un señor cordial, un escritor entusiasta, un intelectual con esquema propio. Piensa rápido como la sangre y, en casi una hora de charla, es capaz de hilvanar ideas al galope mientras echa mano de una ironía inflamable y de cierta rabia aconsejable. Autor de libros como Diccionario de las artes, Autobiografía sin vida y Contra Jeremías, acaba de reeditar el ensayo Venecia de Casanova (Athenaica). En estos tiempos convulsos, él apuesta por la reflexión. Por la cultura. Por lo sublime. Por la recuperación de lo ejemplar. Por todo aquello que empuje a una regeneración cívica, política e institucional. Y desde esa latitud tan personal va repasando los asuntos inmediatos, el ruido de la calle, el pulso de la vida. Por ahí comenzamos.
–A finales de 2011 trasladó su residencia de Barcelona a Madrid convencido de que, si seguía en Cataluña, su hija se acabaría educando en el odio. Transcurridos casi diez años de aquella decisión, ¿ha cambiado algo la situación?
‒Ha cambiado a peor, sin duda. Los gobiernos de Madrid no entienden que el problema de los nacionalistas es que, si les das diez, te van a coger cien y que la única manera de controlarlos es dejarlos sin dinero. Pero sucede lo contrario: cada vez les dan más dinero y más poder y, en consecuencia, el problema es cada vez mayor cuando, en realidad, se trata de una mafia de muy poca gente ‒son pocos, la verdad‒ que tiene la suerte de que el resto de la población es completamente sumisa y no reacciona. Hay focos de resistencia, sí, pero todavía escasos.
‒¿Queda algo en Barcelona de aquella capital cultural de los sesenta y setenta?
‒Lo bueno de envejecer es que, al final, te enteras de tres o cuatro cosas… [risas] Miras hacia atrás y descubres, por ejemplo, que el Madrid de Franco, que conocí bien porque estudié allí un par de carreras ‒Periodismo y Ciencias Políticas‒ era un poblacho. Un lugar encantador con gente buena; tuve muchos amigos y lo pasé muy bien. En cambio, Barcelona era la capital cultural de España y, si alguien buscaba algo relacionado con ciencia, cultura o humanidades, estaba allí. Ahora sucede lo contrario: Madrid se ha convertido en una capital cultural europea, no sólo española, y Barcelona va camino de ser una aldea controlada por una mafia de extrema derecha. No sé por qué la gente no se da cuenta de que los nacionalistas catalanes son de extrema derecha; es gente muy rica, están siempre protegidos por la burguesía y, como ahora se les va de las manos, la patronal empieza a reaccionar. Un poco tarde, ¿no?
‒ No sé si hay algo de cansancio en sus palabras cuando habla de Cataluña…
‒ Sigo las informaciones sobre Barcelona, no sobre Cataluña. Fíjese que Cataluña es un invento de Pujol. Por ese asunto de la proporcionalidad grotesca, un voto en Hostalets de Pierola vale ochenta votos de Barcelona y, por tanto, parece que el campo catalán tiene una importancia enorme, pero es inexistente. Lo que existe es Barcelona y es lo que quieren acabar conquistando, pero no van a poder. Como le decía: sigo las informaciones de Barcelona porque tengo amigos allí y, claro, están desesperados. Considero que eso que llaman Cataluña es algo del pasado y, además, cada vez más del pasado.
‒¿Tiene solución Cataluña?
‒No tiene solución. La única sería que se diera un gobierno de mayoría absoluta de Ciudadanos [esboza una sonrisa]. Pero, a día de hoy, es una opción imposible y, por tanto, creo, no hay salida.
‒La sucesión de elecciones en Cataluña deja, a grandes trazos, una imagen fija. Los votos en los comicios catalanes han resuelto, hasta la fecha, poco o nada…
Por supuesto. La situación no está en manos de los partidos. Fue el PP de Aznar quien les dio a los nacionalistas catalanes una millonada y aceptó quitarse de en medio a [Alejo] Vidal-Quadras. Hacían lo que les decía Pujol. Es verdad que, ahora, con los socialistas la entrega es absoluta. El PSOE se ha bajado los pantalones.
‒¿Cree que fue una oportunidad perdida que Inés Arrimadas no hiciera uso de la victoria electoral de Ciudadanos en 2017?
‒Exactamente. Se cometen errores en momentos terribles y echar la culpa no sirve para nada. En la época de Hitler, por ejemplo, los primeros ministros británicos se lo concedieron todo. Era lo que se llamaba la política de apaciguamiento, que es lo que están haciendo ahora los socialistas con los nacionalistas catalanes. Aquello sólo sirvió para que Alemania lograse más poder y desatara la II Guerra Mundial. Esto es lo mismo: no hay ninguna solución con los partidos tradicionales, ni PSOE ni PP. Ciudadanos era la solución pero se equivocaron totalmente. Ahora no sé si hay remedio pero, sinceramente, no veo otra salida.
‒¿De ahí que saliera públicamente a apoyar al candidato de Ciudadanos, Carlos Carrizosa, en las elecciones catalanas del 14F?
‒Sí. Lo hice no por las personalidades de Cs; no me interesan. Es un partido que no atiende a ser de derechas o de izquierdas, ni a ser cristiano o judío… Es un partido que sólo debiera diferenciar entre idiotas y sensatos. Nada más. Lo que me interesa es que apuesta por la sensatez y sólo tiene como enemigo la majadería, la estupidez…
‒Hoy, precisamente, [la entrevista tuvo lugar en la tarde del 10 de marzo], Ciudadanos ha volteado el tablero político en España con la presentación de una moción de censura contra el PP en Murcia y, en consecuencia, Díaz Ayuso ha convocado elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid…
‒Muy interesante… A ver, a ver… La política que, creo, está aplicando Arrimadas es darle a entender al PSOE que si prescinde de todos los fachas va a tener su ayuda. Pero, claro, prescindir de los fascistas catalanes y de los fascistas vascos es muy difícil.
‒La política española es una prolongación de la Guerra Civil y viven así “en guerra civil” permanente, confiesa en Tercer acto (2020), la última de las entregas de su falsa autobiografía.
‒Hay una enorme cantidad de gente que se gana la vida explotando la Guerra Civil. Les importa un bledo la Guerra Civil, pero sacan ventaja de los fusilados, los asesinados, los intelectuales de la República y los intelectuales nacionalistas… Todo eso pasó hace cien años. El nuestro es el país más conservador del mundo. Sigue viviendo una cosa que pasó hace cien años y, encima, creen que eso es progresista. Es para morirse de risa…
‒Quedan heridas abiertas: familiares que buscan a los desaparecidos, víctimas sepultadas indignamente en cunetas o en fosas comunes...
–No tiene nada que ver eso con sacarle rendimientos políticos. Es más: es repugnante que se pretenda obtener alguna ventaja política de las víctimas.
‒A su juicio, ¿qué es más peligroso: el populismo o el nacionalismo?
‒No hay un nacionalismo que no sea populista. El nacionalismo se dirige a las masas más ignorantes; las que son capaces de creerse todo simplemente por razones viscerales, sentimentales, temperamentales…
‒Insiste, de algún modo, en la cuestión de la educación.
‒Mire, a la hora de hablar de la educación en este país, hay algo que me parece evidente: todos los gobiernos han ido reduciendo el grado de sacrificio, disciplina y entusiasmo. Parece que te puedas educar jugando al billar, pero eso es una falacia espantosa y está llevando a los estudiantes a la desesperación porque los dejas sin herramientas de defensa. Educarse quiere decir sacrificio y disciplina, que tiene muy mala prensa. Sin embargo, se valora en los deportistas, que están todos los días sacando el hígado por la boca. Ahí sí se entiende que hay que aplicarse para llegar a algo, pero por qué no sucede lo mismo en la educación…
‒Savater nos dijo tiempo atrás: “Algo habremos hecho mal los docentes cuando hay tantos idiotas en España”.
‒[Risas] Añadiría a esas palabras que los políticos también nos han ayudado a hacer idiotas porque todas las reformas de los estudios en este país han sido cada vez peores. Ninguna ha mejorado nada. Hace poco dije en una columna que no hay ni una sola inversión de los nuevos ministros (Educación y Universidades) para mejorar la situación; lo único que hay son medidas ideológicas: qué hacemos con los transexuales, que si hay que estudiar en bable… Pero no hay ninguna inversión real para mejorar la educación. Al poco me escribió la ministra Celaá diciendo que se habían hecho muchas cosas. No le contesté porque sus palabras eran pura retórica funcionarial. Me decepcionó mucho.
‒¿Qué nos perdemos con la marginación de las Humanidades en los planes de estudio?
‒A los políticos no les interesa tener generaciones de chavales que piensen. Lo vieron con nosotros, que fuimos muy combativos porque tuvimos muy buena formación. Les interesan ciudadanos que sepan apretar un botón, poner un café o salir a las manifestaciones tocando tambores, bailando samba o quemando contenedores… Quieren militantes, no ciudadanos.
‒¿Lo dice por los disturbios ocasionados a raíz de la entrada en prisión del rapero Pablo Hásel?
‒Esos delincuentes no tienen nada que ver con la defensa de la libertad de expresión. Son mafias que se alimentan del caos; están movidos por los burgueses y los que queman contenedores son nietos de los que tienen negocios en el Paseo de Gracia. Sólo hay que ver como [Pere] Aragonés y [Pablo] Echenique les decían: ‘¡Bien, chavales, felicidades!’ y el anterior presidente de la Generalitat [Quim Torra], el ser más ridículo que ha pasado por Cataluña: ‘¡Apreteu, apreteu!’.
‒¿Ha cambiado algo en Podemos tras llegar al poder y gestionar varios ministerios?
‒Han vuelto a poner de manifiesto su hipocresía, su falsedad y su ridiculez. Decían de Pablo Iglesias que era “un enano intelectual” y es verdad. Todos eran profesores de la Complutense y todos conocemos muy bien ese profesorado. Son gente que ha creído que tenía pensamiento, pero son nulos. Carecen de formación intelectual.
‒¿Le preocupa Vox? A su juicio, ¿qué nos indica su ascenso?
‒Son votantes del PP que han acabado hasta las narices de las chorradas de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Continuarán en ascenso mientras ellos sigan dando las órdenes políticas a este país. Además, para vergüenza de Sánchez e Iglesias, siguen creciendo por el lado obrero. Son los pobres los que votan a Vox.
‒Vivimos marcados por la pandemia y sus terribles consecuencias sociales, económicas y, sobre todo, sanitarias. ¿Cree usted que saldremos mejores de este periodo, tal como nos han dicho?
‒¡Ni siquiera sabemos si saldremos…! Lo de saldremos mejor es otra chorrada de Pedro Sánchez, que se las dicta ese jefe de marketing de El Corte Inglés que tiene como asesor. ‘Di esta frase que va muy bien para vender alfombras”, imagino que le diría, pero nadie sabe aún si vamos a salir.
–El tsunami del coronavirus se ha cebado con los más débiles: los ancianos, principalmente...
‒Una vez más es la hipocresía sentimentaloide de este país aplaudiendo: ‘¡Ay, nuestros mayores…! Mire, yo soy viejo; no mayor. Ahora se han dado cuenta de que absolutamente a nadie le importaba nada porque, entre otras cosas, no había ni una sola inspección en los sitios donde malvivía esta pobre gente. Naturalmente, se han muerto por centenares. ¿Cómo es posible que no hubiera nadie inspeccionando estos lugares…? Pues, porque no les interesaban; son viejos, que se mueran.
‒La pandemia ha dinamitado el mundo cultural al impedir la asistencia a los teatros y los museos y, desde un punto de vista institucional, cerrar el turismo. ¿Cómo será la cultura tras el coronavirus?
‒Hay instituciones que aguantarán bien. Pienso en el Museo del Prado, por ejemplo. Otras lo pasarán mal, están hundidas, sin una ayuda pública fuerte. Pero no está mal que así sea. Me gusta ser políticamente incorrecto: este país ha vivido una cultura de la subvención absolutamente desproporcionada y que produce un efecto de espejismo. Es mentira que haya una enorme actividad cultural, lo que existido es una enorme actividad de subvenciones. Otro asunto que merece una reflexión es el turismo. Salta a la vista que ahora las ciudades están muchísimo mejor. Si nos dejaran, ahora es cuando hay que viajar a Venecia. En cuanto empiecen a llegar las masas nos volveremos a meter en casa o nos iremos al Kilimanjaro, pero no se puede soportar la presión del turismo… Pero, ¿cómo lo paras? Los occidentales, prácticamente, ya sólo sabemos servir café; no hay trabajo. Ya no sabemos hacer cosas. Hay tres países ‒Alemania, Japón y América del Norte– que todavía hacen cosas, pero el resto no tenemos nada que hacer. En España hacemos bares, tascas y hoteles; somos servidores.
–Su incorrección política le ha situado en varias ocasiones en el centro de las críticas de los lectores de El País. Si me permite, en los últimos tiempos, le ha dado mucho trabajo al Defensor del Lector…
–Es gente que tiene que hacer méritos. Tienen que atacar a aquellas personas que saben que sus jefes lo aplaudirán y, a lo mejor, les suben el sueldo. Son trepadores que saben que, para subir, tienen que poner el pie sobre la cabeza de alguien y, en ese aspecto, yo les vengo bien. Ponen el pie sobre mi cráneo. Lo políticamente correcto es una modalidad muy refinada de censura. Es exactamente igual que la censura previa en tiempos de Franco y funciona de la misma manera, sobre todo entre periodistas. Los que colaboramos en los periódicos somos el muñeco de los golpes. A mí no me importa; tengo ya una vida muy cumplida. Es más, me divierte y hay ataques que me hacen mucha gracia. Por mí, no sufráis…
–¿Qué valoración hace de su labor en la Real Academia?
–Sí, estoy muy feliz. Ha sido una sorpresa. No sabía que me lo iba a pasar tan bien y aprender tanto. Después, una cosa peculiar: llegué a Madrid cuando ya era muy mayor. Es muy raro que, a partir de los setenta años, hagas amigos, pero allí he conocido a treinta amigos, todos muy sabios y educados, a los que echo de menos ahora que tenemos las reuniones telemáticas. Los echo mucho de menos.
‒Hace tiempo que dio por cerrado el ciclo de ensayos sobre el mundo del arte y acaba de concluir su trilogía autobiográfica. ¿En qué anda trabajando?
–Estoy preparando con Andreu Jaume una reedición del viejo libro de Baudelaire [Baudelaire y el artista de la vida moderna], que salió en Anagrama hace veinte años. Lo he puesto al día, lo he corregido y he escrito un tercio más para sacarlo con motivo de su bicentenario. Y, luego, vendrá un volumen de ensayos sobre música para 2022… A mi edad, tengo todavía demasiado trabajo.