Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1831) /  JAKOB SCHLESINGER

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1831) / JAKOB SCHLESINGER

Filosofía

Hegel para legos

El filósofo Rodríguez Tous publica un breviario sobre la obra del pensador alemán en el que defiende, con ironía, la libertad crítica en estos tiempos de degradación política y fanatismo ‘woke’

4 julio, 2022 18:00

“Los problemas existenciales del yo contemporáneo no pueden ser resueltos leyendo a Hegel. Es más: su lectura no es recomendable en absoluto para espíritus desajustados. Acabarían empeorando. Hegel es el filósofo de la vida pública (el nosotros), no el de la vida privada, la de cada cual”. Es una de las conclusiones a las que llega Juan Antonio Rodríguez Tous en el breviario que sirve de epílogo a su espléndido ensayo Hegel para legos (Athenaica, 2022), una muestra más de la admirable labor que están llevando a cabo estos editores sevillanos.

Divulgar a Hegel hoy en día es casi un desacato. Tal vez ningún otro pensador canónico parezca tan alejado de las actuales preocupaciones políticas y sociales. Y, sin  embargo, esta breve y clarificadora introducción consigue exponer el pensamiento del filósofo alemán no como una simple pieza de museo sino como un organismo conceptual aún vivo y útil a la hora de enfrentarnos a nuestro propio tiempo.

Por mucho que uno quiera evitarlo, Hegel termina siendo una lectura obligatoria para quien intente entender con cierta ambición los fundamentos de nuestra cultura. El problema para los no especializados –los legos, justamente– es que la filosofía hegeliana está tan infiltrada en todo lo que ha venido después que muchas veces cuesta entender cuál es su esencia original. Hegel es también la suma de sus exégetas y de las corrientes filosóficas e ideológicas que ha generado, a derecha a izquierda, como reacción y como devoción, de Kierkegaard a Marx, de Lacan y Bataille hasta Benjamin y Zizek. En ese aspecto, Hegel puede vivirse como milagro o como catástrofe. Hay en él algo intimidante e incluso terrorífico.

Hegel / BÜRKNER

Hegel / BÜRKNER

Como dijo Ortega, Hegel pertenece a la estirpe de los titanes y todo en él es gigantesco. Su filosofía se nos aparece muchas veces como una interminable logomaquia, la última gran epopeya del pensamiento occidental, que luego se dedicaría a desmontar el gran edificio de la metafísica hasta dejarnos con el actual y balbuceante discurso biológico. Volver a Hegel es por tanto como visitar una civilización sumergida de la que de vez en cuando todavía asomaran explosiones, señales de que su hundimiento aún no ha concluido.

Personalmente, a lo largo de los años, me he visto obligado, por así decirlo, a asomarme a la Fenomenología del espíritu, primero de la mano de Jordi Llovet, que había estudiado la obra en Frankfurt con Alfred Schmidt, y luego con Félix de Azúa, para quien Hegel no ha dejado de ser un punto de partida para estructurar su propio estudio de las artes. No entendí cabalmente las Lecciones de estética hasta que asistí a un inolvidable seminario suyo sobre la materia en el Museo del Prado. Luego, gracias a Jordi Ibáñez, hegeliano en el exilio, descubrí a Alexandre Kojève, personaje fascinante donde los haya y vicario del filósofo en el siglo XX.

Juan Antonio Rodríguez Tous / FRABRICIO OLMEDO

Juan Antonio Rodríguez Tous / FRABRICIO OLMEDO

A todo ello habría que sumarle los portentosos trabajos de Felipe Martínez Marzoa sobre la constitución de lo civil en la modernidad. Y ahora el opúsculo de Rodríguez Tous  ha resultado muy útil para ordenar ideas desde fuera, por ejemplo con respecto al sostenido combate que Sánchez Ferlosio libró en sus ensayos contra la Historia Universal entendida como Teodicea. Una de las principales virtudes del libro es su tono, a la vez desenfadado y severo, ejemplar en su vocación didáctica. Su conocimiento exhaustivo de la materia no le impide ser a veces irónico e incluso mordaz. Y su sentido del humor es impagable, como cuando resume a Fichte:

“Cuando en 1799, Ludwig Tieck publica su traducción alemana del Quijote, versiona ‘hazaña’ como Tathandlung, palabra inventada por Fichte como alternativa a Tatsache. Este último término se traduce como ‘hecho’, pero si nos atenemos a su literalidad como palabra compuesta, un hecho es un ‘hecho-cosa’, Tat-Sache. Fichte la sustituye por Tat-Handlung, o sea, ‘hecho-acción’: las cosas no son cosas, sino una acción originaria, la del Yo contra el No-yo. Don Quijote hazañea como corresponde a un caballero andante…fichteano: acciones heroicas, transformadoras del No-yo. Abusando de la analogía, diríamos que el pobre Sancho Panza se mantiene cual kantiano en el límite del fenómeno: si el No-yo aparece como molino y no como gigante, es un molino, no lo que buenamente le parezca al Caballero de la Triste Figura. Y Don Quijote le replicaría: “Lee a Fichte, querido Sancho, lee a Fichte”.

Otro de los aciertos del libro estriba en su desafío al fundamentalismo filosófico. Hablando del mito espurio que persigue a Hegel como precursor del totalitarismo, dice al principio Rodríguez Tous: “Aún hoy, en no pocos círculos académicos filosóficos más bien anglosajones, más bien petulantes y más bien estúpidos, hegeliano es un insulto”. Una de las perplejidades que produce la filosofía para quienes la leemos desde otros ámbitos tiene que ver con la absurda y contraproducente compartimentación de las diversas escuelas, como si fueran partidos políticos.

El filósofo alemán Martin Heidegger, en su estudio de trabajo.

El filósofo alemán Martin Heidegger, en su estudio de trabajo.

En Inglaterra, la filosofía continental es algo así como un lenguaje extraterrestre. Los epígonos de Wittgenstein aún no le han perdonado al maestro que en una ocasión admitiera que entendía a Heidegger. La situación recuerda a aquello que decía Nietzsche de que en su época los helenistas ya no tenían nada que ver con Grecia. Y hoy en día muchas veces parece que la filosofía ya no tiene nada que ver con el pensamiento. (La débil rama del idealismo se extinguió por cierto muy pronto en el ámbito anglosajón, pero dejó algunos frutos importantes, como T. S. Eliot, que se doctoró con una tesis sobre F. H. Bradley, el solitario del Merton College, cuyo influjo aún se percibe en los Four Quartets).

Rodríguez Tous no sólo consigue guiarnos con lucidez y persuasión por el laberinto, sobre todo, de la Fenomenología, sino que también hace calas muy pertinentes en problemas de hoy cuyo origen puede rastrearse en el idealismo, demostrando con ello la vigencia de Hegel y su contemporaneidad en muchos aspectos. Hablando por ejemplo de su idea de la religión, el autor acierta a concretar en un momento el oculto estado religioso de nuestra sociedad:

“Y es que la religión –a diferencia de la filosofía, que es el solitario y duro ‘trabajo del concepto’– es experiencia colectiva, mundo ético. Hegel reivindica lo que llamaríamos hoy ‘función social’ de la religión. El problema –irresuelto en su pensamiento– está en la noción misma de divinidad correspondiente a una religión ya moderna. Podría decirse que esta irresolución se prolonga hasta nuestros días: diversas prácticas ideológicas (con sus textos dogmáticos, sus rituales y sus templos físicos o virtuales) se articulan como experiencias religiosas laicas (el nacionalismo posmoderno, el fanatismo cambioclimatista o la zoofilia animalista son unos cuantos ejemplos evidentes), pero sin representación alguna de la divinidad como tal”.

Hegel para legos

Y su explicación del ‘Caballero de la Virtud’, protagonista de ‘La Virtud y el Curso del Mundo0, cuyo principal modelo era entonces Don Quijote, le sirve para describir al héroe político actual:

“Se diría que el Caballero de la Virtud contemporáneo, travestido de santón woke, ha aprendido la lección: exhibe impúdicamente su virtud  (el ubicuo virtue signaling), pero reinterpreta (u oculta) aquellos aspectos de la realidad efectiva que contradicen el contenido de su huera palabrería. Como el Caballero Virtuoso, el santón woke se bate en esgrima ante el espejo, pero, a diferencia de aquél, el espejo no refleja su propia imagen, sino el mundo a su imagen y semejanza, mundo virtual. Y proclama que su mundo virtual es, sin más, mundo real”.

La invectiva tiene una réplica en el breviario final, tan severa como reconfortante:

“El cultivo del humor intelectual nos habitúa a la contradicción. El fanático teme la contradicción y procura expulsarla del espacio público. Los fanáticos carecen de sentido del humor, como bien sabía Hegel. El humor es un ejercicio de sano escepticismo y un entrenamiento eficaz para el genuino pensamiento dialéctico. Al fanático le produce un indisimulado gozo cancelar lo dialéctico, es decir, las contradicciones. En realidad, al hacerlo se cancela a sí mismo. Cancelar a los canceladores es un deber ético para cualquiera que ame la libertad”.

Para quienes hemos leído a Hegel sobre todo como compañero, junto a Schelling, de Hölderlin, resulta muy incitante atender a los epígrafes del poeta que el autor ha puesto en cada capítulo. Hölderlin y Hegel siguieron dos caminos paralelos que divergieron luego en un punto crucial. Cuando el filósofo ingresaba en su madurez e iniciaba su consagración académica, Hölderlin se adentraba en el periodo que hemos llamado de locura, a falta de una palabra tal vez más precisa. Giorgio Agamben ha estudiado esos años en un libro reciente e imprescindible.

Escultura de Friedrich Hölderlin en Nürtingen (Alemania), obra de Waldemar Schröder

Escultura de Friedrich Hölderlin en Nürtingen (Alemania), obra de Waldemar Schröder

Aunque no estoy tan seguro de que Hölderlin, como afirma rotundamente Rodríguez Tous, quisiera regresar a Grecia, es verdad que los dos amigos se enfrentaron de manera muy distinta a la pérdida. Mientras que Hölderlin se instaló en ella, Hegel trató de superarla. Y lo curioso es que seguimos ahí, en esas dos posiciones simultáneas. Hölderlin hizo de la mutilación el contenido de sus visiones, que aún reconocemos como nuestras. Y Hegel hizo del intento de superación el objeto de sus proposiciones, que el orbe democrático aún acepta como fundamento:

El mundo moderno será libre y racional o no será moderno en absoluto. A su entender, la modernidad sólo puede realizarse si los individuos asumen naturalmente la racionalidad (dialéctica, por supuesto) y la libertad. El yo que se transforma en un Yo, un Nosotros. La polis griega reactualizada. El sueño de Hegel. El fracaso de Hegel”.

Rodríguez Tous comenta también que el ideal de Hegel se basa en la constitución de un Estado moderno con el que individuos modernos se identifican naturalmente. Sin esa relación recíproca sólo cabría hablar de un Estado fallido poblado por individuos fallidos. La descripción se parece bastante a la degradación política que estamos conociendo en el siglo XXI. Razón de más para no olvidar a Hegel. Ni a Hölderlin.