El arte de conmover
‘De lo sublime’, el tratado clásico de Longino, probablemente el mejor manual de estilo sobre la artesanía de la escritura, vuelve a las librerías gracias a la editorial Acantilado
11 febrero, 2022 00:10La cultura, tal y como nos la legaron nuestros mayores, que no es que fueran más sabios que nosotros, sino que sencillamente se enfrentaron antes a las mismas preguntas, comenzó a derrumbarse el día en que dejó de estudiarse retórica en las escuelas. La crisis de las Humanidades, un fenómeno inducido, porque el estudio de las pasiones terrestres no cesará hasta que el hombre se extinga, tiene que ver con el desprecio por el lenguaje y la ignorancia comunal que goza de tantísima fortuna en las sociedades posmodernas. No hay, sin embargo, nada como retornar a los clásicos para desmentir este dogma.
Los filósofos antiguos que han resistido el paso del tiempo perduran gracias a su utilidad, por mucho que haya quienes crean que la literatura, la historia o el pensamiento son saberes perfectamente inútiles y, lo que es peor, domesticables. Lo nuevo –conviene recordarlo– es un concepto viejísimo. Ancestral, incluso. Quien cree lo contrario ignora toda la sabiduría que ha ido creando, por destilación, el conocimiento crítico de la tradición que nos antecede. Sócrates, condenado por su coherencia ante los mediocres, era un sabio porque proclamaba irónicamente no saber nada en absoluto, estando predispuesto a desmentirse a sí mismo.
Figuras de una pintura griega
No es una actitud frecuente en estos tiempos en los que, teniendo acceso a un sinfín de maravillas, presentes y pasadas, la cultura se confunde con las tendencias hueras. La prueba es que un libro como De lo sublime, un tratado de autor anónimo, conocido como Longino o Pseudo-Logino, nombre ficticio e inseguro, escrito en el siglo I y que conocemos por un códice –el Parisinus Graecus 2036– nueve siglos posterior, sigue siendo el mejor manual de estilo que puede encontrarse en estos tiempos donde algunos hacen de lo obvio una apoteosis. La editorial Acantilado lo devuelve a las librerías mediante una reimpresión, en traducción de Eduardo Gil Berra, con una cubierta de Tiziano –el lienzo Amor sacro y amor profano– donde un niño introduce su brazo en un estanque, buscando algo desconocido que se oculta bajo unas aguas oscuras. Los tesoros culturales son opacos para quienes desprecian el pasado.
De lo sublime es un opúsculo con menos de cien páginas, fragmentario e incompleto. Su valor no reside tanto en su extensión cuanto en su asombrosa clarividencia y fecundidad. En su extraordinaria capacidad de condensación y sugerencia. No da recetas, contiene ideas. Tan sólidas como el Partenón. Junto a la Poética de Aristóteles, otra relación escueta e incompleta debido a los azares de la historia, la obra de Longino es uno de los pilares del arte de la escritura. Todo lo que argumenta –está concebido como un diálogo fingido entre dos interlocutores, a la manera socrática– es inteligente, ponderado, útil y absolutamente vigente.
Su lectura enseña dos cosas. Primera: los clásicos son –siempre lo han sido– los primeros modernos. Más incluso que quienes se titulan de esta manera. Y segunda: el supuesto orden cerrado, armónico e ideal de los pensadores antiguos es una simplificación conceptual. Nada hay más punk que este breviario, donde un supuesto defensor del estilo elevado explica cómo puede alcanzarse la elocuencia y dominar el arte de la emoción a través del lenguaje. “Muchos escritores y poetas que no son naturalmente sublimes, sino más bien carentes de elevación, empleando palabras comunes que no tienen nada extraordinario, han conseguido dignidad, distinción y una apariencia alejada de la vulgaridad sólo con su disposición armónica”. Longino desmiente a sus comentaristas, igual que Cristo a la Iglesia.
En una época en que la literatura exigía utilizar el verso estricto, previene acerca de la monotonía que causa el ritmo métrico cuando “se vuelve afectado, trivial y falto de pasión”. Los defectos de estilo no son más que reflejos de los males del alma. Al escribir, desvelamos nuestro carácter, incluso cuando tratamos de ocultarlo bajo un manto de bellas palabras. La única preceptiva digna de tener en consideración es el sentido común. Su marca infalible es la ausencia de afectación: “El arte perfecto parece ser natural, y la naturaleza triunfa cuando entraña un arte secreto”. La fuerza de un estilo no reside en la amplificación, “la acumulación de todos los tópicos de un asunto, para dilatarlo mediante la insistencia”. Nada tiene que ver tampoco con la sentimentalidad, el derroche de lágrimas o el exceso de anhelos. Se trata de otra cosa distinta: “el acento de quien cultiva un pensamiento profundo, el eco de un alma grande”. Una afirmación que también es una propuesta moral:
Representación cartográfica de la Grecia antigua
“Me sorprende, y sin duda también a otros, cómo es que habiendo en nuestro tiempo tantos hombres provistos del don de la persuasión y dotados para la vida pública, penetrantes y poseedores en alto grado de los encantos del lenguaje, no surgen hace tiempo, salvo grandes excepciones, naturalezas auténticamente elevadas y trascendentes, tal es la penuria que reina en el mundo literario. ¿Hemos de aceptar la frívola explicación de que la democracia es nodriza del ingenio y que la excelencia literaria compartió su ascenso y caída?”
Lo que se pregunta Longino, dicho en palabras llanas, es lo siguiente: ¿por qué estamos rodeados de tanta idiotez cuando el conocimiento a nuestro alcance es infinito? La pregunta tiene una indudable lectura política. Y, en contra de lo que pudiera aparentar, no expresa ningún clasismo intelectual. Es una defensa encendida de la libertad de pensamiento, pertinente especialmente en estos tiempos de cancelaciones e ideología woke. “Un esclavo jamás llegará a orador” dice Longino. Las limitaciones intelectuales nada tienen que ver con el origen o la procedencia. Son consecuencias de una actitud personal. Las cadenas (mentales) que cada día creamos son las que nos convierten en siervos de nuestros deseos, impacientes como necios ante cualquier pensamiento que requiera un mínimo de extensión y profundidad.
Representación del héroe romántico: El caminante sobre el mar de nubes (Der Wanderer über dem Nebelmeer) / CASPAR DAVID FRIEDERICH
“En cuanto cava su madriguera en la vida [la riqueza sin tasa ni contención] rápidamente los hombres se entregan a la reproducción, y engendran la pretenciosidad, la vanidad y la insolencia, que son sus hijas, no bastardas, sino legítimas. Si estas criaturas de la riqueza llegan a la madurez, rápidamente generan en las almas unas tiranías implacables, que son la soberbia, la transgresión de la ley y la falta de vergüenza. Es inexorable que suceda así, y que los hombres carezcan de altura de miras, y no tengan en cuenta su propia reputación, de modo que se vaya consumando gradualmente la ruina de sus vidas (…) La perdición de los talentos actuales se debe a la superficialidad en que pasamos la vida, pues sólo trabajamos y estudiamos por la alabanza, no por un motivo digno de emulación y respeto”.
Es el fin del círculo virtuoso. La vanidad y el narcisismo casan mal con los sacrificios y la dedicación que requiere el conocimiento, la mejor herramienta que ha creado la humanidad contra la manipulación. Especialmente, la política. Todas las tiranías, antes de usar la represión o la violencia, empiezan por prohibir la libertad del lenguaje y tratar de imponer sus términos para resignificar la realidad en función de sus intereses. La retórica, enemiga de todas las escuelas de adoctrinamiento, es un arte subversivo: enseña la libertad de saber elegir tus palabras, “la particular luz del pensamiento”. La cultura sublime lo es porque eleva el espíritu. “Sólo es grande lo que ocasiona una reflexión profunda y hace difícil, cuando no imposible, toda réplica, convirtiéndose en un recuerdo duradero”. El arte es una experiencia memorable. Igual que el cuadro que Caspar David Friederich dedicó a Las tres edades de la vida. Como este manual prodigioso de Longino, viejo y sabio desconocido.