El aristócrata y pensador francés La Rochefoucauld

El aristócrata y pensador francés La Rochefoucauld

Filosofía

Memorias de un gruñón de corte

La Rochefoucauld compuso en el siglo XVII una colección de ‘máximas’ y aforismos que, junto a sus reflexiones, son un festival de implacable agudeza y sabiduría amarga

3 septiembre, 2021 00:10

Vengo a contarles que he pasado buena parte de agosto, de manera inesperada, leyendo a La Rochefocauld. El verano puede ser un mes cruel para la lectura, compitiendo con toda clase de distracciones, o embarrada en algún novelón de los que “dejamos para el verano”, confiando en un ocio que desde la perspectiva estresante de los meses laborales de invierno parece interminable, y luego no pasa de los treinta días de rigor. Así quedará a medio terminar o entregado a los días menguantes de septiembre aquel Dickens de mil páginas, las memorias de Goethe o --¡némesis de los optimistas!-- el Ulysses de Joyce

No ha sido mi caso. El verano ha sido benigno de atracciones y la empresa ajustada: recuperar a uno de estos autores clásicos, bien conocido de nombre, pero que circula fuera de las conversaciones cotidianas, en parte por pertenecer a un siglo poco candente (el XVII) y en parte por cultivar un género excéntrico: el aforismo. Primera constatación: aún sin haberla leído, la obra de La Rochefocauld es parcialmente conocida. Autor citadísimo, muchas de sus máximas nos suenan citadas o sutilmente discutidas en los populares santones de la novela francesa, de Balzac a Proust. 

Rochefoucauld

François La Rochefocauld

Como también sucede con Racine o con Moliere, mucho antes de leer dos páginas seguidas de La Rochefocauld reconocemos ideas de las que hemos oído hablar (como se alude a un pariente querido y distante) a algunos de nuestros cerebros favoritos. Sobre las máximas o sentencias o aforismos de La Rochefocauld poco puedo aportar que no se haya sugerido ya. Suponen una especie de momento áureo del piensa mal y acertarás; secos y de una inteligencia muy reconcentrada, nos parecen verdaderos o falsos según nuestro estado de ánimo. Sabiendo de primera mano cómo se las gasta el ser humano estoy seguro de que si se pudiesen examinar y medir las conciencias La Rochefocauld acertaría en porcentaje altísimo las motivaciones de nuestros conciudadanos, pero su volumen de sabiduría amarga deja fuera las excepciones (de bondad, generosidad, afecto y cuidado) que pueden llegar a ser más interesantes humana y literariamente que la mezquindad común

La lectura de La Rochefocauld parece más provechosa si lo leemos espaciado, de manera parecida a cuando encontramos un aforismo (brillando como un oscuro mineral concentradísimo) entra masas de prosa más esponjosa. Leído seguido, libro a libro (los aforismos suelen publicarse en un solo volumen, que agrupa las diversas colecciones que publicó en vida) la obra desprende la impresión de estar sobreactuando. Responsabilizo de este efecto a mi hambre veraniega por zamparme a La Rochefocauld entero este agosto, los pestiños, considerados de uno en uno, son inocentes de nuestros empachos. 

Chatea de  Rochefoucauld : Perelle, Gabriel (1604   1677)

Grabado del siglo XVII donde aparece el Chateau de Rochefoucauld / GABRIEL PERELLE

Aunque uno pueda luego meditar largamente en una u otra muestra concreta de este festival de implacable agudeza, los libros de sentencias de La Rochefocauld se leen relativamente rápido. Son un plan de lectura veraniega más bien modesto, y desde luego no dan para ocupar “buena parte de agosto” como les anunciaba. Y aquí viene la sorpresa. Resulta que además de las celebérrimas máximas La Rochefocauld también es autor de un libro de reflexiones más extensas (un tanto escolares) y de unas Memorias que serán bien conocidas por los eruditos pero de los que nunca había oído hablar (cuántas sorpresas y alegrías nos produce nuestra ignorancia), y que circulan de manera algo clandestina en los océanos de la bibliografía descatalogada.

Así que ya pueden imaginarse el cuerpo del delito (o del deseo): volumen amarillento, rebosante de ácaros, letra diminuta y esas vaharadas aromáticas que a ratos recuerdan a la vainilla y a ratos a un moho tostado. Un volumen que haría las delicias de quienes disfrutan con las letras amarillentas y los ácaros aromáticos pero que para mí suponía un fastidio, y me despertaba cada pocas páginas la nostalgia de recorrer esa misma ruta en un cómodo buque de tipografía elegante y generoso espaciado, en lugar de mi estrecha piragua. Pero el hombre propone y el sistema editorial dispone, así que he avanzado en la lectura de estas Memorias de La Rochefocauld, que les recomiendo como complemento de las célebres máximas.

  This statue on the Aile en Retour Turgot facade of the Louvre is of La Rochefoucauld, created by the artist Noel Jules Girard.

Estatua en honor del escritor y aristócrata francés en una de las fachadas del Louvre / NOEL JULES GIRARD

El lector que disfrute buscándole razones biográficas a los textos encontrará aquí una buena cantera. La negra interpretación que La Rochefocauld hace de las motivaciones humanas bien pudo desarrollarse mientras observaba y participaba en las intrigas de la Corte, un avispero de intereses, despojado de cordialidad y afecto. Es la época del Cardenal Richelieu y del intrigante Mazarino, de los intentos por consolidar la monarquía, la regencia de Ana de Austria y las guerras civiles avivadas por el inocente y algo salvaje Príncipe de Condé. La Rochefocauld se reserva un papel secundario y atractivo, de cortesano leal, una suerte de reserva moral, con frecuencia pisoteada por la brutalidad de los deseos y los intereses.

Pero lo cierto es que la corte francesa ha ofrecido más o menos siempre la misma lección, y escritores de la misma época remataron obras más amables con el ser humano o por lo menos le proporcionaba al lector un contexto moral más variado. De manera que tiendo a pensar que si La Rochefocauld escoró sus máximas a constatar una y otra vez los motivos aviesos que anidan en las buenas obras es porque descubrió que ese era el filón donde su talento literario podía extraer los mejores metales. 

La Rochefocauld Máximas

La Rochefocauld dosifica en las Memorias sus observaciones psicológicas de manera casi ahorrativa. El texto es un documento explicativo, por momentos exculpatorio, de su actuación en el gran mundo, que no puede entenderse sin describir de manera precisa y detallada, con una inteligencia forense, el complejo funcionamiento de los intereses cruzados. Rechaza la interioridad y la introspección, acumula gestos, intenciones, asedios, engaños, acuerdos... El libro se lee con interés, pero no podemos dejar de admirar que con materiales y limitaciones parecidas Tito Livio fuese capaz de escribir tantos volúmenes amenísimos. 

Algo más sorprende en estas Memorias, al menos desde las perspectiva de un lector contemporáneo (un sesgo que comparte con otras memorias e historias célebres como las de Saint-Simon o las de Voltaire): la renuncia a seducir al lector. En estas páginas no comparece ese suave fluir del tiempo, combinando impresiones sensoriales y matices intelectuales, alternando descripciones con diálogos, y yendo de lo más sutil (una mirada) a los grandes frescos que pretenden capturar las tensiones sociales de varios estamentos. Lo que le falta a las Memorias es haber conocido la novela del siglo XIX, ese milagro (por improbable) al que nos hemos acostumbrado.