Theodorakis: política y sirtaki en las islas del Egeo
El músico griego, recordado siempre por 'Zorba, el griego', saltó del comunismo a la Nueva Democracia nacional-populista
3 septiembre, 2021 00:00Mikis Theodorakis ha sido un clásico del mismo modo que lo son los músicos que, a comienzos del siglo pasado, empezaron siendo vanguardistas, como Schoenberg, Messiaen o Stravinsky. No se trata de comparar sino de calibrar. Theodorakis fue un folclorista, sí, pero entendió desde el principio que no se puede tocar una muñeira con un Stradivarius; y desde luego, no se centró únicamente en la música tradicional griega que se le atribuye al creador de Zorba el griego, el film basado en la novela de Nikos Kazantzakis, Vida y andanzas de Alexis Zorba.
El sirtaki, que bailó el majestuoso Anthony Quinn, ocupó una vacante en tiempos de penuria intelectual, pero francamente, somos muchos los que, cuando se trata de las bandas sonoras que le proporcionaron fama y dinero al compositor, lo equiparamos a Z, la cinta de Costa Gabras o a Serpico, el thriller de Sidney Lumet, protagonizado por Al Pacino. Mikis Theodorakis ha escrito todo tipo de música desde oratorios, ballet y coros de iglesia, hasta música para teatro, cine, arte, canción popular y obras postsinfónicas. Los críticos distinguen su obra en tres períodos principales: el primero, entre los treinta y los sesenta, compuso obras sinfónicas y música de cámara; el segundo (1960-1980) cuando mezcló la sinfonía con instrumentos folclóricos y creó nuevas formas basadas en la voz; y finalmente, a partir de los ochenta, regresó al clasicismo y entró en el duro mundo de la ópera ecléctica, un postromanticismo impostado.
Contra la Grecia de los coroneles
El compositor desaparecido puso música a grandes poetas griegos como Odysseas Elytis, Yorgos Seferis, Nikos Gatsos o Yannis Ritsos, cuyas letras se han ido convirtiendo en himnos del pueblo; además rivalizó en éxito con su colega, el también compositor Manos Jatzidakis. Ambos fueron los pioneros del género conocido como entekhno, muy vinculado al cine; una fusión ritmos y melodías propios del folklore griego, con fondo orquestal. También musicó letras de Konstantinos Kavafis, el gran alejandrino, que entró en España a través del Mediterráneo y que fue traducido al catalán en 1962 por Carles Riba, altísimo exponente literario. Sobre la más conocida de las letras de Kavafis, levantó Lluís Llach su conocido álbum, Viatge a Ítaca.
“Para Grecia, hoy, lo que importa no es entronizar la dictadura del proletariado, construir el comunismo o el socialismo. Lo que importa es la democracia”, dijo Mikis Theodorakis cuando trataba de aunar a las fuerzas liberales, del signo que fuesen, contra la Grecia de los coroneles. Es lo más parecido a lo que revela, en la película Roma cita aperta (Roberto Rosellini), el ingeniero Manfredi (el actor Marcello Pagliero), líder del Comité Nacional de Liberación en la Italia ocupada por las SS: “el primer deber de un comunista es luchar por la libertad”. Así lo revela la composición de Theodorakis para el Canto General del chileno Pablo Neruda, fallecido en Isla Negra en 1973, en plena infanzón del dictador Augusto Pinochet.
Su militancia en la izquierda le llevó a ser detenido y torturado durante distintos periodos negros de la historia de su país; sufrió persecución y tortura y tuvo que exilarse. Pero Theodorakis le dio un buen día la vuelta al calcetín de su ideología. Pasó de haber sido diputado del partido comunista, el KKE, a convertirse en dirigente de la conservadora Nueva Democracia; aceptó un Ministerio, bajo el mandato de Konstantinos Mitsotakis, el padre del actual primer ministro Kyriakos Mitsotakis. Los griegos comprobaron que los tiempos cambian, cuando el anciano Theodorakis se puso en contra del gobierno de Alexis Tsipras. Había llegado el nacionalismo, la hidra de mil cabezas que le llevó a defender la unidad nominal de la Grecia actual, frente al reconocimiento de Macedonia del Norte, que había puesto fin a la disputa por el nombre del país vecino, la tierra de Alejandro el Grande y de su mentor, Aristóteles, el estarigita. Más allá de reconocer o no a la Grecia del Monte Athos acosada por el mar en los altares del rito bizantino, Theodorakis se enemistó con la izquierda al desvelarse los pufos de Giorgios Papandreu, nacido en Minnesota (EEUU) y heredero de una enorme saga política griega, que ocupó la cima del poder socialista.
La Grecia venerada por Byron
Los símbolos construyen identidades. El culto a la vegetación de los antiguos le coronó de laurel muchas veces, pero no de laurel a saco, sino de kalistéfanos, la variedad que Heracles se trajo del país de los hiperbóreos. El compositor fue admirado, pero no tan amado si aceptamos el peso de la opinión expresado por la inteligencia de Grecia, cuando no respaldó su candidatura al Nobel del año 2000.
Theodorakis, fallecido en Atenas a los 96 años, vivió con el dolor incorporado de su tierra natal, la isla de Quíos, en pleno Egeo, frente a la costa turca. En el momento de conocerse su desaparición, el Consejo Helénico, el parlamento situado en el antiguo Palacio Real, en la Plaza Sintagma de Atenas, enmudeció. El compositor ha llevado sobre su memoria de casi un siglo la masacre de sus mayores causada por los otomanos en aquella Grecia venerada por Byron. Fue Eugène Delacroix, en su cuadro sobre la masacre de la isla Quíos, quien inmortalizó aquel horror, vengado años después, en 1822, por Konstantinos Kanaris, también natural de Quíos, destruyendo la flota otomana, anclada ante la fortaleza de Chora.
El románticismo europeo, la primera y única Internacional desinteresada, acudió en ayuda de los griegos al grito de Víctor Hugo, autor de aquel Manifiesto romántico, ensombrecido por sus versos flamígeros de divino estenógrafo. Llegarían mas batallas y dramas parecidos como la toma de Esmirna por los turcos, ya en 1922, pero Grecia nunca perdió su esencia y todavía hoy se siente defendida por una hermandad intelectual que bebe en las tradiciones de la Eleusis, la ciudad que según Pausanias, geógrafo y descubridor espartano, debe su nombre al héroe epónimo, hijo de Hermes.