El teólogo suizo Hans Küng

El teólogo suizo Hans Küng

Filosofía

Hans Küng, el último defensor del Concilio

El teólogo suizo, al que el Vaticano prohibió ejercer la docencia, predicó la necesidad de mantener vivas las reformas de Juan XXIII frente al absolutismo católico

15 abril, 2021 00:00

Hace unos días murió en Tubinga, Alemania, Hans Küng, el teólogo que más ha defendido, con frecuencia frente al propio papado, el legado del Concilio Vaticano II. Un sínodo que marca la historia de la iglesia católica. Lo que en él se dirimía no era sólo, con ser mucho, los cambios en la liturgia y en el papel de la feligresía; el asunto central era decidir si la Iglesia dejaba de ser una monarquía absolutista basada en la infalibilidad papal o si se aceptaba la democracia que la palabra griega ekklesia (asamblea, reunión) tiene como significado original. Algunas de las innovaciones conciliares permanecen. Por ejemplo, el abandono del latín en la liturgia, que tiene que ver con la voluntad de que los fieles comprendan el mensaje y, precisamente por ello, dejen de ser espectadores pasivos del quehacer de los clérigos para aumentar así la participación del pueblo en la celebración comunitaria. 

Otras decisiones y proyectos se los ha llevado el viento de la contrarreforma, auspiciada, sobre todo, por Juan Pablo II. Küng revisó la aportación de este Papa en un artículo publicado en 1979, un año después de su elección. Sugería  ya entonces que el nuevo obispo de Roma era proclive “al conservadurismo y la restauración”. Tras su fallecimiento hizo un balance general en el que afirmaba que el pontificado había sido “magro en sustancia”, al tiempo que equiparaba su actuación a la de otro conservador, Ronald Reagan.

El teólogo suizo Hans Küng

El teólogo suizo Hans Küng

La Iglesia católica tiene siete sacramentos, es decir, ritos que se supone dan acceso a nuevas formas de vida comunitaria, en el camino hacia la salvación. El primero es el bautismo, a través del cual alguien se convierte en miembro de la colectividad cristiana; el segundo, la eucaristía, un ritual por el que se comparte a Dios con el resto de fieles. Un tercer sacramento es el de la penitencia; por él se obtiene el perdón de los pecados cometidos. Los tres son reconocidos por el teólogo Hans Küng como procedentes de los textos fundacionales del cristianismo. En cambio, manifiesta serias dudas respecto a los otros cuatro: confirmación (reconocimiento de la pertenencia a la comunidad eclesial), ordenación (acceso al sacerdocio), matrimonio y extremaunción, que a través de la unción de óleos perdona los pecados a los enfermos, especialmente a los que se hallan en trance de muerte, para facilitarles el acceso a la vida eterna. 

Estas dudas resumen, casi, buena parte de sus discrepancias con la jerarquía católica que llevaron a ésta a retirarle en 1979 el permiso de enseñar teología: Küng acepta los sacramentos comunitarios y rechaza los individualizantes. Poner en duda el matrimonio le permite discutir también el celibato sacerdotal, mientras que, tal como se refleja en su libro Infalible (1975), cuestionar la ordenación como sacramento da pie a revisar la prevalencia del papado sobre el conjunto de los fieles. El paso siguiente era poner en la picota el dogma de la infalibilidad papal, de larga tradición en la Iglesia pero no consolidado hasta el primer Concilio Vaticano (1869-1870). Ese mismo concilio aprobó un segundo dogma según el cual María fue concebida sin pecado original, a diferencia de los demás hombres. 

Hans Küng 4

Para Hans Küng, se trataba de una más de las declaraciones que alejaban definitivamente al catolicismo romano de la modernidad científica, ya dominada en ese momento por el evolucionismo. Pero, pese a sus críticas, Küng fue un teólogo católico y se mantuvo dentro de la iglesia. Había nacido en 1928, en Sursee, una pequeña localidad cerca de Lucerna (Suiza). Estudió teología en Roma y se doctoró en París para convertirse en profesor de la Universidad de Tubinga, tras dos años de actividad pastoral. En 1962, Juan XXIII lo nombró teólogo conciliar y como tal participó en las labores del Concilio Vaticano II junto a otro teólogo bien conocido, Joseph Ratzinger, posteriormente Benedicto XVI. Cuando Juan Pablo II intentó apartarle de la docencia, Küng ignoró la prohibición de enseñar. Ni siquiera acudió a la llamada de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entidad católica heredera del Santo Oficio, dedicada a reprimir la disidencia. 

La crisis definitiva se produjo tras la aparición de su libro Infalible, donde cuestionaba la infalibilidad papal. Ya una obra anterior, Iglesia, había provocado ampollas en la curia romana, que intentó impedir su difusión y le prohibió tajantemente, sin conseguirlo, la traducción del texto a cualquier idioma. A lo que no se atrevió Roma fue a privarle de la condición de sacerdote. Las sanciones que se le impusieron fueron las primeras a un teólogo tras el Vaticano II; luego vendrían otras, por ejemplo a Leonardo Boff o Jon Sobrino. 

KüngEstas medidas represivas confirmaban sus temores: la renovación promovida por Juan XXIII había encallado y la jerarquía eclesial trataba de frenar los cambios que el Concilio había inspirado. Tanto en la fe como en la moral. De ahí que las discrepancias de Küng con el papado no se limiten al cuestionamiento de la autoridad del Papa; alcanzan también la postura oficial de Roma respecto a los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, la homsexualidad, la eutanasia, el celibato sacerdotal, la marginación de las mujeres, la confesión y la falta de diálogo con otras confesiones y creencias. Discrepancias que no le impidieron permanecer como católico hasta el momento de su muerte. “La iglesia católica, esa hermandad de creyentes, ha seguido siendo mi hogar espiritual hasta el presente”, escribió en La Iglesia católica (2001), libro que se abre con una breve nota autobiográfica sobre su trayectoria intelectual, incluida la sensación, escribe, de haber sido perseguido inquisitorialmente. Fue el precio a pagar por su desafío a los poderes eclesiales. Pero la reivindicación de su catolicismo tiene que ver también con otra cuestión. 

Estas medidas represivas confirmaban sus temores:

Hans KüngÉl defendía el derecho de cada individuo a dialogar directamente con la palabra de Dios expresada en los textos bíblicos. Sin embargo, como buen conocedor de los mismos, debía de ser consciente de que no dejan de ser, para decirlo en expresión de Umberto Eco, “una obra abierta”. Abierta a la interpretación. Quien quiera basar su comportamiento en los Evangelios puede adoptar una actitud pacifista (poniendo la otra mejilla) o belicista (asumiendo el derecho a emplear el látigo contra los mercaderes del templo).

Él defendía

Para Küng, ser miembro de una comunidad no tiene por qué llevar a la defensa de todos y cada uno de los actos de sus miembros, de la misma manera que ser francés o alemán no obliga a afirmar que todo lo hecho por franceses o alemanes haya sido siempre impecable. Y a la inversa, reconocer que dentro de una comunidad hay o ha habido comportamientos injustificables no descalifica en absoluto a todos sus miembros. De modo que se puede asumir que en la Iglesia hay fallos sin tener que apartarse de ella. Entre otros motivos, y ésta es una de la cuestiones centrales en Küng, porque la institución no es Cristo. Se cristiano es asumir el mensaje de Jesús y éste no incluye nada sobre jerarquías ni entidades administrativas. En su camino crítico, Küng señala las dificultades para documentar históricamente la presencia del apóstol Pedro en la ciudad de Roma, base para la defensa de la primacía de su obispo sobre el resto de sedes. Y, una vez más, Küng señala que el cuestionamiento histórico no implica que no reconozca al papado. Lo que no reconoce es que el papa se halle por encima de la comunidad y sea el único depositario del mensaje de Jesús.

Hans Küng 2El principal problema de la iglesia, en los dos últimos siglos y en el presente, sostuvo, es que no ha asumido lo que indica su propio nombre: un catolicismo ecuménico, es decir de alcance universal. En su lugar, consideró más importante el sometimiento de los creyentes a la jerarquía institucional. En cierto sentido, respondió a las nuevas situaciones que se daban en el mundo como una nación sin darse cuenta de que “el moderno principio de nación estableció en Europa una ideología perniciosa, el nacionalismo”, ya que “el principio nacional abolió el principio humano”, diluyendo la universalidad del mensaje cristiano.

El principal problema de la iglesia, en los dos últimos siglos y en el presente, sostuvo, es que no ha asumido lo que indica su propio nombre:

Esta falta de visión global explica los dos grandes cismas: el de Oriente y el luterano. En ambos casos falló el diálogo y el reconocimiento del derecho a la pluralidad interpretativa, pensaba Küng. Y ya en los tiempos modernos, Roma se convirtió en el territorio “más retrógrado de Europa”, condenando cualquier atisbo de modernidad, tanto en la ciencia (como ya había hecho con Galileo) como en política. Tras la revolución francesa, el papado se negó a reconocer a las nuevas autoridades y declaró nulas sus leyes, sin darse cuenta, sostiene Küng, de que el lema “libertad, igualdad, fraternidad” es la base “del cristianismo primitivo, asfixiado muy pronto por las estructuras jerárquicas”.

Para Küng, la historia de la Iglesia tiene (además de los apóstoles y Pablo de Tarso) dos pensadores descollantes: Agustín de Hipona y Lutero, hasta el punto de lamentar que la iglesia católica no haya sido capaz de corregir las medidas tomadas contra el segundo y que supusieron el gran cisma de Occidente. Una decisión de este tipo abriría el camino deseado por Juan XXIII hacia la reconciliación de las diversas iglesias cristianas. Ya en la actualidad, la principal figura que Hans Küng reconoce es, precisamente, la de Juan XXIII. Al convocar el Vaticano II no sólo facilitaba las reformas urgentes en el interior de la Iglesia, sino que recuperaba además el sentido democrático original al aceptar que la comunidad de fieles, reflejada en los obispos reunidos, era la principal autoridad de una iglesia que nunca debió de convertirse, pensaba, en una jerarquía.

También en política Küng fue crítico con una tradición de papas que condenó la democracia, el liberalismo, el socialismo, el comunismo, pero no el nazismo, quizás víctima de un antijudaísmo que él creía anclado en la curia romana desde tiempo inmemorial, excepción hecha de Juan XXIII. En la segunda mitad del siglo XIX, recuerda Küng, los papas no sólo se pronunciaron contra las políticas progresistas de cualquier tipo, rechazaron también “el ferrocarril, el alumbrado de gas y hasta los puentes colgantes”. 

Hans Küng 3Por el contrario, Küng participó de diversas entidades que reclamaban la igualdad social y la económica. Así, participó activamente en la elaboración del Manifiesto por una ética económica mundial, proclamado por las Naciones Unidas en 2009. Küng afirmaba la necesidad de superar una ética de exhortaciones para asumir comportamientos morales que dejaran de lado los fallos de “mercados e instituciones” en un “capitalismo de casino” donde eran perfectamente apreciables “la corrupción y la falta de verdad”. Un documento que provocó una ola de reflexiones sobre la ética empresarial y la necesidad de “la integración de elementos morales en el proceso de toma de decisiones empresariales” como “un elemento racional, tanto en términos éticos como económicos” (véase el volumen colectivo Hacia una nueva ética económica global, editado por Tomás Jiménez Araya y que recoge unas jornadas celebradas en Barcelona y el propio manifiesto de las Naciones Unidas. 

Por el contrario, Küng participó de diversas entidades que reclamaban

Días antes de morir, Küng mantuvo una charla telefónica con el papa Francisco que, según fuentes vaticanas, fue cordial y reconfortante para ambos. De todas formas, nunca recuperó el permiso para la docencia. Como él lamentaba en el caso de Lutero, las decisiones de la Curia siguen sin ser corregidas.