La enseñanza líquida
La enseñanza virtual es una filfa trágica. La educación consiste en transmitir los conocimientos de una persona a otra. El contacto personal es un factor decisivo
11 agosto, 2020 00:00Si han visto algún informativo, han leído algún periódico o han oído la radio, les sonará el runrún de la enseñanza digital. Con esto del virus, profesores y alumnos han salido del paso con un esfuerzo enorme –quien lo probó, lo sabe– y como buenamente han podido para no tirar por la borda el año académico. Unos y otros han puesto de su parte para saltar así, como si nada, de lo presencial a lo virtual de un día para otro.
Pero resulta ahora que pedagogos sin lustre, predicadores sin ideas y políticos con intereses pretenden convertir el apaño en virtud. Según nos dicen, la educación digital es el no va más, la pera limonera, la redención contra un sistema de enseñanza caduco y trasnochado. Parece ser que los ordenadores humanizan la educación, que dotan al alumno de libertad y flexibilidad, que adaptan los contenidos –desconozco a qué se refieren con esto–, que multiplican la interactividad, que potencian el aprendizaje y que preparan para afrontar los retos del futuro.
Este nuevo modelo, nos dicen, está aquí para quedarse más allá de la crisis sanitaria, y ya hasta hay quien ha bautizado a la criatura con el alias de enseñanza líquida. Mal nombre, como lo es también ese de nueva normalidad, porque ni la enseñanza ni la normalidad, si lo son de verdad, precisan de adjetivos.
Siempre he pensado que la educación, la forma más alta y verdadera de la educación, se resume en el Fedro, uno de los diálogos que Platón consagró al amor. Sócrates y Fedro salen de Atenas y acaban sentándose a la sombra de un plátano para disertar sobre el deseo, el amor y la locura. Seguro que a casi todos les viene a la memoria el recuerdo de un profesor decisivo en sus vidas, que marcó su vocación o que les sirvió de ejemplo, para bien o para mal. Seguro que todos recuerdan a sus compañeros, los juegos en la escuela y el trato en la universidad. Seguro que todos piensan en ese proceso conjunto del aprendizaje. Probablemente es eso lo que Rafael quiso reflejar en el fresco La escuela de Atenas, donde unos conversan con otros, intercambian ideas y aprenden a un tiempo. Probablemente es también lo que Rembrandt pretendió plasmar en Lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp: las personas, el diálogo, la transmisión de los conocimientos, la importancia de lo palpable, la circulación de los libros, los saberes y los afectos.
Los profetas de la enseñanza líquida dirán que todo esto es el gesto de un carca, el eco de una antigualla pedagógica, la defensa ultramontana de privilegios gremiales contra el inexorable avance de los tiempos. Pero, ojo, porque no todo lo nuevo es necesariamente mejor. Para empezar, cuando toda esta tropa habla de educación atiende al cauce, al medio digital, y se olvida por completo de los contenidos; y donde no hay contenidos, donde no hay saberes de verdad, no puede haber enseñanza ni aprendizaje.
No dejen de leer el último y extraordinario libro de Gregorio Luri, La escuela no es un parque de atracciones, que deberían tener sobre la mesa los asesores educativos de todos y cada uno de nuestros partidos políticos y usarlo como biblia y como antídoto contra tontos y pedabobos. Por más palabrería que nos larguen, la educación no es otra cosa que la transmisión de los conocimientos de una persona a otra; y ahí el contacto personal es decisivo. Una universidad no es solo un lugar donde se imparten clases, es también el trato humano, la presencia de profesores de otras universidades, el trasiego de las bibliotecas, las actividades de investigación, el intercambio de ideas entre compañeros, el fluir del pensamiento y el estímulo insustituible que esa comunicación conlleva. ¿Es que alguien prefiere un jolgorio virtual a uno real?
Resulta además sospechosa esa necesidad de utilizar eufemismos, de acudir a nombres rimbombantes que, en realidad, no hacen sino ocultar la verdad de las cosas. Por eso el low cost se llama así, en inglés, para obviar que hablamos de algo más barato, sí, pero que ofrece menos y peor. Que nadie se engañe: la enseñanza virtual es a la enseñanza de verdad lo que el low cost a la primera clase. Por eso la llaman enseñanza líquida, para hacernos creer que es algo extraordinario, cuando simple y llanamente es una filfa. Eso sí, una filfa trágica que solo servirá para ahondar en la brecha entre ricos y pobres; y esa distancia que el dinero crea solo puede salvarse por medio de la educación. De la educación verdadera. Los ricos seguirán enviando a sus hijos a centros de enseñanza con profesores de verdad que den clase en un aula, con bibliotecas y laboratorios, con trato entre personas. Los pobres se tendrán que conformar con los restos virtuales de la antigua educación, con esa enseñanza líquida que terminará por escapárseles de entre las manos.