La sombra de un elefante rosa
Tenemos un problema, aquí y en Sebastopol, y es el distinguir lo verdadero de lo falso. Para abordarlo, es preciso que nos importe reconocer ambos caracteres, que tengamos deseo de ello y que esto no nos sea indiferente.
¿Qué le parece al amable lector que puede ser más grave, rechazar una verdad o aceptar una falsedad? ¿No son acaso las dos caras de una misma moneda? En estadística se diferencian, y así se denomina error de tipo I al rechazo de una verdad, y error de tipo II al dar validez a una falsedad. Queden aquí al menos estas sentencias para la reflexión, un hábito decisivo.
Envuelto en estas cavilaciones, siempre renovadas, leo con interés Camelia y la filosofía (Arpa), de Juan Antonio Rivera, un profesor de instituto que da filosofía en bachillerato. Este libro contiene 36 supuestas cartas de una alumna marroquí que deja constancia de las clases de un curso y que despliega una inquietud, unos conocimientos y un vocabulario fuera de lo común. Lejos de la pedantería y del gusto por frases ampulosas que intimiden, su lectura promueve un saber vivir con los ojos abiertos y desarrolla un alto nivel de formación; ojalá entre los muchachos de esta edad fuera posible asimilar ni siquiera una quinta parte del que aquí se presenta. Voy a referirme, en particular, a la carta número 18, que se titula Subproductos: un desafío a la mentalidad racionalista.
El alter ego del profesor Rivera señala que en economía se llama subproductos a cosas como el serrín, un residuo que se obtiene sin coste en el proceso de producción de la madera, y que tienen una utilidad. Pero que en filosofía moral, dice, los subproductos "son las situaciones que no se consiguen si se persiguen y que sólo se consiguen si no se persiguen". De este modo, volvemos al comienzo y de nuevo estamos ante dos caras de una misma moneda: no conseguir lo que se persigue y conseguir lo que no se persigue. Ante los juegos de palabras hay que saber tomar distancias.
¿Qué le parece al amable lector que puede ser más grave, rechazar una verdad o aceptar una falsedad? ¿No son acaso las dos caras de una misma moneda?
No se puede ser espontáneo esforzándose en serlo. Hay que introducir una despreocupación en el modo de proceder y no someter la voluntad a un empeño inútil. Rivera ofrece el ejemplo de Lucía, una niña a quien se le dice que una alfombra se hace mágica sólo si, al sentarse sobre ella, no piensa en un elefante de color rosa. Claro que al tener siempre presente esa imprescindible condición para que funcione la magia, Lucía no se podrá quitar de la cabeza una imagen del elefante rosa. Una pasión inútil.
Sin pretenderlo, recuerdo ahora el Tao Te Ching, librito donde Lao Tse sigue enseñando hoy la conveniencia de no quedar atrapados en el deseo. No hay que perseverar en planes fijos y rígidos pues, en última instancia, el universo escapa a todo control. Hay muchas cosas que no se consiguen precisamente si se persiguen, entre ellas la de "catalanizar" a los niños catalanes, o "españolizarlos"... ¿De qué se trata? Lo que con esta labor supervisada se va logrando es acomplejar o domar con prejuicios a innumerables criaturas y echarlas a perder. Y siempre empequeñecerlas, empujando a que sean menos de lo que pueden ser.
Quienes quiera que seáis los actores de estos oscuros abusos de menores: Dejadlos en paz, tratadlos con cariño y respeto para que sean libres e independientes, para que sueñen con ser artífices de su ventura, con confianza y sin vergüenza ni falsificación de su espontaneidad. Lo primero es ser persona; lo último, un autómata.