La escritora Mercedes Monmany en Madrid / YOLANDA CARDO

La escritora Mercedes Monmany en Madrid / YOLANDA CARDO

Ensayo

Mercedes Monmany: “La experiencia del exilio es un trauma de la modernidad”

La ensayista barcelonesa, que acaba de publicar un libro sobre los destierros culturales en la última centuria, reflexiona sobre el legado de los creadores de la diáspora europea

23 agosto, 2021 00:10

Crítica literaria, ensayista o traductora –ha vertido al español la obra de Leonardo Sciascia, Attilio Bertolucci o Francis Ponge– Mercedes Monmany es especialista en literatura europea de los siglos XIX y XX, a la que ha dedicado estudios. En su libro Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg) recorría las tradiciones literarias del viejo continente. En Ya sabes que volveré, del mismo sello editorial, rescataba del olvido a tres autoras –Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum– que fueron asesinadas en Auschwitz. Sin tiempo para el adiós, su último trabajo, es una extraordinaria investigación sobre la literatura nacida a partir del exilio, una experiencia que ha marcado el desarrollo histórico, social y cultural de Europa en la última centuria. 

–¿El XX es el siglo en el que la experiencia del exilio adquiere más importancia?

–La experiencia del exilio y los destierros y expulsiones dominan la historia de la humanidad. Desde Homero y Ovidio hasta el Antiguo Testamento. Es verdad también que se trata de uno de los traumas de la modernidad y domina el siglo XX. Tras la tragedia del Holocausto, el otro trauma europeo paralelo es la experiencia compartida del exilio. Estallidos bélicos y feroces dictaduras expulsarían a las élites más brillantes de cada momento fuera de sus países.

–¿Por qué ha enfocado su ensayo en los representantes de la cultura?

–Porque he pretendido narrar el otro exterminio que producen los totalitarismos y las fanáticas ideologías criminales: el que afecta a lo mejor de las artes y las letras, de la ciencia y el pensamiento. El XX es el siglo de los exilios y de las grandes migraciones. Todo el planeta se mueve. Se vive en fuga de un lugar a otro a causa de guerras, revoluciones, persecuciones raciales y políticas o expulsiones de lo que en determinado momento es designado no acorde con el cuerpo de la nación. Con una era en la que solo cabe la sumisión. El resto de indeseables, como les llaman las tiranías, serán despojados de su ciudadanía para convertirse en parias obligados al nomadismo o donde los acojan.

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–¿Su ensayo sobre el exilio dialoga con el anterior?

–Tanto Sin tiempo para el adiós, dedicado a los exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX, como Ya sabes que volveré, sobre tres escritoras muertas en Auschwitz, aunque con él tenía la intención de simbolizar el gigantesco exterminio de intelectuales, creadores, escritores y artistas llevado a cabo por los nazis son ramas de Por las fronteras de Europa. En ese primer ensayo hablaba de 320 escritores de Europa con alguna incursión en Oriente Medio, como Israel, que a fin de cuentas es otra rama surgida de Europa. Al finalizar aquel libro vi que el Holocausto, a través de autores judíos, masacrados o sobrevivientes, tenía un relato pendiente. Las historias y obras literarias de creadores que tienen que hacer las maletas y emprender el duro camino del exilio hasta llegar a las guerras de los Balcanes de los años 90. 

–¿Europa ha sido un territorio con más exiliados que otros continentes? 

–Europa nunca ha estado exenta de ruinas y catástrofes periódicas, de forma suicida. Sobresaltos, guerras fratricidas, persecuciones raciales e ideológicas, tentaciones totalitarias y despóticas. Por muchas que sean las desgracias e infortunios sufridos, la mayor parte de estos escritores –desde Thomas Mann que dice: “donde yo esté, está Alemania” a María Zambrano, que afirma con rotundidad: “el exilio ha sido como mi patria”– sacan fuerzas para seguir escribiendo. Así lo expresa Sándor Márai: “No tengo poder ni armas que contraponer a nuestra época más que las de la escritura. Se cortan a pedazos los países para luego volverlos a coser de otra manera distinta, se violan los acuerdos, se conducen a la esclavitud a generaciones enteras para edificar las pirámides de nuevas quimeras”. Todos tenían una misión: no dejarse vencer y seguir construyendo con su escritura las quimeras de la libertad.

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–En términos generales, el exilio expresa el abandono obligado del país propio, pero encontramos casos de personas que se vieron abocadas a marcharse también de su país de acogida. 

–En muchos casos yo diría que es una cadena de huidas. Muchos exiliados encuentran por fortuna acomodo en un país, que es su primera parada del destierro, pero otros están abocados a hacer las maletas a cada paso. Esos adioses improvisados se convierten en una especie de “patriotismo nómada”, como decía Joseph Roth.

–¿Y en el caso de los judíos? ¿Prevalece la identificación con el país de origen sobre la propia condición de judío? 

–Lo explicó con un texto de 1934 publicado en Praga en Die Wahrheit, titulado La bendición del judío errante. Según él, después de la caída del Imperio Austrohúngaro, donde habían vivido en una paz relativa, a los judíos, tras la llegada de las bestias nazis, solo les quedaba un honor: ser patriotas errantes. No pertenecer a ninguna nación. “¿Qué clase de ignominia es no pertenecer a ninguna nación?”, se preguntaba Roth. “¿En qué consiste esa deshonra? ¿Por qué se avergüenza alguien cuando le reprochan que no tiene patria? Prefiero estar entre las razas que arraigar en una sola de ellas”. Quizá en esa no patria habían encontrado su identidad. María Zambrano, que recorrería en su largo exilio México, Cuba, Francia, Italia o Suiza, “de destierro en destierro”, haría del exilio la patria auténtica de su pensamiento. “El exilio, cuando se conoce, es una irrenunciable”.

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–Michel Epstein, marido de Irene Nemirovski, asegura que está cansado de huir. 

–En su caso, y el de otros judíos rusos que ya habían huido de la Revolución Rusa o escapado de los pogromos y del antisemitismo existente en Europa Oriental, no creyeron hasta el último momento que Francia, el país de la Ilustración y los Derechos Humanos, fuera capaz de entregarlos a los nazis. No le ocurre solo a los judíos franceses. Otros procedentes de otros países europeos, o del totalitarismo soviético, se encuentran con la expansión de la tiranía nazi e, incrédulos, no se plantean la posibilidad de exiliarse. Cuando decidieron huir, ya era tarde. Eso le sucede a la escritora Irène Némirovsky, atrapada en la Francia colaboracionista. No es de extrañar que muchos de estos autores judíos, desesperados y acorralados, en una soledad casi completa, se suiciden, como sucede con Ernst Toller, Walter Benjamin, Stefan Zweig o Kurt Tucholsky. Otros lo harían después, como Klaus Mann.

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–¿Qué papel tuvieron los exiliados interiores, como Szymborska, en la definición cultural de Europa?  

–Además de Szymborska podemos citar los casos de Boris Pilniak, Nikolái Gumiolov, Osip Mandelstam, Isaak Bábel o Anna Ajmátova en la Rusia de Stalin. En su encuentro con Isaiah Berlin, en 1945, tras preguntarle por sus amigos que habían emigrado, Ajmátova le dice a Berlin que tras la desaparición de Mandelstam y Tsveitáieva, Pasternak y ella están solos. Ambos permanecerían en un heroico y duro exilio interior. Emigrar se le antojaba intolerable, aunque Pasternak y ella anhelaban visitar Occidente. Su patriotismo carece de tintes nacionalistas. Por muy terribles que fueran los horrores que la aguardaban, no abandonó Rusia. No habría podido vivir fuera. Lo mismo pasó con Szymborska y otros. Rosa Chacel escribió: “Podría haberme quedado, claro que con un gran riesgo, ese riesgo lo corrieron muchos: unos cayeron, otros no”.

–“Había cortado todos los lazos que me unían a Polonia y, sin embargo, sabía que en Norteamérica sería extranjero hasta el último día de mi vida”, dice Bashevis Singer. Esta sensación contrasta con la de Nabokov, que nunca quiso volver.  

–Existe una gran ambigüedad en estas declaraciones. Aunque Singer se sintiera extranjero hasta el fin de su vida, nunca se planteó la posibilidad de regresar, aunque siguiera escribiendo sobre Varsovia y las pequeñas aldeas polacas –shtetls– de su infancia y juventud. Nabokov, Brodsky o Sándor Márai, a pesar de las invitaciones, también evitaron volver a sus países. Cada uno guardaba un rencor distinto y sufrimientos que les impedían perdonar o pasar página. No tenía que ver nada, por supuesto, con su amor por sus países, vistos desde la lejanía y a través de sus lenguas y su literatura.

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–Pensando en Nabokov y en Gombrowicz, ¿de qué manera el exilio hace saltar por los aires la idea de literatura nacional y la asociación entre nación y lengua? 

–Casi todos estos escritores huían de los delirios nacionalistas que habían provocado dos devastadoras guerras mundiales en Europa en un siglo. Gombrowizc, en una polémica con Cioran, dice algo fundamental: “La pérdida de la patria no empujará a la anarquía sólo a aquel que sepa ir más lejos, más allá de la patria. La pérdida de la patria no perturbará el orden interior de aquellos cuya patria sea el mundo. La historia contemporánea ha resultado ser demasiado violenta e ilimitada para las literaturas excesivamente nacionales y particulares”. Huían como de la peste de los sentimientos exclusivos y los valores del terruño. Buscaban un cosmopolitismo que, en aquellos momentos, es odiado por los fascismos y el Imperio Soviético. El cosmopolitismo se consideraba uno de los grandes pecados. Sobre todo en el caso de los judíos.

–¿La experiencia del exilio, en el caso de los judíos, tiene su origen, como escribió José Ángel Valente, en la expulsión de España de 1492?  

–El punto de inflexión del que habla Valente, y también Gershom Scholem, un místico judío amigo de Walter Benjamin, es 1492. La idea de la expulsión atraviesa la historia y la literatura universal, desde Homero al destierro de Ovidio en Constanza. La idea de exilio, desde una perspectiva moderna, comienza con la Revolución Francesa y con Napoleón. Pensemos en el caso de Madame Staël en Suiza o en el Journal des Emigrés. El Romanticismo lo extiende. Lo explican libros como Los exiliados románticos, de Edward Carr o Liberales y románticos de Vicente Lloréns. España ha sido un país especialmente desgraciado en materia de exilio. A lo largo de los dos últimos siglos no ha dejado de producir exiliados por la intolerancia, el despotismo y a las dictaduras. Está el exilio de los liberales del XIX, tras las purgas del regreso de Fernando VII, sobre todo hacia Inglaterra y Francia: Blanco White, Alcalá Galiano, Meléndez Valdés, Moratín y muchos otros. Más tarde, el exilio republicano nada más acabar la Guerra Civil. El momento de máximo esplendor de la cultura europea durante el siglo XX , con el efervescente protagonismo de ciudades como Viena, París, Praga o Berlín, está ligado a estos desastres. Desde 1933, con la llegada de Hitler al poder, miles de emigrados se diseminan por rincones de la Europa que estaba todavía libre o por países de tránsito, a la espera de visados para ir a Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Suiza.

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–Klaus Mann intentó mostrar que Alemania era mucho más que el régimen nazi.

–Las dos generaciones de la familia Mann, tanto Klaus, el hijo rebelde, como el patriarca, Thomas Mann, son fundamentales para entender ese rechazo radical a que los nazis se arrogaran el monopolio de Alemania. No existía una sola Alemania, la de la Cruz Gamada, sino otra, la del espíritu y el Arte, obligada a habitar fuera. Frente a la propaganda nazi, según la cual la emigración no concernía más que a los judíos y, por tanto, era un fenómeno marginal, ellos dijeron que el nacionalsocialismo era “un crimen contra los ciudadanos judíos y contra la Alemania cuyos verdaderos representantes ven cómo una banda de criminales les retiraba su nacionalidad”. Thomas Mann desconfió de la paz tras la guerra: “El mundo parece estar lleno de amenazas y la paz tiene un aspecto siniestro”. 

–El escritor Czeslaw Milosz escribe que entonces existían dos Europas; una había “penetrado en el corazón de las tinieblas” y la otra era una desconocida. ¿La historia del exilio ha tenido más repercusión en Europa occidental en relación a los países del Este? ¿No tenían la misma idea de Europa? 

–Milosz, María Zambrano, Yorgos Seferis o Thomas Mann son grandes pensadores europeos que están unidos por la experiencia del exilio. Salvo casos excepcionales, Albert Camus, en nuestras latitudes predominan mentes más parceladas. En el caso de Milosz, uno percibe que habla desde lugares “superiores”, lo mismo que un sabio antiguo. Seamus Heaney definió a la perfección la voz de Milosz con una frase suya: “El niño que vive dentro de nosotros confía en que en alguna parte existan hombres sabios que sepan la verdad”. Milosz fue un puente entre las dos Europas. Tiene libros magníficos, como El pensamiento cautivo o Necedad occidental, contra dogmas extendidos por la propaganda. “Cualquier polaco, checo o húngaro sabe bastante sobre Francia, Bélgica u Holanda, pero un francés, un belga o un holandés de cultura media apenas sabe nada de Polonia, Checoslovaquia o Hungría”, escribió.