Escena de Inquisición (1808) / FRANCISCO DE GOYA

Escena de Inquisición (1808) / FRANCISCO DE GOYA

Ensayo

Historia General de la Inquisición

El Instituto de Historia de la Intolerancia reedita, cuarenta años después de su primera traducción al español, la obra capital de Henry Charles Lea sobre el Santo Oficio

18 febrero, 2021 00:00

“La Historia de España nunca me ha atraído, pero no puedo menos de estudiarla, pues la Inquisición española es el factor que determina las persecuciones modernas”. Con esta reflexión, Henry Charles Lea comentaba en abril de 1888 a su colega irlandés William E. H. Lecky que estaba preparando la primera gran historia seria y rigurosa sobre el Santo Oficio, que finalmente publicaría en cuatro volúmenes entre 1906 y 1907, poco antes de morir. A diferencia de otros historiadores norteamericanos coetáneos, Lea no entendió la Inquisición como ejemplo para estimular la leyenda negra y alimentar los sentimientos antiespañoles o anticatólicos tan en boga en aquellos años.

Había nacido en Philadelfia en 1825 y murió en 1909 en la misma ciudad. Era hijo de un editor y científico erudito, descendiente de cuáqueros, y de una católica de origen irlandés. Su familia, integrada primero en el episcopalismo y más tarde en la Iglesia Unitaria, le proporcionó una extraordinaria formación científica y humanista. Sus primeras publicaciones fueron sobre el peróxido de manganeso y los fósiles eocénicos.  Tenía dieciséis años. Después de otros trabajos científicos y dirigir la editorial familiar, a sus cincuenta años decidió retirarse de sus empresas y dedicarse en exclusiva a su gran pasión: la Historia.

Empezó con estudios centrados en la época medieval, continuó con aspectos jurídicos e institucionales y desembocó en la Historia de la Iglesia. La pregunta clave que siempre le acompañó en sus investigaciones fue cómo la Iglesia había alcanzado y mantenido una incuestionable hegemonía desde la alta Edad Media, incluso cuando la sociedad civil ya se había emancipado de ella. En una carta dirigida a Salomón Reinach en 1901 reconocía que había comenzado sus estudios medievales sin prejuicio hacia al catolicismo, “pero hallé en la Iglesia un sistema político adverso a los intereses de la humanidad. Contra ella en cuanto religión yo no tengo nada que decir”.

retrato

El historiador Henry Charles Lea

Sin moverse de su biblioteca ubicada en el 2000 de Walnut Street –y mediante una extensa red de diplomáticos, libreros, eruditos, viajeros, y abogados a su servicio– consiguió crear un diligente canal de envíos, con préstamos, respuestas, originales y copias por el que recibió miles de documentos y centenares de regesta. En España, su principal intermediario fue un joven Marcelino Menéndez y Pelayo, quien, después de leer el primer tomo de su History of the Inquisition of the Middle Ages (1887-88), le comentó: “Ya comprenderá que, en ciertos puntos, mi criterio como católico tiene que diferir del de usted. Pero la historia tiene la ventaja de que pueden estar de acuerdo en cuanto a los hechos los mismos que no lo están en cuanto a los principios”. 

Unos días más tarde, el 26 de enero de 1888, Lea le respondió: “Yo quiero, si es posible, satisfacerme con el manantial secreto de la actividad que condujo a una raza de espíritu tan elevado e incluso tan turbulento como el de los españoles a colocar sobre sus cuellos un yugo tan pesado como el del Santo Oficio”. Este intercambio de impresiones entre dos historiadores, tan distantes por su ideología, tuvo un trasfondo económico: las remesas de dólares que Lea enviaba a Menéndez Pelayo para que los administrase y repartiera como mejor le pareciera entre los archiveros-copistas de documentos.

1983

Edición de 1983

La nómina de españoles que colaboraron con la investigación de Lea es muy extensa. Su primer contacto fue Amador de los Ríos, a quien le hizo una observación en 1870 que no estaba nada desencaminada: “Me siento dispuesto a pensar que las historias de diabólicos manejos de tortura inquisitorial no son auténticas, pues la cuerda, el potro y el brasero eran suficientes para sus fines en la práctica, y que mayores refinamientos no eran necesarios, a no ser para influir en la imaginación de las gentes un misterioso terror a los horrores de la Inquisición. ¿Puede usted decirme si tengo o no razón?”. 

Entre sus colaboradores estuvo Antonio Paz y Meliá que trabajó como copista y transcriptor. Lea mantuvo correspondencia, entre muchos otros eruditos y diplomáticos, con Francisco de Bofarull, director del Archivo de la Corona de Aragón, con Francisco Palomares, pastor evangélico sevillano que intentó poner en marcha el primer museo de la Inquisición, con Claudio Pérez y Gredilla, director del Archivo General de Simancas, y con Ramón de Santa María, director del Archivo General de Alcalá de Henares y antiguo vicecónsul norteamericano en Madrid.

nstrucciones del Santo Oficio de la Inquisicion tanto antigüas como nuevas ordenadas alfabéticamente  (1627), obra de Gaspar Isidro de Arguello

nstrucciones del Santo Oficio de la Inquisicion tanto antigüas como nuevas ordenadas alfabéticamente (1627), obra de Gaspar Isidro de Arguello

Instrucciones del Santo Oficio de la Inquisicion (1627), obra de Gaspar Isidro de Arguello

Para el liberal y tolerante Lea, el principal responsable del problema del atraso y de la singularidad española no fue la institución inquisitorial sino la Iglesia: “El español llegó a ser lo que la Iglesia quiso que fuera. El clericalismo, para bien o para mal, ha sido principal factor de control de los destinos de España, del agotamiento de sus recursos, del moldeamiento del carácter de su pueblo. Ahora bien, la Inquisición fue la coronación de su obra”. A History of the Inquisition of Spain (1906-1907), en cuatro volúmenes, fue también la culminación de la suya, que supuso un salto cualitativo y cuantitativo más que significativo en los estudios inquisitoriales.

Cuando murió estaba considerado el mejor historiador norteamericano, con más reconocimientos y doctorados honoris causa (Giessen, Pennsylvania, Harvard y Princeton, entre otras) y miembro de más de treinta asociaciones y academias científicas de Alemania, Italia, Rusia, Inglaterra, Escocia, Estados Unidos. Ninguna de España. Según Ángel Alcalá, fueron los caciques ministeriales y universitarios los que impidieron que su Historia de la Inquisición Española pudiera publicarse en castellano, y los que le dedicaron todo tipo de descalificaciones (fanático anticatólico, poco riguroso, sensacionalista…). 

Su rehabilitación definitiva se produjo con la edición de 1983, traducida por el citado Alcalá y Jesús Tobío, y con un extenso y magnífico estudio preliminar del mismo Alcalá, quien además revisó todas las notas junto a las archiveras del Histórico Nacional. El resultado fueron tres voluminosos tomos en rústica (casi 3.000 páginas), publicados por la Fundación Universitaria Española. La obra se agotó rápidamente. Ahora, cuatro décadas más tarde, es nuevamente reimpresa gracias a las gestiones de otro historiador de la Inquisición de reconocido prestigio: José Antonio Escudero. Dos únicas novedades respecto a la primera edición en castellano que pueden parecer un asunto menor, pero no lo son. La pésima encuadernación en rústica de 1983 hizo que muchos de estos volúmenes acabaran en malas condiciones por su continua consulta,en las bibliotecas universitarias o de otros centros de investigación. Hay que celebrar que una obra tan voluminosa y requerida se haya editado en tapa dura.

2020

Edición 2020 

La segunda novedad es el prólogo del profesor Escudero, catedrático de Historia del Derecho y director del Instituto de Historia de la Intolerancia, en el que se expone con todo detalle la compleja historia de la edición de 1983, inserta en unos años en los que la historiografía inquisitorial española se despojó por fin de complejos históricos y se convirtió en un referente mundial con multitud de investigaciones y publicaciones que renovaron profundamente nuestro conocimiento sobre el Tribunal del Santo Oficio. Los rendimientos decrecientes en años posteriores quizás hayan facilitado el retorno de los tópicos y los clichés y del manoseado debate sobre la vigencia de la leyenda negra.

La reedición de esta magna obra no es un gesto nostálgico. Es la reivindicación más actual aún de la historia seria y rigurosa, de la objetividad del historiador y del valor de la historia como conocimiento, clave para comprender el presente. En palabras de Lea: “Mi concepto del oficio de historiador es que busque la verdad y la exponga sin favor y sin miedo. Es lo que he intentado hacer, dejando a mis lectores sacar sus propias conclusiones, por más que a veces sea menester refrenarse para ocultar los sentimientos de simpatía con los oprimidos y de horror o asco hacia el opresor”.