La Princesa de Éboli
Caprichosa y seductora, la Éboli es la mujer fatal del siglo XVI, enamorada de Don Carlos, el hijo de Felipe II
17 enero, 2021 00:00La Princesa de Éboli, la mujer fatal de la España del siglo XVI. Como tal, la calificó Gregorio Marañón en el libro que escribió sobre Antonio Pérez. Esa condición le ha atribuido la historiografía, la literatura y el cine durante muchos años. La literatura romántica europea la estigmatizó insertándola como figura principal en la red de perversidades que se adjudican a Felipe II. La obra de Saint-Real sobre Don Carlos, el hijo de Felipe II, (escrita en el siglo XVII), había sentado las bases del papel presuntamente conspirativo del personaje al que se atribuía la responsabilidad de contribuir al idilio del príncipe Don Carlos con su madrastra Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Caprichosa, frívola, ambiciosa y seductora, se le llegó a atribuir el intentar seducir al propio príncipe Don Carlos. La ópera de Schiller nos pinta a la Éboli como una dama intrigante y examante del Rey, enamorada de Don Carlos, sin conseguir la correspondencia de éste. La etiqueta de presunta amante del rey Felipe II sería arrastrada historiográficamente por los narradores de la vida de Felipe II. Le dio carácter de presunto rigor Gaspar Muro en 1877 y han sido muchos los historiadores que lo han repetido, asociando el personaje más que a Don Carlos y su muerte (1568) a lo que ocurrió diez años después: el asesinato de Juan de Escobedo y la caída en desgracia de Antonio Pérez (1578).
Belén Rueda en 'La princesa de Éboli' / FLIXOLÉ
La mujer fatal, amante paralela del Rey y de su secretario Antonio Pérez, que generaría para guardar el secreto el asesinato de Juan de Escobedo, el secretario indiscreto de Don Juan de Austria y a partir de ahí un aluvión de problemas para el Rey. Esta es la versión que institucionalizaría Kate O’Brien en su novela Esa dama (1946) que convertiría en película Terence Young con Olivia de Havilland como protagonista. Y esa es la versión repetida con múltiples matices en novelas (la más interesante es la de Almudena de Arteaga, auténtico bestseller en 1997) aunque sobre el personaje y su entorno han escrito múltiples escritores como Manuel Ayllón, Wencker Wilbberg que la llamó la nueva Salomé y Antonio Gala que escribió El pedestal de la estatua (2007) y, desde luego, en el cine y la televisión. Ahí están la serie de televisión Mujeres insólitas (1977) con Marisa de Leza como intérprete de la Éboli, la película La conjura del Escorial (2008) con Julia Ormond como protagonista o la que produjo Antena 3 con Belén Rueda de personaje principal (2010).
El exotismo del parche de su ojo derecho contribuyó al mito, aunque no siempre se tuvo en cuenta en qué ojo llevaba el parche. Belén Rueda interpretó el personaje con el ojo izquierdo tapado. Poco a poco los historiadores han ido rescatando a la Éboli de su papel de persona sin escrúpulos. Lo hizo de alguna manera Fernández Álvarez en el 2009 y, sobre todo, han contribuido decisivamente a su revisión histórica Trevor Dadson y Hellen Read publicando su correspondencia con 74 cartas autógrafas que han proporcionado una aproximación a su personalidad mucho más benévola.
Las desgracias de la Éboli y la política
Efectivamente, la primera evidencia es que Ana de Mendoza de la Cerda y de Silva y Álvarez de Toledo fue una noble arquetípica de la gran nobleza castellana del siglo XVI, una rama de la ilustre familia Mendoza. Se casó muy joven a los 12 años con Rui Gómez de Silva, príncipe de Éboli, 24 años mayor que ella, aunque el matrimonio no se consumaría hasta que ella tuvo 17 años. Tuvo diez hijos (uno de ellos sería arzobispo de Zaragoza) con su marido, que murió cuando ella tenía 33 años. Los problemas vinieron a su viudez. La correspondencia refleja una buena esposa y madre, preocupada por la administración de sus rentas y el prestigio de la familia. Su presunta vocación religiosa tras la viudez le llevó a la fundación de dos conventos carmelitas, ejerciendo como presunta monja, en cuya gestión chocó frontalmente con Teresa de Jesús, que no asumió el comportamiento de la Éboli por su absoluta y total falta de obediencia a las reglas conventuales. Después sobrevendría el oscuro asesinato de Escobedo en Madrid, que pronto se le atribuyó a Antonio Pérez y que supondría la inserción de ella en la red de presuntos culpables con su apresamiento durante doce años hasta su muerte en 1592.
Es difícilmente creíble que todas las penalidades de la Éboli en sus últimos años fueran el producto de la necesidad del Rey de esconder los presuntos amores con ella, que había divulgado Escobedo como tantas veces se ha dicho. Ciertamente, pudo ser amante del Rey, que tuvo muchas. Ella asistió a las bodas del Rey tanto con María Tudor como con Isabel de Valois. Conoció al Rey muy de cerca y desde luego pudo ser amante de éste y de Antonio Pérez paralelamente. El tal Antonio Pérez estaba casado y tuvo siete hijos de su matrimonio. La convicción actual de los historiadores es que en las desgracias de la Éboli más que en el mórbido papel de mujer fatal entre el Rey y su secretario, contó la problemática política.
¿Dónde está toda la documentación?
Pérez fue un secretario multiusos “que sabía demasiado” respecto a la trastienda política de la Monarquía de Felipe II en los Países Bajos, con dos fuerzas enfrentadas: la opción más liberal que representaba el ebolismo y la línea dura que representaban el Duque de Alba y los suyos. Cada vez se solidifica más la imagen de una Corte muy desguazada desde la muerte del príncipe Don Carlos con muchas intrigas y conjuras políticas que, en buena parte, lideraría el propio Don Juan de Austria desde los Países Bajos y en cuyo seno pudo tener papel más importante de lo que creíamos el personaje de la Éboli.
Desde luego, fue ella la que cargó más con el marrón de la coyuntura pues no salió de la prisión nunca mientras que Antonio Pérez tardó en perder su título de secretario y a la postre pudo huir en circunstancias sospechosas.
La verdad última de toda la historia de la Éboli nunca la sabremos porque la documentación originaria se ha perdido. Posiblemente la quemó el propio Rey y desde luego, es absurda la tesis de que Pérez se llevaría a su exilio cofres con papeles comprometedores que nadie ha visto nunca. Por más esfuerzos que se han hecho por acumular información respecto a los supuestos secretos de la Éboli, con Nacho Ares a la cabeza, ni siquiera hoy tenemos clara su iconografía. Su arquetípico retrato atribuido a Sánchez Coello no es de este autor y es muy posterior a su muerte.