'Libro Abierto' (1930) / PAUL KLEE

'Libro Abierto' (1930) / PAUL KLEE

Ensayo

Bibliomanías y otras catástrofes (ilustres)

Cátedra publica 'Tocar los libros', un ensayo autobiográfico de Jesús Marchamalo sobre la pasión de leer y la costumbre (exquisita) de acumular objetos librescos

17 junio, 2020 00:00

“De allí a dos días, se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra” (Primera parte. Capítulo VII). El hidalgo quería tan sólo ver que sus volúmenes seguían allí, donde los había dejado antes de su primera y desastrosa salida. Cervantes nos dejó con este pasaje uno de los momentos más estremecedores de la novela: un lector sin poder tocar sus libros, un bibliómano sin su estímulo de tinta y papel, un síndrome de abstinencia que acompañó al caballero manchego hasta su derrota en la playa de Barcelona.

La bibliomanía es también un género editorial que intenta calmar emocionalmente a lectores, bibliófagos o no. Son infinidad los volúmenes que ofrecen calma y sosiego a los lectores y los protegen de sí mismos, con historias de otros que también han padecido similares emociones o desequilibrios. El crítico británico David Trigg publicó un muy recomendable recorrido visual por libros y lectores en obras de arte desde Pompeya hasta los inicios del siglo XXI (Phaidon, 2018). En esta galería encuadernada se exhiben santos y escribas, eruditos, mujeres, lectores ausentes, libros quemados. Trescientas obras de museos y colecciones de todo el mundo que trascienden épocas y cultura y que conmueven a cualquier lector. 

trigg

Las editoriales han publicado desde Manuzio infinidad de libros sobre la lectura en el arte o el arte de la lectura. Javier Azpeitia coordinó en 2007 un precioso e imprescindible volumen con un título bíblico: Libro de libros. Dieciocho cuadros que tienen al libro como protagonista o actor secundario son cuidadosamente fragmentados en su interior y acompañados por una antología de textos extraídos de la Biblia, de clásicos griegos o castellanos, Goethe, Borges, etc. El volumen se cierra con el cuadro Libro Abierto de Paul Klee y un pasaje de Farenheit 451 de Ray Bradbury que termina con una irónica advertencia: “No juzgue un libro por su sobrecubierta –dijo alguien–”.

Los libros son objetos animados que despiertan entre muchos lectores una pasión irrefrenable. A esta bibliofrenia le dedicó un precioso librito Joaquín Rodríguez en 2010, en el que recopilaba veinticinco perfiles de bibliómanos irredentos de todo tipo. Uno de ellos era el británico Richard Heber, que siempre recomendó: “Un caballero debe tener tres ejemplares de cada libro; uno para enseñarlo, otro para usarlo y el tercero para prestarlo”. Viajó por toda Europa en busca de libros. Su ambición coleccionadora le llevó a comprar bibliotecas enteras, y antes de morir tenía ocho casas-bibliotecas repartidas por Inglaterra y otras ciudades europeas (París, Amberes, Bruselas, Gante). En total unos 150.000 volúmenes que, poco después de morir en 1833, fueron vendidos al mejor postor. La subasta de la Biblioteca Heberiana duró 216 días. Quizás, ante esta tentadora codicia no deberíamos nunca olvidar la recomendación de Gustave Flaubert: “La biblioteca de un escritor debe estar formada por cinco o seis libros, que son todas las fuentes que hay que releer todos los días. En cuanto a los demás libros, es bueno conocerlos y basta”. 

azpeitia

El historiador y poeta onubense Manuel José de Lara, en el pregón que dio en la Feria del Libro de Huelva en 2014, refirió como hacía un par días la policía local le había multado. Y, ante la mirada incómoda de las autoridades municipales allí presentes, hizo el cálculo de la desorbitada y arbitraria cantidad que había tenido que pagar: “¡Nada más y nada menos que ocho libros!”. Las medidas que un bibliómano tiene de su realidad y de su entorno están condicionadas por el precio, el tamaño o el tiempo de lectura de un libro.

Pese a todos los contratiempos, el género editorial de la bibliomanía nunca desfallece. Los devotos de la Cofradía y Hermandad de los Buenos Libros están de celebración. Jesús Marchamalo ha publicado de nuevo, corregido y aumentado, un pequeño gran volumen: Tocar los libros (Cátedra). Es un libro personal y autobiográfico sobre la pasión por leer y por acumular todo tipo de objetos librescos. Como en toda biblioteca, hay libros sin leer, leídos a medias, anotados, olvidados o recién llegados. Su bibliofrenia alcanza cotas muy placenteras cuando visita colecciones ajenas y describe los usos y manías de sus propietarios, autores reconocidos y muchos de ellos ya desaparecidos. 

Pero, más que los escritores, importa el (des)orden de sus libros, escondidos o mostrados. Hay libros libertarios que buscan por sí mismos su mejor acomodo, libros con su propia guardia personal que suelen ser soldaditos de plomo, libros abandonados por la entrada de nuevos hermanos que ocupan su sitio, y quedan a la espera en orfanatos a que lleguen nuevos padres adoptivos y, en el peor de los casos, el inmisericorde camión de la basura. Hay libros ordenados por autor –unos delante y otros detrás–, por tamaño, por editoriales, por año de publicación, por fecha de lectura, por temas, por fecha de nacimiento del autor. En ocasiones, las bibliotecas personales parecen puestos del Rastro de Madrid o los Encantes de Barcelona con libros y otros cachivaches. Hay muchos libros fetiches, dedicados o marcados por los autores, lecturas de infancia o clásicos juveniles.

marchamalo

Cuando los bibliómanos cumplen años suelen sucumbir ante la imparable y tan molesta amnesia que, como confesaron Stéphane Mallarmé o Patrick Süskind, les hace releer o comprar libros sin ser conscientes de estar navegando por el mismo mar.  El desasosiego llega cuando reconoces que el final ya lo habías leído. Es también el fastidio de Savater cuando no encuentra el libro que, a ciencia cierta, sabe que tiene y que ha de comprar otra vez para volver a ser leído.

Al final los libros pueden convertirse, dice Marchamalo, en un peligroso ejército invasor. Impagable es la anécdota de Dámaso Alonso que, por las mañanas, aseado y desayunado, se vestía y se ponía en la puerta “para impedir que entre en casa un solo libro más”. Sus espaldas estaban cubiertas por un ejército libresco de más de cuarenta mil volúmenes. Los libros que entran por los que salen, como se propusieron hacer mi querida editora Felicidad Orquín y su marido, Juan Eduardo Zúñiga. Al final, aunque parezcan que son muchos, nunca son bastante, porque como escribió Benjamin Disraeli: “Guárdate del hombre de un solo libro”.