Cartel propagandístico de la Revolución Rusa

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Ensayo

La verdad nunca llega tarde

Renacimiento publica ‘Antes de que sea tarde’, las memorias de Carmen Parga, un testimonio en primera persona de las sombras del ‘paraíso soviético’ y el exilio

5 junio, 2020 00:10

“Molotov dijo queridos hermanos y ya no éramos ni ciudadanos ni camaradas; estaba anunciando que el dolor y las calamidades iban a hermanarnos”. Los comunistas acababan de huir de una España derrotada e, instalados en la Unión Soviética, viviendo estrechamente, pero a salvo, supieron que la Segunda Guerra Mundial era un hecho. Y que el terror, el frío y el hambre volvían a ser parte esencial, y tal vez única, de sus vidas. 

Antes de que sea tarde (Renacimiento) son las memorias de Carmen Parga, una mujer valiente e independiente, con formación universitaria, que ligó su vida y su compromiso a los de su marido, el dirigente comunista y militar Manuel Tagüeña. Lo había conocido siendo una joven politizada, de familia socialista y cultivada, estudiante, muy lejos del modelo de madre y esposa con el que la mayoría de la mujeres de su generación habrían de toparse. Fue, en efecto, la esposa de un destacado miembro del Partido Comunista, pero mantuvo siempre su ambición de independencia económica y autonomía personal. Más allá de la idea de un trabajo y sustento propios, Carmen Parga defendió su cuarto de atrás, la versión de Carmen Martín Gaite del cuarto propio de Virginia Wolf

Parga perteneció a aquellas mujeres sin sombrero que reivindicaron un lugar en un mundo de los hombres, pero además tuvo una clara vocación política que, por su marido y por ella misma, le hicieron vivir  circunstancias excepcionales, tanto en la España que la obligó a huir como en ese peregrinaje por Rusia y otros países de la URSS que la acogieron, y a la vez la decepcionaron profundamente. Con lealtad y gratitud, especialmente a quienes los ayudaron, no dejó de ver nunca cómo la realidad no se correspondía con aquello con lo que ella, y tantos como ella, habían soñado.

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Mujeres republicanas en el exilio tras la Guerra Civil

Según la historiadora sevillana Inmaculada Cordero (autora de Los transterrados y España y El espejo desenterrado. España en México, entre otros títulos) el papel de las mujeres exiladas fue distinto al de sus parejas, padres, hijos o maridos, y resultó fundamental a la hora de sostener las familias y las relaciones en los países de acogida, perdidos los vínculos con la que había sido su patria. Son las mujeres las que procuran el sustento, aceptan todo tipo de trabajos con menos miramientos y, tal vez menos  soberbia, que ellos, profesionales, intelectuales, artistas que ven como sus currículos no sirven para nada. Buscarse la vida, además de para sacar adelante a la familia, tiene otras consecuencias: crea vínculos en el país de acogida en los trabajos, y con los vecinos, y mantiene una cierta cohesión entre exiliados gracias la red de ayudas mutuas. 

No es ningún secreto que los republicanos, derrotados y exiliados, mantuvieron las fracturas y disensiones irreconciliables, que hacían prácticamente imposible ofrecer una imagen cohesionada del gobierno y los partidos en el exilio. El sectarismo que los había dividido en su tierra continuó separándolos fuera de ella, a pesar de tener un enemigo común tan poderoso como la dictadura, que había expulsado y asesinado a tantos de los suyos. Esas diferencias, sin embargo, no alcanzan a las mujeres, que van restableciendo relaciones por supervivencia gracias a su capacidad emocional para adaptarse a la nueva vida. 

Exiliados en un campo en Francia

Exiliados republicanos en un campo de acogida de Francia

Según Cordero esta es una seña de identidad de las mujeres que irá, a la larga, teniendo consecuencias reales en los grupos de exiliados a pesar de  las directrices de los partidos y las hondas discrepancias políticas. Y, añade la historiadora, esa capacidad de adaptación las convierte en extraordinarios testigos de la vida cotidiana, fuente fiel de las condiciones reales por las que pasaban los exiliados, los niños y los mayores. Serán estupendas cronistas de los avatares que las familias expatriadas sufrieron en países de culturas tan diferentes, lugares donde los españoles eran extraños y padecían el extrañamiento de los apátridas. 

Inmaculada Cordero apunta al epistolario, los diarios y algunas memorias como parte de ese vasto archivo de testimonios personales escritos por mujeres, y que ahora están sirviendo para conocer en profundidad la letra pequeña de la España contemporánea. Algunas de esas mujeres son conocidas como Concha Méndez, Clara Campoamor o Constanza de la Mora, pero otras forman parte de esa conciencia anónima que sirve para conocer las experiencias colectivas de la Historia. 

Clara CampoamorClara Campoamor

Clara Campoamor

En el caso de las memorias de Carmen Parga, aparte de cumplir las virtudes de las que habla Cordero, puesto que describe minuciosamente las condiciones y los detalles cotidianos del exilio, tiene el inmenso valor de ser uno de los pocos testimonios de los que disponemos de la vida de los comunistas españoles en la URSS. Hay, sin duda, biografías y autobiografías de personajes como Carrillo, Dolores Ibárruri o la muy popular Yo que fui ministro de Stalin, de Jesús Hernández. Mucho más tarde llegaron las de aquellos que romperían con la línea oficial del PCE: Jorge Semprún, Fernando Claudín  o Manuel Azcárate. Pero pocos relatos de esos primeros años, con la terrible experiencia de la guerra y las consecuencias de la política económica estalinista, son comparables al testimonio de Parga. 

Las intrigas y las presiones políticas aparecen en el libro, y no solamente como un fondo que afecta a su marido y a otros dirigentes comunistas, sino por su propia actitud e implicación. Merecen sin embargo menos atención para la escritora que la vida real de quienes la rodeaban. Aun siendo tratados, ella y su familia, como invitados de excepción en Moscú y en otros destinos, Parga no se contenta en narrar su propia experiencia, sino que indaga en la vida de otros ciudadanos. Consciente de sus  privilegios, por humildes que fueran, se interesa por cómo viven de verdad el resto de los vecinos, visita sus casas compartidas, con una sola habitación para cada familia, descubre sus dietas de racionamiento y la ausencia de carbón para combatir el frío, las ropas, usadas mil y una veces, y en definitiva, la pobreza general del pueblo ruso que, desde el primer momento le causa una profunda decepción. 

Pasionaria

Dolores Ibárruri, Pasionaria

Más tarde la guerra los igualará, porque las condiciones de vida serán igualmente duras para todos, aunque siempre pudieron contar con una cierta protección como parte del staff del PCUS, pese a su condición de extranjeros. Parga, sin cargar mucho las tintas en ataques personales, sí retrata a un partido, el suyo, sometido a la vigilancia y al miedo, un ambiente del que no escapan sus compañeros españoles, aunque salve a personas como Dolores Ibárruri, Pasionaria –de la que destaca su humanidad casi maternal– y a otros que les tendieron una mano. La familia de Tagüeña será evacuada, vivirá las turbulencias de la amenaza nazi, y volverá a Moscú para tener que pelear por su antigua vivienda, ocupada por otros dirigentes en su ausencia. Todo es provisional, todo resulta frágil. Durante esos años, Parga comparte la angustia de las purgas que sufren muchos de los que habían sido amigos y combatientes en la guerra de España, el silencio y la cautela ante posibles represalias y las dificultades de su condición de huéspedes, con pocas opciones vitales fuera del Partido y de la URSS. 

Pero si los años primeros del exilio y la guerra resultan fascinantes en la voz de Carmen Parga, lo que es verdaderamente insólito es el relato del periplo de la familia por otros países del bloque socialista. La Yugoslavia de Tito o la Checoslovaquia de los años cincuenta son retratadas con vigoroso estilo y enorme honestidad: los Tagüeña quedarán marcados como simpatizantes de ese prócer díscolo que fue el líder yugoslavo por sus desavenencias con la cúpula del PCUS. Son amenazas, no siempre explícitas, que van tiñendo esta crónica, aunque no la copan. Los trabajos universitarios, las relaciones con otras familias, la cultura, el ocio son contados por Parga de manera tan minuciosa que el lector conoce, y comprende, las luces y las sombras de unas vidas cada vez más desarraigadas de su patria y, al mismo tiempo, cada vez más incómodas para los países de acogida.  

Jorge Semprún

El escritor Jorge Semprún

De entre sus relaciones íntimas destaca la amistad con el sobrino de Pepe Díaz –el que fuera secretario general del PCE, que se suicidó en un hospital de Tiblisi– Pepín, tal vez su amigo más discreto, con el que podían compartir el distanciamiento, cada vez más palpable, con la política soviética, incluso después de Stalin. En todas partes cuecen habas, y en todos aquellos lugares donde vivió encuentra Parga gestos amables, corazones generosos, hospitalidad y amistad. Sin embargo, los prejuicios, la presión de un Estado policial y las conspiraciones partidistas no pasan desapercibidas para una mujer que, antes de partir para siempre de Praga, en 1955, le dijo a un funcionario: “Mire, abusan de nosotros porque somos emigrados políticos, gente sin ciudadanía, pero si no resuelven pronto nuestro caso le voy a pedir protección al general Franco porque entre tirano y tirano aquel es paisano mío”. Una provocación que asusta a la propia Parga nada más decirla, pero que la ayuda a salir del círculo infernal del papeleo, una constante en las vidas de los refugiados. Años después pasará un calvario en México para regularizar el pasaporte de su hija, que tenía el nombre de su padre en ruso. 

“El resentimiento es una intoxicación” escribió Albert Camus, un pensamiento del que está absolutamente libre Parga, que escribe sin pelos en la lengua, pero con una inmensa compasión. Incluso en las situaciones más hostiles es capaz de encontrar el lado bueno, la generosidad de quienes se arriesgan por ayudarles, la complicidad de tantos, la oportunidad de conocer lenguas y costumbres. En 1955 la familia dejará la Unión Soviética para instalarse en México. Es un viaje largamente planeado que deberá vencer todo tipo de obstáculos burocráticos. Viajarán en avión y en barco. No volverán a España porque en México, como ocurriera con tantos y tantos republicanos españoles, encontrarán su lugar en el mundo, y no solo por la lengua compartida. Al contrario, para Parga ese peregrinar por Europa del Este tendrá la ventaja de haber provisto a sus hijas de un equipaje variado de idiomas: ruso, checo y algunas lenguas de los Balcanes.

Manuel Tagüeña viajará solo a España en 1961 para encontrase con su madre, muy  enferma, el único momento en que la familia dudó si debía volver a España, a pesar de Franco y de un régimen que odiaban y los odiaba. Nunca regresarían. México sería su última patria. Manuel Tagüeña morirá allí en 1971 y Parga muchos años después, en 2004, tras haber visitado en varias ocasiones España e identificarse con las nuevas generaciones de la izquierda, pero sabiéndose otra y en otro país. Escribe sus recuerdos a instancias de sus nietas y, casi al final, en una suerte de epílogo, reconoce una gratitud infinita a México, porque es donde sus hijas han podido educarse y vivir en libertad, lejos del miedo y de la carga que los hijos de algunos retornados sufrieron al volver a una España con el dictador aún vivo. 

La idea de libertad, el convencimiento de que no es posible una sociedad justa sin libertad, la acompañará siempre, aun cuando le acarreara ser mal vista y hasta blanco de sospechas. “En Praga nos habían acusado de trabajar para la CIA, cuando llegamos a México fuimos sospechosos de trabajar para la NKVD”. Amargo será también compartir con camaradas y amigos la desilusión por la experiencia en el Estado que habían considerado una panacea y que incluso los más críticos se resistían a atacar: “Era como si llegáramos de la luna, que ellos creían inofensiva y de queso y nosotros sabíamos de sus precipicios y peligros”. 

Portada de las memorias de Carmen Parga / RENACIMIENTO

El testimonio de Parga es valioso por la experiencia vivida, pero muy especialmente por su honestidad y su alegría vitalAntes que sea tarde es el relato apasionante de las diferencias y tensiones de un bloque socialista que se ha percibido siempre, para defenderlo o denostarlo, como algo monolítico, sin matices, vinculado a la grisura de la ortodoxia. No son así ni los ciudadanos ni las ciudades por las que deambularán los Tagüeña. Y son esas diferencias y divergencias las que explican hechos que ocurrieron mucho más tarde, derrumbada la URSS y descompuesto el eje del Pacto de Varsovia

En los años que vivió en Yugoslavia, la escritora supo adivinar las cicatrices y heridas no resueltas de unos pueblos que, a la muerte de Tito, habrían de enfrentarse en la sangrienta guerra de los Balcanes ante una Europa atónita. También se presagia en su relato los sucesos de la Primavera de Praga y el dramático desenlace de las divergencias entre algunos próceres checos y sus mayores del PCUS. Su inagotable  curiosidad, y su ausencia de prejuicios, convierten a Parga en una narradora excepcional. En la más fiable de las voces para entender cómo vivieron y sintieron aquellos comunistas españoles que, con excepciones y a pesar de todo, acabaron siendo también non gratos en la URSS. “Ojalá el pueblo ruso siga siendo tan inocente y bueno” escribió recién llegada, con la inocencia que ella también perdió.