Galdós, biografía y centenario
El escritor, cronista de la España decimonónica, es objeto de una nueva biografía firmada por Cánovas Sánchez, preludio del inminente centenario de su muerte
28 noviembre, 2019 00:00En el prólogo a la tercera edición de La Regenta, publicada en 1901, unos meses antes de la muerte de su autor, con apenas 49 años, Benito Pérez Galdós señalaba, a modo de conclusión, que la literatura estaba “en apremiante deuda con Leopoldo Alas”. Algo similar se habría podido escribir del autor de los Episodios Nacionales, cuyo éxito fue discutido en vida. El ala más conservadora de la Real Academia, liderada por Antonio Cánovas del Castillo, trató de impedir su acceso al cenáculo de la lengua, que se consumó gracias al apoyo de Marcelino Menéndez Pelayo y José María Pereda.
Los escritores de vanguardia despreciaron su prosa, cosa que décadas más tarde también hizo Juan Benet, que escribió: “El culto a Galdós es una desgracia nacional”. Las excelentes críticas, el aplauso de autores como Antonio Machado, Clarín, Emilia Pardo Bazán o María Zambrano –“lo que Galdós nos da es la vida del español anónimo”– o su nominación al Nobel en 1912 no fueron suficientes para disuadir a sus críticos, que condenaban sus trabajos a pesar del reconocimiento que supone formar parte de los temarios oficiales de Secundaria. Los actos del centenario de su muerte, que se conmemoran en 2020, buscan devolverlo a la vida. Y han empezado por una nueva biografía firmada por Francisco Cánovas Sánchez y publicada por Alianza. “A Galdós le sucede como a Cervantes, se conoce mucho mejor su obra que su trayectoria biográfica”.
El último de sus biógrafos lo retrata como un hombre “reservado, que permaneció en un plano discreto y no consideró oportuno dar detalles de su vida personal”. De ahí que la mayoría de los investigadores literarios hayan dado más importancia al estudio de su obra. Cánovas Sánchez opta por lo contrario. En su libro reconstruye el contexto político y social de Galdós –especialmente el mundo de las clases burguesas– que aparece en sus libros.
Demócrata convencido, el autor de Fortunata y Jacinta creía que el escritor debía ser un observador de la realidad social: “La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de cuanto bueno y malo existe en el fondo de esta clase [burguesa], de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban a las familias”.
En este artículo de 1870, publicado en Revista de España, Galdós manifestaba que la burguesía tenía que encabezar la construcción de la sociedad moderna que parecía estar fraguándose durante el sexenio democrático: “Ella asume por su iniciativa y su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios”. Galdós, al decir de Clarín, apostó por esta renovación literaria, siendo “el más atrevido, el más avanzado” y rechazando las formas novelescas convencionales que, como el “folletín foráneo lleno de traidores, de melodramas, jorobados y adulterinos”, solamente busca la mera distracción.
No aspiraba a distraer a los lectores. Buscaba concienciarlos ante los problemas de su tiempo y mostrarles la realidad. Creía que la educación era uno de los pilares de la sociedad moderna y que la novela, al ser género más leído y popular, debía participar en esta misión. Sin didactismos, su literatura es la de un observador que recorre calles, pueblos y ciudades para narrar, desde la ficción, cuanto sucede. En su juventud aspiró a ser dramaturgo y este interés por el teatro es la razón que le convirtió en un agudo retratista social en la escritura y también en el dibujo, complemento a su obra de ficción: “Antes de crear literariamente los personajes de mis obras, los dibujo con el lápiz para tenerlos después delante mientras hablo con ellos”.
No aspiraba a distraer a los lectores. Buscaba concienciarlos ante los problemas de su tiempo y mostrarles la realidad. Creía que la educación era uno de los pilares de la sociedad moderna y que la
No le interesan los tópicos románticos. Al igual que Balzac, construyó su propia comedia humana. Menéndez Pidal le recriminó “no presentar la realidad bastante depurada de escoria”, pero Galdós ni quería depurar ni decorar con artificios las cosas. Como Isidora Rufete, el personaje de La desheredada, el escritor camina por los “barrios bajos” de Madrid y describe “las miserables tiendas, las fachadas mezquinas y desconchadas, los letreros innobles, los rótulos de torcidas letras, los faroles de aceite amenazando caerse”. Fue el gran retratista de la capital de España. “Su patria es Madrid por adopción, por tendencia de su carácter estético, y por agradecimiento”, dijo Clarín. En sus novelas está toda la España de finales del XIX, con sus miserias y sus opacas grandezas, con sus esperanzas de futuro y la desilusión finisecular, contrastes, injusticias, y el anhelo de que algo puede cambiarse. Cuando se cumple un siglo de su muerte, la figura literaria de Galdós deja atrás los prejuicios ajenos y regresa por los indudables méritos de su escritura.