El nacionalismo y los cálculos electorales
Una de las cuestiones más curiosas del procés es el empeño de sus líderes en reiterar que el pueblo de Cataluña ha dado un mandato de independencia cuando en realidad los únicos comicios válidos, los de septiembre de 2015, no dan al soberanismo ni el 48% de los votos y una mayoría ajustada de 72 escaños sobre los 135 del Parlament.
Y si miramos las dos consultas del 9-N y del 1-O, ninguna de ellas ha reunido las garantías mínimas para ser tenidas en cuenta.
La pregunta es: ¿por qué lanzar el desafío a la Constitución y al Estado democrático con un respaldo popular a todas luces insuficiente, por más activo y movilizable que sea?
Probablemente, porque saben que no podrán incrementarlo a corto y medio plazo, a no ser que la respuesta de la Administración central les ayude con actuaciones como las policiales del 1-O.
El nacionalismo se basa en unos sentimientos --más que respetables-- que pueden ser estimulados desde la escuela, los medios de comunicación, la creación cultural y las instituciones, pero solo hasta cierto punto. Todo tiene un límite, incluso cuando la prédica cae sobre un caldo de cultivo propicio.
Muchas personas entradas en años --catalanes de apellido y de adopción-- han respondido, sorprendentemente, recordando que la dictadura franquista también adoctrinaba
En estos días asistimos a una de las demostraciones más palpables de los límites de ese empeño: las críticas de algunos partidos --de la derecha, claro-- al sistema de enseñanza de la Cataluña autonómica. Hasta el PSC las ha rechazado. Muchas personas ya entradas en años --catalanes de apellido y de adopción-- han respondido, sorprendentemente, recordando que la dictadura franquista también adoctrinaba, que incluso impartía una asignatura obligatoria en el bachillerato, la Formación del Espíritu Nacional (FEN). Como si eso lo justificara todo.
El domingo pasado se conmemoró el 77 aniversario del fusilamiento de Lluís Companys, una figura histórica cuya muerte ha sido retorcida hasta la saciedad año tras año desde 1977 para vergüenza de la gente sensata de este país. El nacionalismo presenta al que fue presidente de la Generalitat como una víctima del odio de España a Cataluña, alguien por cuyo asesinato el "Estado"--el socorrido sinónimo que se usa en ciertos ambientes para eludir la palabra España-- aún no ha pedido disculpas a "Cataluña". Quieren decir --y dicen-- que la rebelión militar de 1936 fue un golpe de Estado de España contra Cataluña.
Pero, ¿a qué se refieren? ¿Acaso alguien ha pedido perdón a los españoles que padecieron la FEN desde el "Estado" por ellos mismos o por la prisión o el ajusticiamiento de sus padres o sus abuelos? ¿Es que el franquismo solo ejecutó a un político republicano, a Companys, presidente de la única comunidad autónoma española en julio de 1936? ¡Qué forma de manipular su figura y de faltar el respeto a él y a todos las víctimas de la guerra civil!
O sea, mientras se quejan de las acusaciones de adoctrinamiento de los niños en las escuelas catalanas, reiventan la historia en las narices de gentes que la han vivido en su propia piel y en la de sus familias, gentes que conocen la verdad.
Ese afán por la reconstrucción del país sin respetar la verdad es justamente el que marca el límite de la ampliación de las bases soberanistas: la mentira. Y los hechos parecen indicar que ellos lo saben. Por eso se resisten a convocar elecciones.
La presión y el abuso han conseguido despertar la reacción de quienes ingenuamente comulgaron con las primeras consignas del catalanismo, de quienes creyeron que las comunidades autónomas eran una buena fórmula para configurar un Estado más democrático y justo. Ahora ven, desconcertados, que el "régimen del 78", como han descubierto los nacionalistas y sus compañeros de viaje, era una trampa.