Ensayo

Volver a los clásicos

18 octubre, 2017 00:00

La Guerra del Peloponeso (431-405 a. C.) enfrentó a Atenas contra Esparta en una pugna por la soberanía en el Egeo. Un año antes de su derrota total, Atenas estuvo a punto de imponer sus condiciones de paz a los espartanos ¿Cómo pudo llegar entonces la derrota en el 404 a.C.? Los demagogós Calixeno y Cleofón fueron los responsables principales del evitable desastre final. Derrotaron en varias sesiones de su Asamblea (ekklesía) al gigante moral Sócrates y al menos conocido Euriptolemos. Los hechos son narrados en lo esencial por Jenofonte (431-354 a. C.) en Las Helénicas.

En la Batalla de Arginusas (406 a. C.), contra pronóstico, la flota ateniense derrotó a la flota espartana. El éxito en la batalla fue debido a la pericia de los generales (strategoi) atenienses puesto que su flota era claramente más inexperta que la del rival espartano. Sin embargo, un giro extraño de la historia convirtió aquella victoria en una completa derrota de la democracia y del Estado de derecho en Atenas, algo que siempre sucede al mismo tiempo. Inicialmente la victoria llenó de júbilo a los atenienses pero una tormenta impidió que los generales lograran rescatar del mar a un buen número de marineros atenienses de los trirremes dañados durante la batalla. Los remeros pertenecían a los thetes, la clase más desfavorecida. Los strategoi, a la aristocracia. Cuando el pueblo llano se enteró de la muerte de los marineros, se convocó a la Asamblea. ¿Qué sucedió? Jenofonte retrata un parlamento asambleario zarandeado por las pasiones y el resentimiento que violó sus normas contitucionales (nómos).

Durante la discusión de los hechos en la tumultuosa Asamblea, el político demagogo Calixeno presentó una propuesta radicalmente democrática: la Asamblea debía votar en aquel mismo instante si los generales acusados eran culpables o inocentes de los hechos y, si salía un veredicto de culpabilidad, debían responder con su vida por el daño causado. Sócrates y Euryptolemos tomaron la palabra para oponerse a la propuesta alegando que su tenor era contrario a las leyes (paránoma) en vigor de la longeva democracia de Atenas. Conforme al derecho vigente, un juicio de ese tipo sólo podía substanciarse ante un tribunal dotado de todas las garantías procesales para cada acusado. Unos pocos aplaudieron las palabras de Sócrates y Euriptolemos, pero la mayoría empezó a gritar "¡es monstruoso que se prohíba al démos hacer lo que le plazca!". Se enfrentaron así dos conceptos de la democracia: el que colocaba la soberanía en la mayoría, y el que la situaba en la ley. La disputa fue agria. Visceral.

Los demagogos volvieron a subir a la palestra para exigir que los que defendían el derecho fueran también juzgados por la Asamblea, junto con los generales, y bajo amenaza de la misma pena capital, salvo que retiraran sus peticiones. Cuando la Mesa encabezada por Sócrates se negó a incluir la votación en el orden del día invocando el cumplimiento del derecho, sus miembros también fueron increpados y amenazados con correr la misma suerte de los generales. La Mesa se plegó a las amenazas, a excepción de Sócrates. Aceptaron colocar en el orden del día la votación. La masa asamblearia votó y condenó a muerte a los seis generales presentes que fueron inmediatamente ejecutados en la plaza. Dos se libraron porque habían logrado huir.

Aquella demostración de ilimitado poder popular en la Asamblea hizo que se sumiera en el descrédito el ensayo de democracia radical

Este es un relato clásico, poco conocido, que quiso dejar reflejados los elementos básicos de cualquier movimiento político populista o demagógico en una democracia y sus efectos sobre una masa que adopta decisiones. A saber: a) Captación de la voluntad de la masa a través de discursos simplificadores con una fuerte base emotiva emitidos por líderes u oradores carismáticos; b) Reclamación del ejercicio del voto en plazos de tiempo muy breves de fingida urgencia con el fin de asegurarse que se evita un debate racional que permita la ponderación de los argumentos a favor y en contra; c) Silenciamiento de las voces discrepantes mediante la acción coactiva implícita o explícita del grupo vociferante. El miedo a quedar fuera del grupo humano enfervorizado --y, por tanto, a merced del mismo-- se apodera de los discrepantes que operan bajo una coacción insuperable. Se allanan a las pretensiones para evitar parecer hostiles a la mayoría. Operar de otra manera exige al individuo asumir un plano ético heroico; d) Adopción por el voto mayoritario de decisiones que contravienen el derecho existente y que, por consiguiente, vulneran los derechos individuales de los que se había dotado previamente el pueblo a través de sus leyes. El carácter justo de la decisión se fundamenta sólo en la densidad de la voluntad asamblearia, o la soberanía del número. No atiende ni admite la existencia de otros parámetros racionales u objetivos externos de justificación moral, ética o jurídica de la decisión. El si liber licet del pueblo; y, a la postre, e) Ocupación completa del poder judicial y ejecutivo por la masa asamblearia. La Asamblea se arroga contra derecho los poderes que correspondían a los tribunales en una democracia dotada de separación de poderes.

Atmósfera de presión y miedo. Idea demagógica de que no puede haber nada más "monstruoso que impedir al pueblo hacer lo que le place". Indemostrada regla ética que afirma que lo más justo es lo que aprueba la mayoría y, por consiguiente, que quien se opone es un enemigo del pueblo que debe ser juzgado y condenado de la forma más severa. Embriagadora fuerza del grupo humano que puede materialmente imponer sus decisiones por el peso fáctico que concede ser una mayoría emotivamente rugiente. En definitiva, la transición del pueblo, unión libre de ciudadanos regidos por el derecho, hacia el populacho, masa que actúa de modo concertado al margen de cualquier regla salvo sus impulsos emocionales más inmediatos, aparece ya retratada en estos autores como la forma específica de funcionamiento degradado del sistema democrático de Atenas.

La decisión de la Asamblea facilitó la derrota final de los atenienses frente a los espartanos en la Guerra del Peloponeso ya que el nombramiento de los nuevos generales que debían continuar la guerra se guió puramente por razones ideológicas: la lealtad de los designados al partido de los comunes, y no por razón de mérito, experiencia o competencia. Los nuevos generales mediocres condujeron a los atenienses a la derrota en la vergonzante Batalla de Egospótamo (405 a. C.). Luego al bloqueo marítimo. El hambre. La caída de Atenas a manos de Esparta. Una breve dictadura seguida de una guerra civil. Y, finalmente, a la restauración de la democracia.

Aquella demostración de ilimitado poder popular en la Asamblea hizo que se sumiera en el descrédito el ensayo de democracia radical. Los aristócratas y los ciudadanos más moderados, sintieron un razonable sentido de vulnerabilidad y desconfianza como minoría frente a la multitud y los demagogós que la guiaban. La refundación de la democracia Ateniense en el 403 a. C. retomó la clave de bóveda del clásico sistema democrático ateniense. Píndaro en sus versos había dejado escrito que “hombres y Dioses estaban sometidos por igual al derecho”. Nómos basiléus, esto es, imperio del derecho. Atenas en aquel proceso populista perdió también para siempre su hegemonía dentro del mundo griego. Dice Jenofonte que, después, los atenienses se arrepintieron de aquellas decisiones atolondradas y, a las puertas de su derrota en la guerra, se inició un juicio contra Calixeno y los demás demagogos por haber engañado al pueblo con sus propuestas. Calixeno tuvo que huir de Atenas y cuando regresó a la ciudad beneficiándose de la amnistía del año 403 a. C., el pueblo le despreció, por lo que acabó muriendo de hambre.