Democracias

España, ese cuento de terror

2 noviembre, 2020 00:00

La política, o más bien su ausencia, sustituida por el sainete parlamentario habitual y ese invento que algunos denominan cogobernanza, nos ha conducido al precipicio. España es ya como un relato de terror gótico. Atravesamos las puertas de un segundo confinamiento masivo --viene a dar igual que se decrete por territorios-- y caminamos hacia un colapso hospitalario que ha dejado de ser probable para convertirse en cosa segura. Los presidentes autonómicos, ayudados por la indiferencia de la Moncloa, cuyo inquilino ya ni siquiera se digna a acudir al Congreso que lo nombró presidente, hacen cada uno la guerra por su cuenta, amparándose en una cobertura legal improvisada sobre la marcha tras meses de incompetencia y mentiras, y guiados por intereses particulares. 

Si Sánchez, el Insomne, se inventó antes del verano lo de la nueva normalidad, el mantra de esta segunda ola --que es idéntica a la primera, porque en realidad no hemos salido de ella más que en nuestra imaginación-- es la enfática expresión de cierre perimetral. Como suele ocurrir con los términos creados por los asesores políticos, no es ninguna de las dos cosas que enuncia. Ni es cierre, ni tampo es perimetral. Lo primero es imposible: ni sacando al Ejército contamos con fuerzas suficientes para blindar el perímetro de las autonomías, que carecen de fronteras, a excepción de las mentales. Lo segundo cae por su peso: el único perímetro de España, salvo las líneas administrativas que nos distinguen de Portugal y Francia, lo forman el Mediterráneo --por el Este y el Sur-- y el Atlántico --por el Sur y el Noreste--. 

Esto, que es una evidencia geográfica, parece imposible de entender para nuestros gobernantes, que estos días emiten decretos que nadie va a leer y dan órdenes virtuales imposibles de hacer cumplir, porque mutan, enmendándose a los pocos kilómetros. Su capacidad para anticiparse a la pandemia sigue siendo igual a cero. Sencillamente han dejado pasar el tiempo para, cuando todo se ha puesto negro, decir que el horizonte está oscuro. Una absoluta obviedad. ¿Nos merecemos esta tragicomedia cotidiana? Ciertamente, no. Tampoco el gallinero político en el que todos han convertido a España. 

La gestión de la pandemia, igual que ocurrió en primavera, ha sido sacrificada en favor del factor aldeano, que cree que una enfermedad contagiosa acepta los adjetivos, los matices e incluso puede ser considerada parte del ficticio hecho diferencial. Decíamos el pasado lunes que España carece de estadistas. Nos quedamos cortos: ni siquiera podemos presumir de una clase política digna de este nombre. Nos gobiernan diletantes y aficionados sin sentido de la responsabilidad, muchos carentes de estudios, sin criterio y sin conocimiento de lo que, hasta no hace mucho tiempo, se conocía como el interés general, ahora convertido en una quimera. 

Cáritas, la organización eclesial que atiende a los más pobres, está cerca del colapso. Los despidos, retrasados a fuerza de subvenciones públicas, se incrementarán tras unas Navidades que no vamos a olvidar nunca --porque no serán tales-- y los independentistas presentan una NASA catalana, amplificando el delirio separatista. Todo bien. Madrid insiste en hacer restricciones a la carta --a pesar de la gravedad de su situación sanitaria-- y las derechas de Andalucía, tras meses de sacar pecho, cierran provincias enteras ante el aumento exponencial de los contagios en masa. Hace falta mucha voluntad, y también ceguera, para ser optimista. 

El hundimiento moral de España como sociedad amenaza a los ciudadanos y la estabilidad de Europa sin que se aviste una luz al final de este túnel. Moncloa sube los impuestos a las clases medias y premia con incrementos salariales a los funcionarios que, con la excepción de los médicos y los enfermeros, que sí se están jugando la vida, se esconden desde hace meses tras un contestador automático o los inútiles sistemas de cita previa.

El Marqués de Iglesias promete convertir la dependencia, de la que no se ha ocupado ni un minuto, al modelo nórdico. La realidad nos habla de muertes y contagios en los asilos, convertidos otra vez en infiernos. Todo lo que nos rodea es mentira. Igual que en el poema de León Felipe: “(…) la cuna del hombre la mecen con cuentos, / los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y el miedo del hombre / ha inventado todos los cuentos”. Incluidos los de terror y espanto.