La encrucijada liberal
Si el liberalismo quiere sobrevivir deberá recuperar sus esencias, con nuevas reglas pero con los mismos objetivos: la libertad del individuo y la igualdad de oportunidades
10 mayo, 2020 00:10El comentario se convirtió en un escándalo. El expresidente del Gobierno, José María Aznar, clamaba achispado en 2007 en la entrega de la medalla de honor de la Academia del Vino de Castilla y León: "¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber? Déjame que las beba tranquilo mientras no ponga en riesgo a nadie ni haga daño a nadie”. La lluvia a mares empapó a Aznar, pero ¿con qué mensaje se podía quedar la sociedad española, lo dijera consciente o sin pensarlo mucho el expresidente español?
El liberalismo se ha visto acorralado en los últimos años. Los ataques ya presentan una dimensión muy respetuosa. La capacidad del individuo para dar la batalla, para vivir su propia vida, ha quedado limitada por el supuesto bien general. La necesidad de proteger la seguridad del ciudadano es el argumento, –ocho semanas de estado de alarma– pero con ello se sustrae todo tipo de datos, control con un mayor control que facilita la tecnología, que limita la libertad, la base del liberalismo político que ha edificado las democracias occidentales desde hace más de doscientos años.Y en sustitución de esas democracias liberales avanzadas, que podían ser la gran realización humana tras haber vencido a las llamadas democracias socialistas reales –las dominadas por la Unión Soviética–, aparece un viejo conocido: el Estado-nación, el Estado protector, que quiere recuperar lo perdido: el respeto por el orden, por la comunidad nacional y cultural, y por la producción nacional, llámese reindustrialización.
El politólogo Pierre Manent durante una conferencia en 2010 en Varsovia / M. STELMACH
Uno de los autores que no se muerde la lengua y que lleva años con esa defensa del Estado, frente a la idea bienintencionada de que los parámetros internacionalistas iban a triunfar, es Pierre Manent, tal vez el gran filósofo político que puede alzar la voz con autoridad desde Francia. Discípulo de Raymond Aron, lo que plantea Manent es que el propio liberalismo se ha entregado a una globalización que le ha dejado, finalmente, sin respiración. La idea-fuerza de este pensador, lector de Leo Strauss, deja al ciudadano europeo trastocado. ¿Por qué? Lo que apunta Manent es que el régimen liberal implica el ámbito nacional. Es decir, sólo puede darse en un marco nacional. Y eso rompe los esquemas interiorizados hasta ahora. Sin llevarnos a confusiones: es el liberalismo político el que debe alzar el vuelo, dentro de los Estados nacionales, para que el individuo no se vea aplastado, una vez el propio liberalismo económico se ha estampado contra la pared con una globalización excesiva que llevó a pensar que los Estados iban a ser ya una pieza de museo. Esa es la paradoja que Occidente debe intentar resolver a partir de la terapia de shock que supone la crisis por la pandemia del coronavirus.
La posición de un liberalismo que se entiende como conservador, que pide ese marco del Estado-nación, es en estos momentos más certera que ninguna otra. Manent no está sólo. Otro gigante, que también se podría encuadrar en ese espacio ideológico, como Francis Fukuyama, lo expone sin miramientos en su libro Identidad (Deusto): “Es un error pensar que los Estados son entidades obsoletas y que deberían reemplazarse por organismos internacionales, porque nadie ha podido encontrar aún la forma para que en dichos organismos internacionales funcione la rendición de cuentas propia de la democracia. El funcionamiento de las instituciones democráticas depende de normas compartidas, puntos de vista y, en última instancia, de la cultura, todo lo cual puede darse en el Estado-nación, pero no internacionalmente”. ¿Cooperación? Sí, toda la que sea necesaria, pero desde la confortable casa del Estado-nación.
¿Es una especie de revolución conservadora, o la aceptación de una realidad que se quiso olvidar con demasiada celeridad? Europa asiste a una crisis de enorme envergadura con la necesidad de cooperar, pero con un gendarme en el centro, que domina la escena, y que ha logrado trazar un conjunto de satélites a su alrededor. Es Alemania, que no se mueve, como ha señalado Manent en una entrevista en Le Figaro que, de hecho, trata de no moverse en absoluto, a pesar de todas las carantoñas para que lo haga del presidente francés Emmanuel Macron.
Pero el punto que marca la filosofía política va más allá de la propia crisis que ha provocado la pandemia de un virus. El acento de Manent o de otros pensadores como John Gray, se sitúa en la propia sociedad europea y occidental. Se trata de una entrega del ciudadano al Estado, una rendición espontánea o conducida, que refuerza a una estructura dominadora, que no renunciará al poder que vaya recuperando.
José Maria Lassalle, uno de los pensadores que más en serio se preocupa ahora de ese fenómeno,responsabiliza a las grandes corporaciones, más que a los Estados, pero, ¿quién domina a quién? ¿Qué relaciones se han establecido desde el momento en el que el capital público, con las inversiones en investigación y desarrollo, ayudó de forma decisiva al desarrollo de esas grandes plataformas? Lassalle constata en su libro Ciberleviatán (Arpa) que el liberalismo “vive en retirada, asediado por la compleja hostilidad de una posmodernidad que no le da tregua. Esta circunstancia, asociada al fenómeno del data tsunami y al desarrollo de una economía de plataformas monopolísticas, arrastran al liberalismo hacia el abismo si no reacciona y asume que tiene que renovarse ante un tiempo que hace prescindibles las respuestas que ofrece”.
Sin embargo, ¿qué reacción debe protagonizar ese liberalismo político? “El mundo se ha llenado de víctimas”, clama Manent. Lo señala alarmado porque todos los colectivos creen que alguien les margina, y piden ayuda al Estado, se entregan voluntariamente. Desde los que apelan a la ideología de género o a la condición sexual hasta los que piden una neolengua que sea neutral con todos. ¿Cómo quejarse por la autoridad recuperada del Estado si ha habido un acto de entrega?
La reacción debería llegar por asumir cada parte su papel en el terreno de juego. Las élites se han excedido, con sus apuestas en el casino de las finanzas, con rentas exorbitantes, olvidando el bien común y haciendo ver que no tenían nacionalidad o que los Estados-nación ya no existían; y las clases populares recibían prestaciones sociales paternalistas, anulando su propia capacidad productiva, el orgullo y la decencia, como bien explicó el sociólogo Richard Sennett en su libro El respeto (Anagrama).
Si el liberalismo quiere sobrevivir, deberá recuperar sus esencias, con nuevas reglas, pero con los mismos objetivos: la libertad del individuo, el orgullo por el oficio y el trabajo, el respeto por las leyes y la defensa de la igualdad de oportunidades. Y, eso sí, dentro de un marco nacional, porque la experiencia constata que ha funcionado, y a partir de ahí buscando la mayor cooperación posible, en organismos internacionales o con colosales proyectos humanos como sigue siendo la Unión Europea. Esa será la forma de saltar, de dejar de verse acorralado y vejado por todo tipo de peligros autoritarios y populistas. Aún se está a tiempo.
Entonces Aznar podrá beberse con la tranquilidad que reclamaba en un lejano 2007 su copa de vino.