La vida cultural de las hormigas
Las condiciones biológicas y el sagaz comportamiento social de estos insectos, que han colonizado todos los continentes del mundo, evidencian la inteligencia de la naturaleza
5 abril, 2022 22:50Cuesta imaginarlo, pero se estima con buena aproximación que en la Tierra hay unos diez mil billones de hormigas (10 elevado a 16). Vienen a ser un millón de veces el número de seres humanos vivos. Aún más asombroso resulta que el peso de todas las hormigas juntas prácticamente coincida con el de todos nosotros, los humanos. Hay muchas cosas investigadas sobre estos fabulosos insectos que son las hormigas, “algunas de las pequeñas criaturas que gobiernan el mundo”, como ha dicho uno de sus mejores conocedores, pero siempre tenemos algún misterio que resolver y detalles que conocer. Entendemos, por ejemplo, muy poco todavía sobre cómo funcionan los receptores sensoriales de las hormigas y sobre cuál es su papel en el ecosistema.
El gran entomólogo (estudioso de los insectos) Edward O. Wilson (1929-2021), especializado en las hormigas, tenía por regla que, en biología, para cada problema existe una especie ideal para solucionarlo, y también que cada especie es ideal para resolver algún problema. Él destacó que entre todos los organismos que viven apoyándose en el olfato y el gusto, las hormigas son las expertas de la comunicación química. Nos situamos en un mundo quimio-sensorial y ellas gestionan mediante el gusto y el olfato sus complejas organizaciones.
Fallecido el año pasado, este profesor emérito de Harvard fue un científico siempre dispuesto a comprender con minuciosidad a estos insectos sociales de intrincada organización. De niño, Wilson fue a quince escuelas diferentes de otras tantas ciudades y pueblos, distribuidos en tres estados distintos de Estados Unidos. Con 19 años, siendo estudiante de la Universidad de Alabama, ya era conocido como experto en hormigas. El Departamento de Conservación de Alabama le pidió que estudiara la rápida expansión de las poblaciones de hormigas, cartografiara su propagación y que, además, evaluara el daño que estaban causando.
Historias del mundo de las hormigas (Crítica) es un libro que publicó poco antes de morir, merece ser leído por no especialistas y en él revela su sueño infantil de convertirse en un naturalista profesional. Wilson descubrió unas 450 de las más de 15.000 especies de hormigas que hay catalogadas y estudiadas. Al referirse a las hormigas caseras apunta que no portan enfermedades y que les encanta la miel, el agua azucarada, los frutos secos picados y el atún en lata.
Las hormigas presentan distintos caracteres. Así, desde la especie Dolichoderus imitator, asustadiza y carente de espíritu guerrero, hasta la Eciton burchelli, que tienen por presas habituales a tarántulas, escorpiones, escarabajos y también a serpientes y lagartos. Pero, en general, las hormigas son despiertas y agresivas. Engañarlas, dice Wilson, es fácil pero peligroso. Son extraordinariamente belicosas y son los “carnívoros terrestres dominantes en el rango de peso de uno a cien miligramos”.
Con respecto a las hormigas de fuego, daba la regla de no sentarse, ni estar de pie o caerse sobre un montículo de ellas: “Si tienes alergia a su veneno, puedes sufrir un shock anafiláctico”; una reacción explosiva del sistema inmunitario ante un agente externo. Explicó en una ocasión: “En pocos segundos, cincuenta y cuatro hormigas defensoras se me habían enganchado a la mano y a la muñeca. Sé el número exacto porque cada aguijón de las hormigas de fuego provoca que salga una pústula y, si uno se rasca para quitarse el ardiente aguijón, corre el riesgo de que la zona se infecte”.
Hubo plagas de hormigas urticantes en los asentamientos en La Española a comienzos del siglo XVI, que acribillaron a los españoles con nubes furiosas de ácido fórmico. En 1958, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos planeó una fumigación de las zonas más infectadas del Sur con los pesticidas heptacloro y dieldrina. Pero Edward O. Wilson tenía claro que, aun en el caso de empapar el terreno con pesticidas, si se salvara una sola colonia de hormigas de fuego, ésta produciría cientos de reinas aladas, cada una de ellas capaz de volar hasta ocho o más kilómetros para establecer una nueva colonia: “Este peculiar hecho biológico fue la razón por la que más adelante llamé a esta fumigación masiva el Vietnam de la entomología” Conviene recordar, en este sentido. la película Cuando ruge la marabunta (1954), donde Charlton Heston y Eleanor Parker defendían su plantación de cocos ante una marcha de hormigas mordedoras y urticantes, de un kilómetro y medio de ancho.
Wilson descubrió que la mitad de las especies en el Pacífico fueron introducidas por el comercio humano en los cuatro últimos siglos. En 1955, identificó 175 especies distintas de hormigas en un kilómetro cuadrado de la pluviselva de Papúa Nueva Guinea. “Son malas viajeras, incapaces de cruzar varias extensiones de agua. Han dependido de los humanos para poder dispersarse y llegar a islas distantes. Sin embargo, cuando han llegado a una nueva tierra, las hormigas han demostrado ser muy ingeniosas, ya que han ocupado prácticamente todos los hábitats terrestres. Anidan en casi todos los lugares”, y han logrado una hegemonía entre los artrópodos.
Fue el primero en describir el uso de las feromonas para comunicarse información las hormigas, un lenguaje químico. Si bien, los perros poseen una capacidad impresionante para distinguir olores, la de las hormigas no es menor y saben mejor qué hacer con esa información. Hay un comportamiento necrofórico de las hormigas, que acumulan y eliminan sus cadáveres en cámaras cementerio, bajo el estímulo de sustancias químicas que huelen. A este propósito, existen experimentos curiosos, efectuados por entomólogos, como el de embadurnar con una de esas sustancias a una hormiga obrera viva y quedar confundida como muerta.
El gran Edward O. Wilson nunca encontró prueba alguna de que los machos de las hormigas contribuyesen de alguna manera al trabajo dentro del nido o en sus alrededores, o que –recalcaba– arriesgasen sus vidas para defender la colonia. Tienen cerebros pequeños y ojos y genitales grandes, equipaje que es necesario para la única misión que tienen en la vida: el vuelo nupcial y ser misiles de esperma voladores. Toda la vida social de las colonias de hormigas está bajo el control de las hembras.
La reina madre, explicaba Wilson, controla el sexo de cada huevo que pasa por su oviducto antes de su puesta. Tiene una especie de saco en su abdomen, llamado espermateca, en el que porta los espermatozoides adquiridos cuando se ha apareado. Este túbulo tiene una válvula para que se pueda abrir para dejar paso a un único espermatozoide, y si ella lo desea, haciendo que el huevo sea hembra. O puede mantenerla cerrada, haciendo así que el huevo sea macho. En cualquier caso, la fertilidad de una reina es prodigiosa.
Parece ser que el récord, alcanzado en una colonia de laboratorio, es de 86.000 huevos puestos en un solo día. Y dado que una reina vive una media de diez años, puede llegar a producir una descendencia de unos cien millones de individuos durante toda su vida. Aunque sean malas viajeras, es singular su capacidad de orientarse y no perderse. También son capaces de dejar un rastro químico para que sus compañeras de nido las puedan seguir y no les pase lo que le pasó a Pulgarcito, a quien los pajaros se le comieron las migas que dejó adrede para recordar el camino de vuelta a casa.