Auge y caída de Michael Cimino
El documental producido por ARTE repasa la trayectoria de un director que se recuerda por un gran éxito de crítica y público: 'El cazador'
5 abril, 2022 16:51Dice el saber popular que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Yo añadiría que quien disfruta de los servicios de un admirador también puede considerarse muy afortunado. Pongamos por ejemplo el caso del cineasta norteamericano Michael Cimino (Nueva York, 1939--Los Ángeles, 2016), el hombre que consiguió llegar a lo más alto y no paró hasta caer a lo más bajo: el francés Jean--Baptiste Thuret le dedicó un largo perfil laudatorio en la revista Cahiers du cinema en el año 2011; en 2013 amplió sus alabanzas en el libro Michael Cimino: les voix perdues de l´Amerique (Michael Cimino: las voces perdidas de América); y en 2021 dirigió un documental producido por ARTE, Michael Cimino, un mirage americain (Michael Cimino, un espejismo americano), que puede encontrarse actualmente en la parrilla de Movistar y que un servidor de ustedes se tragó hace unas noches para ver si conseguía entender mejor a ese cineasta megalómano y desafortunado al que nunca había conseguido verle la gracia (fracasé en el intento). Fiel a sus orígenes periodísticos, el señor Thuret sigue creyendo en eso que los Cahiers denominaban la politique des auteurs, curiosa teoría según la cual, una vez has decidido que alguien es un autor como la copa de un pino, debes dar por buenas todas sus películas, aunque no lo sean. La política de Thuret, pues, consiste en sostener que Cimino es un autor y por consiguiente todo lo que ha rodado es una obra maestra (frecuentemente incomprendida).
Repasemos brevemente la carrera del señor Cimino: su primera película, Thunderbolt and Lightning (Un botín de 500.000 dólares, 1974), es una correcta mezcla de thriller y buddy movie protagonizada por Clint Eastwood y Jeff Bridges que, según Thuret, es puro John Ford (uno de los fetiches del director). La segunda, The deer hunter (El cazador, 1978), fue un éxito de público y crítica y le granjeó dos Oscar a su autor. Con la tercera, Heaven´s gate (La puerta del cielo, 1980), a Cimino se le fue la olla con una epopeya de 219 minutos que no le gustó a nadie y casi arruina a la productora (se pasó de presupuesto, de tiempo de rodaje y hasta tuvo el cuajo de celebrar una fiesta cuando consiguió superar a peso el metraje de Apocalypse now). Totalmente caído en desgracia, Cimino volvió a estrellarse contra la taquilla (y contra la crítica) en 1985 con Year of the dragon (Manhattan Sur), cayéndole de paso el sambenito de racista anti chino. Volvió a hundirse con The sicilian (El siciliano, 1987), adaptación de una novela de Mario Puzo, y Desperate hours (37 horas desesperadas, 1990), remake de un clásico del cine negro norteamericano. Su última película, Sunchaser (1996), se distribuyó directamente en video. No rodó nada más durante los veinte años que tardó en morirse, y en sus últimos tiempos se convirtió en un personaje extravagante sometido a la cirugía plástica del que se rumoreaba que se disponía a cambiar de sexo. Pocos se acuerdan de él hoy en día, exceptuando a Jean-Baptiste Thuret, y persisten las dudas sobre si fue un artista tan genial como incomprendido o un megalómano que se trabajó a conciencia su desgracia. Personalmente, me inclino por la segunda opción, pese al entusiasmo que desprende el documental de Thuret y que incide en la mística del beautiful loser.
Revisitar 'El cazador'
Reconozco que hay algo que no encaja entre la admiración sin fisuras del señor Thuret y mis recuerdos personales de la obra de Michael Cimino. No me he olvidado de los retortijones de aburrimiento que me produjo en su momento El cazador (aunque tengo una amiga que la vio siete veces), una historia que debía conmoverme, pero no lo lograba. Nunca reuní el valor necesario para ver La puerta del cielo; Manhattan Sur me pareció un policial correcto; El siciliano, un pestiño (acentuado por su protagonista, Christopher Lambert); 37 horas desesperadas la recuerdo como un encargo resuelto sin mucho brío y nunca vi Sunchaser. Pese a lo que me gusta la figura del hermoso perdedor, Cimino siempre me ha parecido un perdedor a secas, responsable de una obra errática que solo un devoto de la política de los autores puede considerar como un puzle que arroja una visión audaz y completa de los Estados Unidos de América. Y veo mi teoría confirmada en el documental por las apariciones de James Toback y, sobre todo, Oliver Stone, quienes inciden en la megalomanía de Cimino, en su obsesión por la espectacularidad y el gasto sin tasa y en su empecinamiento por presentarse como un artista maldito al que la sociedad se ha empeñado en no entender.
Centrado en su breve filmografía (se quedaron sin rodar infinidad de proyectos, como las adaptaciones de Crimen y castigo, de Feodor Dostoievski, y El manantial, de Ayn Rand), el documental no nos cuenta nada de las dos décadas en que Cimino estuvo en el dique seco. Intuyo que Thuret no quería convertir a su ídolo en un precedente de Bruce/Caitlin Jenner, pero asomarse a sus últimos años podría haber arrojado algo de luz sobre un personaje principalmente incomprensible que lo tuvo todo y lo desperdició a causa de un ego insufrible. De todos modos, no pierdo la esperanza de que el señor Thuret vuelva a la carga con otro documental que podría titularse Michael Cimino: les années perdues (Michael Cimino: los años perdidos) y que abordaría los veinte años transcurridos entre su último largometraje y su fallecimiento en Beverly Hills. En el ínterin, intentaré revisar El cazador, aunque solo sea para tratar de averiguar qué le vio mi vieja amiga para tragársela siete veces.