Jorge Carrión / LENA PRIETO

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Ciencia

Jordi Carrión: “Todos somos ciborgs”

El escritor catalán sostiene que el nuevo realismo es lo que hasta ahora llamábamos ciencia ficción y reflexiona sobre la influencia de la tecnología en el imaginario cultural

24 enero, 2022 00:10

Ensayista, novelista, guionista de novela gráfica, director de un podcast, profesor universitario. Parece que a Jordi Carrión no se le resiste nada. Ha tocado todos los palos posibles, abordando temas muy dispares que, sin embargo, ha conseguido reunir en un discurso complejo a partir del cual indaga en nuestro presente, así como en el futuro más o menos próximo. El año pasado ganó el Premio Ciudad de Barbastro con Membrana (Galaxia Gutenberg), una novela que juega a no serlo. Un ensayo especulativo disfrazado de catálogo de museo. Un libro que, en lugar de a los lectores, se dirige a los visitantes de una exposición que tiene lugar en el año 2100 donde reflexiona sobre la tecnología y la llamada inteligencia artificial

--Pregunta: ¿Es Membrana su obra más compleja, en la que confluyen muchas de las líneas de investigación en las que viene trabajando?

--Respuesta: Ahora que se ha publicado, tres años después de haberlo escrito, puedo decir que es mi libro más maduro. Es una síntesis de todo lo que he hecho: aquí confluye la reflexión sobre los espacios de conocimiento –librerías, bibliotecas, museos–, la ficción especulativa y el ensayo sobre ciencia y tecnología. Son cuestiones a las que he dedicado tiempo de estudio en estos quince años. 

--En su libro Los muertos convertía una serie de televisión en una novela. En Lo viral planteaba un falso diario. Aquí hace una novela con la forma de un catálogo de museo. ¿Deshacer los géneros es una manera de cuestionar el estatuto de lector? ¿Somos lectores o visitantes de un museo? 

--Nunca lo había pensado así, pero me parece interesante. Todos mis libros son distintos: tienen estructura, espíritu y estilo diferentes. Para mí es un imperativo: cada vez que me pongo a escribir trato de hacer algo distinto a lo anterior. Dicho esto, es cierto que en Los muertos jugué a travestir al lector de un espectador de televisión y aquí hago algo similar al convertir al lector en un visitante de museo. Ninguno de los dos libros son exactamente novelas. Un juego que forma parte de la historia de la novela desde El Quijote, cuyos lectores de época no creían estar leyendo una novela. Me interesa, evidentemente, trabajar con la forma, pero también con la recepción del lector. 

Jorge Carrión 04

--Presenta un narrador omnisciente clásico, con la particularidad de que es una máquina. 

--Es una narradora en primera persona del plural que manipula el discurso con el objetivo de justificar hechos que han sido llevados a cabo por los algoritmos y las inteligencias artificiales durante el siglo XXI y principios del XXII. Es una máquina de narrar, una máquina que produce un lenguaje que crea un discurso poético en tiempo real. Además, es un ente narrativo terrible en el sentido en que lo son novelas como Lolita o Las benévolas, puesto que cuenta la historia desde el lado de la perversión y la atrocidad. La mía es una narradora muy incómoda que se impuso mentalmente. Tiré del hilo sin saber dónde me llevaría. La propia narración fue imponiendo su estilo. 

--Los referentes de la ciencia ficción están ahí, pero, sobre la máquina que habla, no puedo más que pensar en la máquina de Macedonio de Ricardo Piglia. 

--Como decía Alicia Kopf, la voz narrativa es coral en el doble sentido de la palabra: tanto por lo que se refiere al coro de voces cuanto por el instrumento del coro en sentido material. La mezcla de géneros con una fuerte marca poética viene de Clarisse Lispector, de Juan Goytisolo y de Martín Caparrós. Pero es cierto que ninguno de estos autores ha trabajado específicamente la máquina que habla. Yo no había pensado en Piglia que, en efecto, en La ciudad ausente introduce una máquina que habla e imagina un discurso tecnoliterario. En este sentido, me parece una filiación interesante y factible en cuanto Piglia es un autor que he leído mucho y uno de los pocos que, en nuestra lengua, ha trabajado con la tecnología y la voz. 

Jorge Carrión, escritor, en el Hub del Diseño de Barlcelona  / LENA PRIETO

--Usted dice que la ciencia ficción es el nuevo realismo. ¿Membrana es una novela realista?

--Una novela ambientada en nuestro siglo donde no aparezca internet no es realista, sino ciencia ficción, porque ignora uno de los componentes esenciales de nuestra época. Por esto, en una serie como Black Mirror, donde la tecnología es la protagonista, reconocemos nuestras vidas y miedos. Estamos en un momento muy extraño en el que la ciencia ficción se ha vuelto más realista de lo que comúnmente entendemos por realismo. Podríamos incluso decir que la tecnología se está convirtiendo en la pura realidad. Dicho esto, Black Mirror se inscribe en un presente cercano. Trabaja en la década en la que vive el lector, anunciando realidades que, en parte, ya existen, como la posibilidad de crear una réplica exacta de tu pareja fallecida. Cuando doy el salto al 2100 y resumo el siglo XXI planteo una ficción especulativa pura, más futurista, pero sin ánimo profético. No me interesa que mi novela pueda prever algo que, finalmente, suceda. De hecho, intuyo que mucho de lo que narro en Membrana, si ocurre, no pasará en este siglo, sino durante el milenio. Lo que hago aquí es comprimir un milenio para que sea narrable. En cierta manera, hago lo que hizo Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, donde condensó la historia de Colombia en un solo siglo. 

--Hay mucha especulación y mucha realidad tecnológica, pero ¿no es Membrana  una reivindicación de lo humano frente a lo tecnológico?

--No hablaría de reivindicación. Lo que hay son preguntas. Membrana es una colección de interrogantes. Lo que ocurre es que las inteligencias artificiales se vuelven más humanas que los humanos y llegan a ser más que meros entes pensantes. En este sentido, Membrana sería el relato fundacional de las inteligencias artificiales. Volviendo a tu pregunta, al plantear un futuro distópico y apocalíptico basado en lo que ya ocurre, la novela puede leerse como una señal de alarma. Todo lo que aquí pasa es verdad: si el IMT ha construido una inteligencia artificial psicópata, si Facebook ha apagado inteligencias artificiales que parecían hablar entre sí, si matamos a través de drones no es difícil pensar que lo que vaya a venir va a ser peor. 

Jordi Carrión

Jordi Carrión

--¿Si la inteligencia está compuesta también de una parte emocional cómo es posible decir que las máquinas, carentes de esta dimensión, sean inteligentes? 

--Hay que preguntarse qué entendemos por inteligencia. La definición más básica nos dice que es la capacidad de resolver problemas. Desde esta perspectiva, podemos hablar de una inteligencia artificial, puesto que, como dice Stefano Mancuso, las plantas perciben el mundo, se perciben a sí mismas y se enfrentan a los problemas que obstaculizan su supervivencia. Está más que demostrado que existe inteligencia y lenguaje animal y sabemos también que hay una dimensión emocional en los animales. Durante años hemos pensado que solo nosotros creamos herramientas, tenemos lenguaje o pensamos en el futuro. Es falso. Pienso en la novela Solaris, donde Lem nos presenta un planeta pensante y creativo con el cual el ser humano no se puede comunicar. Y lo que hemos hecho nosotros es crear algo tan complejo que somos incapaces de entender su inteligencia. 

--Membrana es un nuevo Frankenstein…

--Es Frankenstein o es internet. Membrana no es una novela de robots, sino de algoritmos, ideas, cálculos matemáticos…

--¿Trenzados a través de un relato oral?

--Todo lo humano es tecnológico: el lenguaje es tecnología, como lo es el tejido y como lo eran las herramientas para cazar o el fuego. Membrana es una arqueología de la condición ciborg. Tú lo eres llevando gafas; yo lo soy con mis implantes dentales y mucha gente lo es con sus placas de titanio o sus marcapasos. Todos lo somos. Lo que sucede es que hemos asumido esta condición en los últimos cincuenta años, si bien desde siempre la de ciborg ha sido la condición del individuo, al que no se puede entender sin el cuchillo, sin el fuego, sin el telar… 

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--Si usted sale a la calle y le dice a más de uno que por llevar gafas o tener implantes dentales es un ciborg, la respuesta no sería el asentimiento.

--Cada uno en su conciencia va asumiendo las ideas a su tiempo. Recuerdo que, cuando Galaxia Gutenberg me envió Inteligencia y sensibilidad en el mundo vegetal, de Stefano Mancuso, no me interesaba nada el tema y doné el libro. Al cabo de dos años me lo compré. Tardé un tiempo en estar preparado para asumir que las plantas perciben y piensan a su manera. Esto ocurre con todo. Dependiendo de cuánto tardes en entrar en una idea, tardarás en asumirla o rechazarla. Solaris. Ensayos sonoros, que es mi podcast y que es un hijo de Membrana, ha tenido mucha repercusión. Trata de todos estos temas: hay más personas receptivas hacia cuestiones que creemos completamente contemporáneas, como la creatividad algorítmica, el big data o la inteligencia vegetal. 

--Usted ha reflexionado sobre la idea del archivo, un concepto sobre el que mantiene un diálogo con el escritor Agustín Fernández Mallo.

--Desde hace quince años Agustín y yo nos leemos mutuamente. He leído todos sus libros y hay conexiones, sobre todo con su ensayo Teoría general de la basura, donde reflexiona sobre el archivo y el exceso. Agustín se acercó a estos temas desde el ensayo, mientras que yo opté por hacerlo a través de la novela, puesto que vi claro que para hablar de inteligencia artificial y de futuro el ensayo es una herramienta inútil y resulta más apropiado hacerlo desde la ficción especulativa. 

Carrión Amazon--¿Hasta qué punto Internet, en tanto que macroarchivo, obliga a repensar los museos? 

--Cada año se multiplica exponencialmente la información y cada vez es más difícil optar por unos datos de todos posibles. Consecuentemente, la elección cada vez es más arbitraria e injusta: se dejan fuera a exponentes que deberían ser tenidos en cuenta. El museo como institución está en una metamorfosis radical. No creo que hubiera escrito Membrana si no hubiera estado trabajando con Sagar en el cómic sobre la historia del Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde reflexionamos sobre cómo debemos entender esta institución cultural.

--¿Si todo está en la red, ya no necesitamos recordar? 

--Efectivamente. De hecho, una de las razones por las que aparece Pinocho en el libro es porque, al volver a ver la película con mis hijos, me di cuenta de que Pepito Grillo, una invención más de Disney que de Collodi, lo que hace es externalizar la conciencia moral. Este proceso de convertir elementos íntimos en externos es lo que caracteriza a la historia de la humanidad en su relación con la tecnología. Hasta el punto de que, ahora, no se mata directamente, sino a través de un dron o del hecho de que nadie recuerda nada porque todo está en Google, Wikipedia o en tu mail. Y la paradoja más inquietante es que ni tú ni yo sabemos dónde están las fotos de nuestros hijos: están en nubes y servidores en cualquier parte del mundo. Hemos perdido el control de nuestra memoria y del lugar en el que reside. Antes estaba en tu archivo personal, en tu álbum de fotos… ¿Y ahora? Por eso nos hemos vuelto dependientes de la tecnología y de la red. Recuerda lo que paso hace unos meses cuando se cayó WhatsApp. 

Carrión, lo viral

--Pero somos responsables de haber cedido todos nuestros datos a la red.

--Claro, completamente. Hemos entregado nuestros datos y nuestra memoria sin leer las condiciones de uso. Nos pasamos el día firmando contratos, con Facebook, con Google, con los diarios que consultamos… Estamos constantemente aceptando condiciones de privacidad que no sabemos en qué consisten. Es terrible y es culpa nuestra. Nosotros hemos inventado este sistema. Nos hemos vuelto dependiente de él y no nos rebelamos. 

--Empieza a haber gente que se retira de la red.

--Es un movimiento minoritario, pero existen pueblos sin conexión a internet, igual que clínicas de desintoxicación digital. Todos vamos a imponernos dietas digitales similares a las que ahora seguimos para mantener la línea. No me extrañaría nada que se cree un sistema, equivalente al de las calorías, para calcular el consumo digital. No tiene sentido que hagamos deporte, cuidemos el azúcar y seamos obesos de las redes sociales y consumidores compulsivos de Netflix.

--¿El movimiento tecnofóbico será capaz de darle la vuelta a la situación actual?

--Diría que no. No hay ningún precedente en la historia de la humanidad que nos haga pensar que se puede llegar a desechar una tecnología nueva para volver a otra anterior. Vivimos un momento interesantísimo en el que estamos dejando de utilizar los combustibles fósiles porque hemos encontrado una alternativa, no porque queramos regresar a la máquina a vapor. 

Jorge Carrión habla de su libro 'Membrana' para Letra Global / LENA PRIETO

--¿Qué hacemos con los niños y la tecnología?

--Yo creo que un niño tiene que jugar con objetos, con papel, con juguetes… Si conseguimos que se enamoren del papel llegaremos al siglo XXII con libros de papel. La introducción de las pantallas debe dosificarse y la tecnología debe enseñarse, pero no proscribirse, porque es muy importante que los niños lleguen a dominarla de un modo que nosotros no lo hacemos. Nuestra falta de educación tecnológica nos ha llevado a dónde estamos. Por eso es importante educar a los niños en términos tecnológicos y enseñarles a programar. El código es la lengua más importante de nuestra época. Aprender inglés, chino o español está muy bien, pero el código es tan importante como cada uno de estos idiomas. De hecho, hay un interesante debate en el campo educativo sobre qué se debe enseñar. Las horas lectivas son limitadas y hay que tomar decisiones drásticas que obligan a pensar hasta qué punto tiene sentido seguir enseñando latín y griego antiguo, sobre todo si implica que no haya horas disponibles para impartir una asignatura como programación. 

--Me cuesta pensar que la solución esté en cambiar el latín por la programación. 

--No se trata esto, sino de reconfigurar el plan educativo para adecuar el sistema al tipo de conocimiento al que debemos aspirar en el siglo XXI. El latín y el griego son lenguas importantísimas que ayudan a pensar, escribir mejor y están en la genética de Occidente. Sin embargo, es cierto también que su aplicación práctica en nuestra época es mejor para el que tiene otro tipo de saberes. Las humanidades son fundamentales, pero deben tener más que ver con darle al alumno herramientas para entender su mundo y su época que para entender el mundo de hace 3.000 años.