Imagen promocional de Los Lobos

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Músicas

Los Lobos

Hasta la (relativa) consagración de la banda, el rock chicano no había superado la condición de rareza

24 enero, 2022 00:00

Aunque llevaban tocando juntos desde principios de los 70, Los Lobos no pudieron abandonar el circuito de bodas y bautizos de la comunidad chicana de Los Ángeles hasta entrados los 80, cuando, de repente, les bastó con un EP, And a time to dance (1983) y un LP, How will the wolf survive? (1984), para hacerse un sitio en el planeta rock y en el corazoncito de un montón de gente que apreciaba su acercamiento sincero, sencillo, básico y eficaz a una música que no necesitaba sintetizadores ni experimentos vanguardistas porque con lo que ofrecía ya tenía bastante para resultar fresca y estimulante. De sus cuatro componentes --David Hidalgo, César Rosas, Conrad Lozano y Louie Pérez--, solo uno había nacido en México, el señor Rosas, siendo los demás norteamericanos de primera generación nacidos en el este de Los Ángeles, zona de antiguo anclaje mexicano en la que los niños crecían escuchando las rancheras que hacían felices a sus papás y el rock & roll y el rhythm´n´blues que salía de los aparatos de radio. Mientras solo fueron unos chicanos que cantaban exclusivamente en inglés, Los Lobos pasaron desapercibidos por el radar de las nuevas modas rockeras. Cuando empezaron a alternar el español con el inglés y a interpretar aceleradas versiones de los temas que habían hecho bailar a sus padres, dieron con el elemento que les faltaba para resultar originales dentro de su voluntario clasicismo. Se les unió entonces, a principios de los 80, un judío llamado Steve Berlin que ha seguido con ellos hasta el momento presente, cuando siguen grabando discos, aunque de manera mucho más esporádica que cuando empezaban a ser tomados mínimamente en serio por los gringos en particular y la comunidad rockera en general.

Hasta la (relativa) consagración de Los Lobos, el rock chicano no había superado la condición de rareza, gracias a grupos como Question Mark & the Mysterians o Sam the Sham & The Pharaohs, imperando la música bailable y sentimental que se hacía en Texas y que contaba como principales adalides con músicos bilingües como Steve Jordan (nada que ver con el batería que acabó sustituyendo al difunto Charlie Watts en los Stones) o Flaco Jiménez, gente más dada a la polka y las rancheras que al rock & roll. La recuperación de sus raíces musicales mexicanas y su imbricación en el pop de los gringos fue lo que hizo de Los Lobos una propuesta novedosa y atractiva para un oyente carente de prejuicios. Puede que sin ellos nunca se hubiese llegado a rodar la biopic de Ritchie Valens, La bamba, largometraje a cuya banda sonora contribuyeron con sus versiones de los temas del malogrado Ricardo Valenzuela (nombre auténtico del artista), fallecido en el mismo accidente aéreo que acabó con la vida del gran Buddy Holly en 1959. Tampoco la película de Robert Rodríguez Desperado hubiese sido la misma sin las canciones que Los Lobos compusieron para ella y que Antonio Banderas interpretó con mejor intención que brillantes resultados. Y aunque nunca entendí muy bien su amor por los temas de las películas de Walt Disney, lo cierto es que les dieron para un álbum tan entretenido como excéntrico, Los Lobos goes Disney (2009).

Unos años después del inesperado éxito de How will the Wolf survive?, en 1988, Los Lobos grabaron su primer y único disco interpretado exclusivamente en español, La pistola y el corazón, que es uno de los mejores de su larga carrera, iniciada en 1978 con Los Lobos del este de Los Ángeles (Just another band from east L.A.), que pasó prácticamente desapercibido, aunque ya apuntaba maneras, como descubrimos cuando se reeditó años después. Lo último grabado hasta ahora, Native sons (2021), podría ser tranquilamente su último álbum, pues consiste en versiones de las canciones que escuchaban de adolescentes, cuando empezaban a tocar en las bodas de amigos y familiares, y que incluye algunas perlas ignoradas del primer rock chicano. Este disco reafirma la impresión de que, como ellos mismos afirmaban irónicamente en su primer álbum, Los Lobos solo se han considerado siempre un grupo más de la zona este de Los Ángeles. Para mí, han sido los mejores y siempre recordaré su concierto en Barcelona a principios de los 90, entre otros motivos porque, hallándome algo cocido y bailando con mi novia de entonces, acabé pisando a un ángel del infierno al que, afortunadamente, un amigo común hizo desistir de sus intenciones de zurrarme convenientemente la badana. Yo no me enteré de nada en su momento, pero luego me informaron de que me había librado por los pelos de llevarme una somanta de palos a cargo del motero y sus compadres. Quiero creer que se compadecieron de mí gracias al ambiente de alegre esparcimiento y sana camaradería que habían sabido crear Los Lobos.