¿Damos suficiente importancia a lo que oímos?
La neurocientífica estadounidense Nina Kraus afirma en su nuevo libro que vivimos en un mundo excesivamente orientado a lo visual e infravaloramos el impacto del sonido en nuestra mente
2 enero, 2022 00:00Al ser preguntados por si preferirían perder la vista o la audición, una inmensa mayoría de personas respondería que la vista, decantándose por vivir antes en el silencio que en la oscuridad. Sin embargo, según lleva años observando Nina Kraus, neurocientífica de la Universidad de Northwestern (Illinois, EEUU) y fundadora del laboratorio de neurociencia auditiva Brainvolts, es el sonido el que nos proporciona nuestro mayor medio de comunicación con el mundo.
“El sonido nos rodea, es ineludible e invisible”, escribe Kraus en su nuevo libro, Of Sound Mind: How Our Brain Constructs a Meaningful Sonic World (De la mente sonora: cómo nuestro cerebro construye un mundo sonoro con sentido, MIT Press, 2021). Nuestro sentido del oído, añade, “está siempre encendido”—no podemos apagarlo, como hacemos al cerrar los ojos— y aun así “somos capaces de ignorar los sonidos que no nos parecen importantes. No solo oímos, sino que nos relacionamos con los sonidos”.
El sonido nos define como personas
Tras décadas de investigación en su laboratorio de neurociencia auditiva Brainvolts, Kraus ha querido demostrar en su libro que lo que ella llama nuestro “cerebro auditivo”, o “mente sonora”, es inmenso. “Interactúa con lo que sabemos, con nuestras emociones, con nuestra forma de pensar, con nuestros movimientos y con nuestros otros sentidos. Las neuronas auditivas realizan cálculos en una milésima de segundo; el oído es el más rápido de nuestros sentidos”, escribe. Sin embargo, de los cinco sentidos, nuestra capacidad de percibir sonidos está “infravalorada y subestimada” en el mundo tan orientado a lo visual en el que vivimos.
“El sonido se pasa por alto con facilidad y, sin embargo, tiene un enorme impacto en quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo. El sonido es una fuerza tremendamente poderosa en nuestras vidas”, escribe.
Hemos olvidado cómo escuchar
Según Kraus, el sonido no solo tiene el poder de conectarnos a las personas, sino que es también una enorme fuente de poder nostálgico. “Los pájaros del vecindario, el sonido de las hojas al crujir, la campana lejana de la iglesia, el siseo abrupto de los frenos de aire del autobús urbano y el partido de baloncesto en la calle… Todos ellos transmiten un sentido de lugar, un lugar de pertenencia”, añade la neurobióloga estadounidense, lamentando que vivimos rodeados de un ruido constante, pero hemos olvidado cómo escuchar. Eso significa que no valoramos lo suficiente nuestro cerebro auditivo, mucho más grande y complejo que cualquier otro equipo sensorial.
La audición influye en cómo sentimos, cómo vemos, cómo nos movemos, cómo pensamos. “Nos hace ser quienes somos”, escribe, recordando que, a lo largo de la evolución humana, el desarrollo de nuestra capacidad de movimiento está relacionado con nuestra capacidad para oír: “El profundo murmullo de nuestro pecho cuando oímos el sonido de un tambor, el deseo innato de movernos al compás de un ritmo, son el eco de nuestro desarrollo más temprano. El sonido es movimiento”, concluye.
El contexto influye
En el libro, acompañado de ilustraciones didácticas, Kraus también comparte varios experimentos realizados con sus alumnos de universidad para exponer cómo funciona nuestra comprensión del sonido, no solo del oído al cerebro, sino también en sentido contrario. Es decir, que lo que oímos depende también del contexto en el que se sitúa nuestro cerebro. Uno de sus experimentos consistió en emparejar el sonido ba con un vídeo de alguien expresando el sonido fa. Con los ojos cerrados, los alumnos escuchaban ba. Pero con los ojos abiertos, mirando al vídeo, escuchaban fa. La conclusión es que lo que tu cerebro te dice (en este caso, condicionado por el sentido de la vista) influye en lo que oyes.
Otro experimento consistió en hacer escuchar a sus alumnos una grabación muy distorsionada de una frase. Sus alumnos encontraron la grabación incomprensible hasta que les hizo escuchar una versión más clara, y de nuevo la versión confusa, pero con las luces del aula encendidas. Entonces todos la entendieron, quedándose asombrados de lo obvia que les había parecido (en retrospectiva) y sin poder creer que antes les hubiera sido difícil entenderla. “Lo que sabemos tiene una enorme influencia en lo que oímos”, concluye Kraus.
El ruido daña el cerebro
Por otro lado, la autora de Of Sound Mind remarca la diferencia entre sonido y ruido, que no es más que un sonido no deseado. A Kraus le preocupa el llamado “ruido seguro” —la cacofonía de ruidos a los que nos hemos acostumbrado— y su impacto en nuestro cerebro y capacidad de concentración, especialmente entre los niños.
“Vivimos en un mundo bastante ruidoso”, dice Kraus, y estas cantidades constantes y moderadas de ruido “no dañan nuestros oídos, pero sí nuestro cerebro”. Pone como ejemplo el alivio que sentimos cuando de pronto el lavavajillas termina su ciclo o el vecino apaga el cortacésped.
En alerta
“Ni siquiera te habías dado cuenta de que esos sonidos estaban ahí. Pero cuando se apagan, respiramos aliviados porque, desde un punto de vista evolutivo, el sonido es nuestro sentido de alerta”, escribe en su libro, citado en el portal online KQED. Eso explica también por qué estamos siempre más pendientes de los sonidos de la noche.
“Nuestros antepasados necesitaban poder detectar amenazas en la oscuridad. Los ruidos, independientemente de que seamos conscientes de ellos, ponen a prueba nuestro cerebro porque nos mantienen en estado de alerta”, concluye.