El poeta W.H. Auden en la portada del libro 'For the Time Being: A Christmas Oratorio' / AMAZON

El poeta W.H. Auden en la portada del libro 'For the Time Being: A Christmas Oratorio' / AMAZON

Ficción

No molesten, marcianos, estoy muy ocupado

La NASA contrata teólogos ante la inminencia de un encuentro con alienígenas

2 enero, 2022 00:00

La NASA está enrolando a 24 teólogos para que prevean cómo reaccionarían los fieles de las diferentes religiones si se produjese un encuentro, un avistamiento de extraterrestres. De momento la agencia espacial norteamericana ya ha contratado al reverendo doctor Andrew Davison, sacerdote británico, teólogo en la universidad de Cambridge y licenciado en bioquímica, que dentro de unos meses publicará un libro sobre este tema, al que, por cierto, la noticia del contrato de la NASA le hace excelente campaña de promoción.

Según se desprende de lo que dicen sobre este tema The Times y otros medios de la prensa anglosajona, este nuevo interés de la NASA por contratar teólogos está directamente relacionado con el lanzamiento al espacio, el pasado día 26, del nuevo y potente telescopio James Webb, construido en comandita por la NASA, por la Agencia Espacial Europea y por la Agencia espacial Canadiense: un potentísimo “ojo” en el cielo, con una sensibilidad sin precedentes, que nos permitirá ver cosas nunca vistas de regiones y de tiempos remotos, y facilitarnos nuevos conocimientos fabulosos.

Fernando de Pessoa / ALMADA NEGREIROS

Fernando de Pessoa / ALMADA NEGREIROS

Aquí, en esta noticia, la palabra 'NASA' es la importante, ya que las iniciativas de esa entidad, responsable de algunas de las mayores hazañas en la conquista del espacio, notoriamente de la llegada del hombre a la Luna, parecen avaladas por el pensamiento científico y tecnológico. Aunque en este caso se trate de especulaciones intelectuales y de prognosis recreativa, Webb estimula la confianza de los astrofísicos norteamericanos en despejar de una maldita vez la “paradoja de Fermi”. O sea: la contradicción que se da entre las numerosas posibilidades de que haya vida, y vida inteligente, en otros planetas, en otros muchos puntos del universo, y el hecho de no haber encontrado hasta ahora rastro alguno de todo ese hormigueo tan interesante: ningún avistamiento de cuerpos celestes extraños --pocos son los que, como Avi Loeb, creen que Oumuamua no es un asteroide de excéntrica deriva sino un artefacto, pecio o nave alienígena--, ni siquiera señales de radio. Entonces, ¿dónde se ha metido “toda esa gente”?

Hermanitos para jugar

Desde ahora el sentido común ya nos permite avanzar que, en el caso de que el telescopio Webb sorprenda el vuelo de una nave lisa y refulgente circulando entre un planeta y otro, las religiones no tendrán ninguna dificultad en incorporar este nuevo hecho a su discurso racional y dogmático. Si el Sumo Hacedor ha duplicado en otros planetas las maravillas que ha hecho en el nuestro, esto no le desacredita, sino que, al revés, agranda su aura todopoderosa y nos dará un nuevo motivo para la humildad. Es verdad que dejaremos de ser sus criaturas únicas, pero a cambio resulta que tenemos hermanitos. ¡Lo que siempre habíamos querido! Hermanitos para jugar juntos.

Y otra cosa que ya podemos avanzar es que confirmar, a ciencia cierta, que tenemos hermanos en el cosmos, e incluso ver alguna fotografía, siquiera sea borrosa, de sus naves, y saber que son inalcanzables, pues están demasiado lejos, aumentará la veta de melancolía que habita en el fondo del alma del hombre. Es lo de Pessoa: “me dan pena las estrellas… están tan lejos”.

Paisaje con la caída de Ícaro (atribuido a Brueghel el Viejo, 1554-1555) / RESEARCHGATE.NET

Paisaje con la caída de Ícaro (atribuido a Brueghel el Viejo, 1554-1555) / RESEARCHGATE.NET

Claro que a la inmensa mayoría, después de sorprenderse, quizá, durante unos minutos, les dará igual, pues esto no cambiará la rutina de sus vidas. Ésta es la parte un poco triste del asunto.

Indiferencia

Pues ante los prodigios del mundo tendemos a comportarnos como los personajes del cuadro Paisaje con caída de Ícaro, atribuido a Brueghel, que se halla, si no me equivoco, en el museo de Bellas Artes de Bruselas, en el que la trágica muerte del mítico muchacho que se acercó demasiado al sol y cayó desde tan alto --en una zona lateral de la escena, abajo, a la derecha vemos sus piernas en el momento de entrar en el mar-- no logra despertar la atención de nadie: del labrador que sigue arando, del pastor que vigila sus ovejas, o de los tripulantes del barco que con todas las velas desplegadas se aleja mar adentro. Lo único que suscita el milagro es indiferencia. Pues todos estamos muy ocupados ya en nuestros propios y absorbentes asuntos. Yo mismo en cuanto acabe estos párrafos tengo que redactar una factura y ver qué dice el PCR.

Ya que, como dice Auden en su famoso poema Musée des Beaux Arts, “el costoso y delicado barco que hubiera debido ver / algo asombroso, un chico cayendo del cielo, / tenía que llegar a algún sitio, y siguió tranquilamente navegando”.