Portada del libro 'De todo tipo de batallas' (188), ilustración de Justus van Maurik

Portada del libro 'De todo tipo de batallas' (188), ilustración de Justus van Maurik

Ciencia

La cultura de la reconstrucción

La reactivación social tras el coronavirus debe tener en cuenta el mundo de la tecnología, que desde hace dos siglos es el principal motor de generación de riqueza

24 junio, 2020 00:00

La mayoría de nosotros hemos vivido enclaustrados en casa muchas semanas: una pesadilla de agobio caótico e insólito, con un pavor al contagio que se ha ido diluyendo con el transcurrir del tiempo; a diferencia del desconsuelo por la hecatombe económica o los dramas vividos en la familia. Todos separados y unidos a la vez, al estar recluidos por idéntico motivo. Todos éramos importantes, pues cualquiera podía contagiar y ser contagiado. ¿Por qué hablo en pasado si aún no tenemos vacuna? Esta pandemia nos ha impuesto un viacrucis del que sólo podremos salir airosos coordinados y no por separado. Es cierto que, una vez desatada esta tragedia, que nos ha rebasado en todas direcciones, habrá un antes y un después para cada uno y en conjunto. Existe una positividad tóxica que dice que de ésta saldremos mejores porque sí. Ojalá, pero no es de recibo fingir que todo va bien: ponerse una careta con un sonrisa automática no se resuelve los problemas que nos afligen. Pero tampoco reflotaremos con la angustia y las emociones corrosivas. Hace falta un equilibrio.

Por supervivencia, habrá que poner la economía al servicio de la sociedad. Tenemos los antecedentes del New Deal (tras el crack del 29) y del Plan Marshall (tras la Segunda Guerra Mundial). En el primer caso, el economista liberal John M. Keynes apostó por una decidida intervención pública para supurar una clamorosa y opresiva brecha social, y se le atribuye un comentario muy oportuno: “Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”. Estamos insertos en un sistema dinámico donde una leve variación de condiciones, en algún lugar del mundo, puede ocasionar en el resto una cascada de consecuencias inesperadas, lo que se denomina efecto mariposa; un término que hace medio siglo acuñó el matemático y meteorólogo estadounidense Edward N. Lorenz.

La era de la disrupción digitalHace unos meses salió el libro La era de la disrupción digital (Deusto), donde los profesores de Análisis Económico Javier Andrés y Rafael Doménech abordan los efectos de la revolución digital, esa ruptura brusca. ¿Cuál es el panorama del empleo, la desigualdad y el bienestar social ante las nuevas tecnologías globales? La catástrofe que nos ha sobrevenido de forma inesperada, trastoca cualquiera de esas pertinentes reflexiones; tal es la magnitud del descalabro que supone en nuestros desarrollo. No obstante, la recuperación no podrá dejar de lado estos análisis sobre el impacto de la tecnología (siempre en continua evolución y veloz difusión) con la que convivimos, y que es el primer motor del crecimiento de riqueza desde hace dos siglos. La política económica debería mantener sus aspectos positivos y mitigar sus efectos negativos.

Hace unos meses salió el libro

¿Hasta qué punto, se preguntan Andrés y Doménech, el aumento de la desigualdad y las diferencias entre distintas zonas se deben a la revolución digital y la globalización? Partimos de que un objetivo irrenunciable es la reducción efectiva de la desigualdad (en especial, la opresiva en términos de Adam Smith), a la vez que incentivar la participación laboral y social. Reducir la desigualdad no implica reducir empleos y productividad. Por esto, los autores reclaman “que las competencias y habilidades de los trabajadores sean complementarias a la robotización y automatización, en lugar de sustitutivos”. Se requieren conocimientos técnicos y son básicas las habilidades sociales. Como ejemplos de la relación entre los estudios y avances sociales, señalan a Polonia y Corea del Sur. La primera tiene solo un 6 por ciento de jóvenes sin educación secundaria superior (sic), un porcentaje inferior en el país asiático: un 2 por ciento; es más, el 70 por ciento de los jóvenes surcoreanos tienen estudios superiores.

Figuración gráfica del Efecto mariposa

Figuración gráfica del efecto mariposa

La denominada economía digital potencia formas nuevas de empleo y relaciones laborales. Pero hay que saber dar con un punto intermedio entre la flexibilidad del mercado de trabajo y la seguridad jurídica para trabajadores y empresas. La idea es que cuanto más se crezca mejor se podrá distribuir la riqueza. Y la revolución digital, portadora de innovación, permite generar un incremento de productividad con el que financiar el deseable Estado del Bienestar.

En el caso español, Andrés y Doménech señalan que el problema de la desigualdad no se debe a la renta que concentra el 1 por ciento más rico, sino a la escasa participación del 40 por ciento más pobre en la riqueza. Esto es crucial. En lo referente a mesurar la distribución de la renta, contamos con distintos índices de desigualdad. De entre ellos, el que parece ceñirse mejor a la realidad tiene más de un siglo de existencia y es el de Gini (del estadístico Corrado Gini). Este coeficiente se obtiene al dividir la mitad de la diferencia promedio entre dos personas cualesquiera de una sociedad por el ingreso promedio. El índice es nulo cuando todo el mundo tiene la misma renta. Y es igual a 100, el máximo de desigualdad, si toda la renta está concentrada en un solo sujeto.

Corrado Gini

El estadístico Corrado Gini

A modo comparativo, cabe señalar que el aumento de un punto en el índice de Gini supone un aumento del 6 por ciento en la renta que concentra el 1 por ciento más rico frente a la que concentra el 40 por ciento más pobre. Hay que contar la desigualdad de la renta en función del fenómeno de la dispersión salarial y de las rentas de capital, adecuadamente ponderadas. Una aproximación a la realidad, para atenderla como merece y que nos vacuna contra la demagogia.

Es vital acertar en el diseño y aplicación de políticas que lleven a activar el empleo y a reducir los períodos de paro de trabajadores que transiten de las ocupaciones obsoletas a las nuevas; una reasignación de empleos frente al fantasma del paro tecnológico. Hay que invertir en investigación, desarrollo e innovación, y no resentirse cuando las cosas vienen mal dadas, como ahora. Hay que apostar por las industrias estratégicas y volver a gastar dinero en educación y sanidad. Los recortes descomunales (como los que hicieron en su momento Madrid y Cataluña) los pagamos muy caros todos, como hemos constatado ahora. En educación los problemas son especialmente dañinos.

Ante la distopía de un desempleo masivo a causa de la robotización, se ha planteado la idea de la renta básica universal, una medida que podría desincentivar el trabajo. “Aunque el mundo real no asegura la igualdad de oportunidades y está muy lejos de esa sociedad utópica”, parece preferible establecer complementos de renta o salariales que reduzcan la pobreza de la manera más efectiva. Si la Unión Europea no renuncia a seguir siendo la región más inclusiva del planeta, sus Estados miembros deben asumir la situación de millones de ciudadanos: empresas, trabajadores (autónomos o no) bloqueados y arruinados necesitan como agua de mayo ayudas e incentivos vigorosos. Hace falta una cultura de reconstrucción y dinero para pagar retomar el vuelo. Hace poco se ha presentado en la UE un programa en el que a España le podrían corresponder 140.000 millones en transferencias y préstamos. ¿No sería fantástico que se lleve a cabo en beneficio de todos?