Annemarie Schwarzenbach y Ella Maillard posan junto a su Ford Roaster

Annemarie Schwarzenbach y Ella Maillard posan junto a su Ford Roaster

Letras

Annemarie Schwarzenbach y el malestar de la juventud alemana de entreguerras

Firmamento publica en español 'Una novela lírica', uno de los últimos textos de la escritora, fotógrafa y viajera suiza Anne Marie Schwarzenbach sobre el ansia de libertad de su generación

27 septiembre, 2022 19:30

“Un ángel devastado”, así definió Thomas Mann a Annemarie Schwarzenbach. La conoció en su casa, de la que era asidua invitada gracias a la amistad que mantenía con Erika y Klaus Mann, sus dos hijos mayores. Schwarzenbach tenía 22 años cuando conoció a la hija del Premio Nobel. Ya era autora de Erik, una novela corta escrita para el diario suizo Neue Zürcher Zeitung. Y estaba a punto de terminar Ruth, otra novela corta que publicaría ese mismo año. Habiendo cumplido los 18, abandonó la casa familiar para ir a estudiar a la Sorbona, donde cursó un año. Aquel viaje a París sería el primero de muchos para esta escritora, fotógrafa, viajera y virtuosa del piano, cuya obra permaneció en un absoluto ostracismo hasta que, en los años noventa, fue redescubierta recibiendo el entusiasmo que ya en vida le habían dedicado sus contemporáneos.

Roger Martin du Gard o la poeta Catherine Pozzi alabaron también el talento de Schwarzenbach, de cuya personalidad, además, quedaron prendados, como también Carson McCullers, que se enamoró locamente de la escritora suiza, aunque ella no le correspondió. Para la estadounidense, Schwarzenbach fue un referente en todos los sentidos y a ella, a esa “cara de Donatello” con “fino pelo” y “mirada azul oscuro”, le dedicaría su segunda novela, Reflejos en un ojo dorado. Fue en la década de los noventa cuando la figura de Schwarzenbach comenzó a reivindicarse, tanto en Alemania como en Francia.

Aquí en España, fue la editorial Minúscula quien la rescató en 2003 con la publicación de Muerte en Persia. Una especie de “diario personal”, en palabras de la propia autora, donde el paisaje de Persia, lugar al que viajó en más de una ocasión, se convierte en una especie de espejo en el que reflejarse, narrarse desde el presente y, a la vez, evocar el pasado. Posteriormente, la editorial barcelonesa publicó Todos los caminos están abiertos –donde se recogen distintos textos en torno a sus viajes por Oriente, mientras Europa se adentra en los años oscuros de la Segunda Guerra Mundial– y Ver a una mujer, donde narra el cruce de miradas entre dos mujeres y, a partir de ahí, reflexiona sobre el deseo y la pasión. Norma Editorial le dedicó hace dos años una novela gráfica: Annemarie, de María Castrejón y Susana Martín.

Portada Schwarzenbach

Ver a una mujer es una obra que vio la luz en la década de 2000, cuando fue descubierta en el Archivo Suizo de Literatura, donde había permanecido inédita hasta entonces. Su hallazgo puso de relieve el olvido al que fue sometida Schwarzenbach y lo ocultos que habían estados sus textos, algunos de ellos nunca publicados. Hay dos motivos que explican este hecho: por un lado, el nazismo condenó al ostracismo a Schwarzenbach, igual que a su gran amigo Klauss Mann. Nadie duda ya que no se puede entender la literatura de entreguerras sin su figura. La escritora se enfrentó, además, a la alargada sombra de su padre. Si no fuera por editoriales como Cabaret Voltaire, Nadir o Points sería casi imposible leerla en castellano.  Schwarzenbach también tuvo que enfrentarse a la sombra de su madre Renée Wille: mujer aristocrática, conservadora y defensora de las buenas formas hizo desaparecer sus diarios íntimos y otros textos más personales de su hija, cuando esta falleció en 1934.

No es de extrañar que Una novela lírica fuera desconocida e inédita en español. Publicada en 1933, el nazismo impidió su difusión. La familia tampoco hizo nada para reivindicar uno de los últimos libros de Schwarzenbach, que confesaba que tras su protagonista se escondía ella y que ese amor imposible y heterosexual entre el joven y la cantante de varietés debería ser leído, en realidad, en clave homosexual. Schwarzenbach nunca ocultó su lesbianismo, aunque en esta ocasión opta por disimularlo tras la figura de su protagonista, un joven adinerado que se instala en Berlín con el deseo de convertirse en diplomático y cuyos planes se trastocan cuando conoce a Sybille y queda embriagado por ella. 

Portada de 'Annemarie', de María Castrejón y Susana Martín, una versión en cómic de la historia de la escritora suiza / NORMA EDITORIAL 

Portada de 'Annemarie', de María Castrejón y Susana Martín, una versión en cómic de la historia de la escritora suiza / NORMA EDITORIAL 

Escrita en primera persona, es la voz de él la que nos narra cuánto va aconteciendo: su deseo por la joven bailarina de varietés y la imposibilidad de su amor. Ansía olvidarla, pero no puede. El deseo es demasiado intenso. A través de capítulos breves, y con un estilo conciso, el protagonista relata su malestar emocional y físico, un dolor que tiene que ver con la sensación de no pertenecer a una sociedad en la que no encaja. En ese Berlín culturalmente efervescente, de vida nocturna, música y teatro, descrito por Klauss Mann en La danza piadosa, el drama del protagonista de Schwarzenbach es el de su misma generación: una juventud desencantada que trata de encontrar espacios de libertad y transgresión a través del arte y del espectáculo, como fue El molino de pimienta, el cabaret fundado por Erika Mann y que se convirtió en uno los núcleos de la resistencia al nazismo.

Como Andreas de La danza piadosa, el protagonista de Schwarzenbach también busca su lugar en la capital alemana, donde su carrera dejará casi de inmediato de ser su prioridad: “La palabra carrera ya no significaba nada para mí. Era una palabra vacía”, confiesa el protagonista, cuya escritura refleja la pérdida de sentido de términos heredados que ya no significan nada ni para él ni para esa generación a la que “apenas le quedaba nada, pero a cambio tenía el inmenso privilegio de la amistad”.

Dicho privilegio desaprece cuando se habla de amor. El que siente por Sybille será censurado por sus allegados; ella misma le advertirá del peligro que corre su carrera. Él, un joven de familia adinerada con un porvenir prometedor; y ella, una joven independiente que se gana la vida mostrándose ante el público. Dos mundos incompatibles para una sociedad en el que los valores tradicionales siguen vigentes y que censura los afectos espontáneos, como el que siente el protagonista por la bailarina: “Me mintieron”, escribe el joven en su cuaderno, donde relata su historia, “claro que podría haber vivido con Sybille. Sí, el mundo no habría estado de acuerdo y me habrían castigado”.

Ese mismo mundo es el que también habría castigado el amor de Schwarzenbach por sus amantes. La escritora encontró en la historia de estos dos personajes la forma de narrar los obstáculos a los que se enfrentaba un amor homosexual en un Berlín donde la libertad y la transgresión solo se vivía en breves y fulgurantes momentos nocturnos. Aquella sociedad no solo seguía rigiéndose por los valores de siempre, sino que se encaminaba hacia el más terrorífico de los escenarios sin que, aparentemente, nadie fuera consciente. Junto a Erika Mann, Schwarzenbach se movilizó contra el ascenso del nazismo. De nada sirvió. Mientras su amiga huía a Estados Unidos, ella iniciaba un viaje tras el cual se instalaría en Suiza. No sería su adicción a la morfina, sino un accidente de en bicicleta, lo que acabaría con su vida en 1934, antes de que el mundo fuera testigo del horror absoluto.