Cubierta del cómic 'Tomar refugio' sobre Annemarie Schwarzenbach, obra de Zeina Abirached y Mathias Énard / SALAMANDRA GRAPHIC

Cubierta del cómic 'Tomar refugio' sobre Annemarie Schwarzenbach, obra de Zeina Abirached y Mathias Énard / SALAMANDRA GRAPHIC

Artes

Annemarie Schwarzenbach, nomadismo y aristocracia 'punk'

Dos cómics rescatan la legendaria figura de la fotógrafa, escritora y viajera suiza, una mujer de magnetismo andrógino que rompió los moldes sociales de su tiempo

10 junio, 2020 00:10

¿Se acuerdan de cuando éramos nómadas? No hace tanto –apenas tres meses– poseíamos la posibilidad de viajar a cualquier lugar del mundo sin más preocupación que disponer del pasaporte en regla, el ánimo necesario y, tal vez, la hipócrita queja por una multitud de turistas torciéndonos el gesto. O tempora, o mores. Ahora que la mayor parte de habitantes del planeta vivimos en este nuevo neolítico de sofá y pantalla  –la pandemia nos obliga–  tal vez sea más necesario que nunca acudir a los relatos que nos legaron los grandes viajeros. De momento, para viajar no nos queda otra que agarrarnos a los libros de Bruce Chatwin, al fabuloso decir de Marco Polo o a las maravillas que cuenta Kapuściński. Podrán quitarnos por un tiempo el chárter, el safari y el crucero, pero nunca podrán arrebatarnos el viaje interior. Dan ganas de gritarlo y hacer pancartas con el lema.

En fin, los que se sientan huérfanos de migración primaveral tendrán la oportunidad de enrolarse, por ejemplo, en el viaje oscuro e indomable al que invita la sin par viajera y escritora suiza Annemarie Schwarzenbach (1908-1942). Podemos recuperar su recuerdo con la excusa de la aparición de dos novelas gráficas: Annemarie, de María Castrejón y Susana Martín  (Norma Editorial) y Tomar refugio, de Mathias Enard y Zeina Abirached (Salamandra Graphic). Ambas brillantes y divergentes en su acercamiento al mito. Veamos el porqué.

 María Castrejón, Susanna Martín

Annemarie es una biografía completísima y primorosa que da buena cuenta de todos los viajes que emprendió nuestra fotogénica aristócrata punk. El primero –y tal vez más relevante– fue el que empezó pronto, haciéndose dueña de su propia vida, vulnerando el férreo cerco mental que su adinerada familia –su madre llevaba a gala ser pariente de Von Bismarck–  parecía tener dispuesto para ella. En viñetas bellísimas, llenas de recursos inteligentes, vemos su aficiónn por el deporte y por su propio cuerpo, el descubrimiento de su magnetismo andrógino y el inicio de la vida bohemia que llevó de mano de los hermanos Mann en un delicioso deambular por los ambientes lésbicos del Berlín prenazi.

Su vida, siempre errante –por el lado que popularizó Lou Reed– parece una fuga insaciable. Annemarie visitó, escribió y fotografió buena parte del planeta como si fuera un autorretrato. Buscándose las aristas. Su obra incluye los cimientos de la literatura de viajes. Fatiga Persia, Afganistán, India, Turquía, Siria, Líbano, Palestina e Irak. Visita toda Europa incluyendo España. Pasa una temporada en Estados Unidos –y deja prendada a Carson McCullers– y acaba sus periplos en el Congo y otros países africanos. En todos sitios no hace más que buscar el sentido de su propia existencia. Cuestionárselo todo hasta encontrar una extrema honestidad personal, por dolorosa que esta fuera. 

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No crean que su obra es solo un bello panegírico. Incluye un descenso a la parte más profunda y desgarradora de su psique herida: su lacerante adicción al opio, los ingresos en centros psiquiátricos, la antipatía feroz, la enorme sombra de –en palabras de Thomas Mann– este ángel devastado. Por no tener, ni siquiera tuvo una muerte épica. No deja de ser irónico que una de las más grandes viajeras de todos los tiempos muriera de una tonta caída en bicicleta. Schwarzenbach  había franqueado todas las fronteras posibles y esta biografía gráfica –bellísima, llena de recursos: mapas, pentagramas con la música de la época, el uso emocional del color– consigue que la biografiada acceda por derecho propio a la rara y heroica estirpe de los seres libérrimos, de nuestras heroínas históricas. Entendiendo así, a las claras, el derecho a que las autoras titulen su biografía mediante su nombre propio, con honores de artista del Quattrocento.

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Viñeta de Tomar refugio, de Mathias Enard y Zeina Abirached / SALAMANDRA GRAPHIC

En Tomar refugio, el segundo tebeo, el papel de Schwarzenbach es central, pero no protagonista. El evocador guión de Mathias Enard –premio Goncourt 2015 con la novela Brújula–  se centra en los paralelismos que tejen y destejen dos historias diferentes. La primera es el amor, incipiente y lleno de dificultades, entre Karsten, un tímido berlinés y Neyla, una astrónoma que acaba de llegar de Siria como refugiada. Karsten está leyendo un libro que se basa en el viaje que Annemarie realizó junto a Ella Maillard hasta Afganistán a bordo de un lujoso Ford Roaster en 1939, huyendo de los temblores europeos ante una inminente Segunda Guerra Mundial. 

La figura del amor prohibido entre las dos viajeras en Afganistán sirve como espejo y eco de los encuentros y desencuentros de las protagonistas en un Berlín transido de historias de migración y solidaridad. La historia vivida y la leída se complementan. El pasado y el presente convergen. La preocupación por Siria y por el alzamiento de Hitler palpitan en la página al unísono. Los puentes que se erigen y derrumban entre Oriente y Occidente permanecen cientos de años después. 

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Annemarie Schwarzenbach y Ella Maillard posan junto a su Ford Roaster

Mención aparte merece el poderoso lenguaje visual que Zeina Abirached utiliza en el cómic. Muchas veces la dibujante prescinde de la viñeta y la imagen. Parece dibujarse a sí misma.  Sirviéndose de un blanco y negro radical –con algo de Marjane Satrapi pero con mayor querencia por lo simbólico– es capaz de dotar a la obra de un ritmo casi musical, donde los temas de los dibujos retornan en forma de eco. El resultado es de una belleza sencilla y apabullante.  

Estamos de enhorabuena: ambos cómics son canela pura. Resultan altamente recomendables para cualquier espíritu que tenga hambre de aventura. Consiguen abrirnos el apetito para seguir tras la pista de los escritos y fotografías de Schwarzenbach. Son capaces de hacernos recordar la excepcionalidad y el privilegio que supone hacer un viaje verdadero. Logran hacernos sentir que, mientras leemos, abandonamos –por unas horas– este nuevo y forzado neolítico.