Jaime Gil de Biedma, cartas a un joven poeta
La Universidad de Almería publica, al cuidado de Miguel Gallego Roca, la correspondencia personal que durante la década de los años ochenta mantuvieron el poeta catalán y el profesor y escritor canadiense Richard Sanger
“En cuanto a mi salud, la verdad es que me siento muy afortunado y en este momento muy feliz. Es como si el proceso que empezó con el Covid –el de poner en cuestión todas las tareas y relaciones sociales que le chupaban la vida a uno– hubiera dado un paso más adelante: ya no tengo que enseñar más y puedo dedicarme únicamente a lo que quiero hacer, un gran alivio”. En diciembre del año 2020, aún en plena pandemia, Richard Sanger (1960-2022), poeta y profesor inglés afincado en Toronto, contestó así a mi respuesta al primer correo que me envió interesándose por la correspondencia que había mantenido con Jaime Gil de Biedma en la década de 1980. A través de la Agencia Balcells, pudimos localizar sus cartas y a su vez él nos envió las que conservaba del poeta. En su correo, Sanger me había anunciado que le acababan de diagnosticar un cáncer de páncreas y que le habían dado una prognosis de entre seis y doce meses. Murió al cabo de dos años.
Desde el principio, me admiró y me sorprendió el estoicismo y el buen ánimo –la sabiduría, podríamos decir– que aquel hombre demostraba frente a la fatalidad. No había en sus palabras ni un ápice de rencor o de rabia, tampoco de cinismo. Tan solo manifestaba cierta comprensible urgencia en dejar listo ese trabajo de recopilación de su epistolario con Gil de Biedma, que además suponía para él un regreso a su juventud, una manera de cerrar un círculo.
Ayudarle en aquella tarea fue mi forma de acompañarle durante un tiempo en su trance. A lo largo de un año mantuvimos nuestra propia correspondencia fluida, intercambiando textos, traducciones, reflexiones. Siempre se mostró de buen humor, atento, ocurrente, lleno de curiosidad aún. Su amistad juvenil con Gil de Biedma –él era un veinteañero cuando se conocieron– se proyectó de algún modo en mi propia y larga relación estudiosa con el poeta, como si su conocimiento personal hubiera venido a suplir mi lamentada carencia al respecto y a su vez mi amistad espectral con ambos se convirtiera en la cifra de ese misterio que es la afinidad literaria. Time the distroyer is time the preserver.
Al poco de empezar a escribirnos, le pedí a Richard que me escribiera una pequeña memoir de sus recuerdos de Gil de Biedma. Tengo desde siempre una especie de obsesión por conocer a los muertos que me han formado a través de la experiencia de quienes tuvieron la suerte de conocerlos. Y Richard cumplió gustoso con el encargo, remitiéndome al cabo de unas semanas un estupendo texto en inglés en que resumía los siete años de su amistad, nada menos que uno de los ciclos climatéricos en los que Gil de Biedma creía a pies juntillas y que terminaron por cumplirse en su vida, el ejemplo trágico más cabal que ha dado la poesía española de caída en la temporalidad.
El texto tiene un arranque espléndido, digno de unas memorias:
Most poets discover poetry through the poets of their mother tongue; I came to modern poetry in English by a different route. As an undergraduate at the University of Edinburgh in the late 70’s, I had fallen in love with Spanish poetry and the great poets of Republican Spain—Machado, Lorca, Neruda— but much of what I was responding to was simply the sounds of the Spanish language and the warmth of the culture.
(La mayoría de poetas descubren la poesía a través de su lengua materna; yo llegué a la poesía moderna en inglés a través de una ruta distinta. Como estudiante en la Universidad de Edimburgo a finales de los 70, me había enamorado de la poesía española y los grandes poetas de la España republicana –Machado, Lorca, Neruda– pero buena parte de lo que me estimulaba era sobre todo la música del idioma español y el calor de su cultura).
Richard explicaba luego cómo había vivido, a principios de los ochenta, en Granada, ya convertido en incipiente profesor de español. Fue entonces cuando descubrió la poesía de Gil de Biedma, que le produjo una especie de shock of recognition. La dicción coloquial de aquellos poemas le reveló una extraña y a la vez familiar modernidad. Ahí estaba la lengua extranjera que había empezado a amar –y que llegaría a dominar con maestría– pero organizada en un tono y una concepción del poema que nada tenía que ver con lo que hasta el momento había leído. Así fue cómo Gil de Biedma le obligó a volver a los poetas de su propia lengua, sobre todo a Eliot, Spender y Auden. Dice en un momento con mucha gracia que no dejó de sentir cierta contradicción al vivir como un hippie en el Albaicín y empezar a asimilar al mismo tiempo las teorías estéticas de a depressive London bank clerk (“un depresivo empleado de banca londinense”), refiriéndose por supuesto a T. S. Eliot.
El resultado de aquella pasión fue una tesina que el propio Richard le entregó en mano a Gil de Biedma en las oficinas de la Compañía de Tabacos de Filipinas donde trabajaba, en las Ramblas de Barcelona, un escenario “propio de Conrad”, como solía decirle García Márquez. Fue en 1981, en una de las dos únicas veces que se vieron en persona. (La segunda fue en Sevilla, en 1984). A Gil de Biedma le interesó mucho el trabajo del joven y así se lo comentó en una extensa carta de octubre de 1981, como puede comprobarse en el epistolario que acaba de publicarse, Jaime Gil de Biedma. Richard Sanger. Correspondencia (1981-1987) (Universidad de Almería), excelentemente editado por Miguel Gallego Roca, que ha cumplido al detalle con el propósito de Sanger.
Volver a Gil de Biedma es siempre una experiencia intelectualmente estimulante y vitalmente excitante. Pocos autores españoles han sabido hablar de vida y literatura con tanta pertinencia, tanto gusto y tanta lucidez, a la vez dolorosa y vigorizante. En estas cartas, volvemos a admirar su inteligencia crítica, su prodigiosa memoria, su capacidad de distanciamiento consigo mismo (de su sextina de inspiración marxista 'Apología y peticiónP, tan citada y manoseada en los últimos tiempos, dice que su final es “tonto sin remisión”), su vasta cultura, tan particularizada y vivida (“Jaime era muy estudiado”, como solía decir Francisco Rico), su maravilloso castellano, tan genuino y jugoso, hecho de palabras de familia y un sentido ya extinto de la conversación. Tratando de explicarle el verso de 'Contra Jaime Gil de Biedma' en el que aparece la palabra “cacaseno” (“zángano de colmena, inútil, cacaseno”), le comenta por ejemplo a Sanger:
“Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno son una dinastía de fools en la literatura infantil italiana, y en España fueron también populares. No sé de cuándo datan esas historias, pero son bastante antiguas. En mi niñez apenas ya se leían y mi recuerdo de ellas es casi todo indirecto. Bertoldo es grosero y tosco, pero me parece que tiene cierta gracia rabelesiana; Cacaseno es simplemente un guarro y un necio: el uso de su nombre como epíteto de invectiva lo tomé de mi vieja niñera Modesta, a quien se lo oí emplear bastantes veces”.
Además de la tesina, Sanger también tradujo algunos poemas de Gil de Biedma al inglés, lo que motivó algunas cartas muy valiosas acerca de la verdadera significación de algunos versos o algunos pasajes que como siempre hacen soñar con todo aquello que el poeta pudo escribir y se ahorró. Hay también al mismo tiempo en el intercambio una especie de quid pro quo. Si el poeta mayor orientaba al joven por el laberinto de sus influencias y sus referentes, el joven le descubría libros –una selección de los ensayos de Steiner– y otros poetas entonces en boga, como John Ashbery, de quien Sanger le envió Self Portrait in a Convex Mirror. Gil de Biedma comentó al respecto: “El phrasing de Ashbery es magnífico, el mejor que yo conozco desde T. S. Eliot, pero me resulta un poeta muy difícil, incluso idiomáticamente –New England’s English?– y he de leerlo en porciones muy breves”.
En aquella época, la obra de Gil de Biedma empezaba a ser valorada y reconocida, aunque la lectura que por entonces hacían muchos jóvenes poetas y estudiosos españoles, como privadamente se lamentaba en sus cartas, a menudo le parecía insuficiente y superficial. Por eso el caso de Sanger fue tan excepcional y gratificante para el poeta, que trató a su joven amigo como a un igual, agradecido y admirado tanto de sus inteligentes comentarios como de sus brillantes traducciones –que pueden leerse en esta edición–, algunas de las cuales juzgó superiores al original.
El epistolario también prueba hasta qué punto Gil de Biedma estuvo ocupado en sus últimos años en la obra de Byron, particularmente en la selección de su correspondencia veneciana, que tenía la intención de traducir, trabajo que finalmente llevaría a cabo Eduardo Mendoza en su propia edición de la antología que el poeta dejó a su muerte y que se publicó con el título de Débil es la carne (Tusquets, 1999). Gil de Biedma también conminó a Sanger a leer el Don Juan, la obra poética que, junto a los Cuartetos de Eliot, más le obsesionó a lo largo de su vida. Richard no llegó a saber que yo mismo traduciría el Don Juan, pero sí hablamos de mi propia versión de los Cuartetos. Ambos trabajos son algunos de los secretos encargos que quise heredar de Gil de Biedma, para burlar a la muerte, como a él le hubiera gustado.
El tono de la correspondencia cambia perceptiblemente a partir de 1985. Aunque Gil de Biedma no se refiere a ello explícitamente, se nota que algo grave le ha ocurrido. Aquel año le diagnosticaron el sida y empezó su tratamiento en el Instituto Pasteur de París, que, como todos los de entonces, resultó ineficaz. La última carta que le escribió, fechada en abril de 1987, termina con una frase muy propia de su tremenda lucidez. Hablando de aquellos años malos, concluye: “Como dice Casanova en sus memorias, a partir de cierta edad a uno le abandona la buena suerte, y yo ya he llegado a ella”. Tenía él entonces más o menos la misma edad en que Sanger enfermó.
En algún momento de nuestra propia correspondencia, decidí enviarle a Richard un texto que me habían encargado para un libro colectivo de entrevistas a escritores muertos y que iba a titularse Entrevistas de ultratumba (Kultrum, 2021). Mi entrevista se tituló 'Encuentro con Gil de Biedma en Ultramort' y pretendía dramatizar lo que había sido mi relación con el poeta a lo largo de tantos años de intimidad con su obra. Cuando lo leyó, Richard me escribió: “Tengo la impresión de conocer mucho mejor a Jaime después de leer tu encuentro”.
Además de ser una muestra más de la humanidad, la atención y la generosidad de Richard, a quien llegué a tomar verdadero cariño durante aquel año, la observación me dio mucho que pensar. ¿Cómo puede alguien que no ha conocido a un difunto ayudar a otro que sí lo conoció a conocerlo mejor? ¿Y qué significa conocer a alguien? En mi pieza yo citaba unos versos de Little Gidding que a Richard le gustaron mucho y que quizá expliquen el enigma. Están ya para siempre asociados a su memoria: “Y los muertos, estando vivos, no tenían habla para decirte / lo que ahora, una vez muertos, te cuentan: los muertos / se comunican con lenguas de fuego / más allá del lenguaje de los vivos”. Only through time, time is conquered.