
Todos los 'Edipos' de Carlos García Gual
Todos los 'Edipos' de Carlos García Gual
Alianza Editorial reedita, junto a la traducción de la gran tragedia de Sófocles, el excelente ensayo del mayor de nuestros helenistas, una obra donde el académico de la RAE desentraña el antiguo mito griego y recorre todas sus variantes literarias
Las dos máscaras (antagónicas) que representan el arte terrestre del teatro –el rostro de Talía, musa de la comedia, la música, el canto y la alegría; y el perfil de Melpomene, diosa de la tragedia– son dos hermanas siamesas de distinta edad. En los anales del antiguo teatro griego consta que entre la formulación más temprana de la tragedia y la muestra fundacional de la comedia discurre casi un siglo y medio. Este dato denota una mentalidad: el hombre dio antes más importancia a la escenificación (dramática) de sus calamidades que a la celebración de la risa. El dolor antecede a la fiesta.
De las cientos de antiguas tragedias griegas sólo han sobrevivido una treintena, en su mayoría obras de Esquilo, Eurípides y Sófocles. Ninguna, a juicio de Aristóteles, padre de la Poética, es tan perfecta como Edipo Rey, el gran drama que cuenta la desgracia del célebre monarca de Tebas, descendiente (maldito) de la estirpe de los Labdácidas, cuya peripecia se extiende también a otras dos tragedias: Antígona y Edipo en Colona.

'Edipo y la Esfigie de Gustave Moureau (1864)
La historia, una fábula de suspense sobre el incesto y la muerte con un final terrorífico, casi un thriller inventado muchísimos siglos antes que el famoso género cinematográfico, instaura uno de los grandes arquetipos humanos: el héroe que es, a la vez, villano; inocente y culpable, víctima y asesino.
Visto desde el presente, cuando el maniqueísmo y la victimización, incluida su variante más ridícula, se han convertido en industrias que facilitan el ascenso social, en un extraño movimiento compensatorio en el que el egoísmo se disfraza de compasión, causa asombro ver cómo 430 años antes de la era cristiana, en la Atenas pagana, Sófocles ya enuncia la inmensa complejidad de la condición humana.

Busto de Sófocles
La riqueza de su planteamiento, a pesar de ser fiel a la preceptiva trágica antigua, donde la psicología de los personajes todavía no es un factor trascendente, como sí lo será con la modernidad, ha hecho de Edipo Rey uno de los mitos literarios más replicados y vigentes de Occidente, igual que sucede con otras figuras culturales, como Don Juan o don Quijote.
Probablemente nadie sabe en España más acerca de la cultura griega que Carlos García Gual (1943). El académico de la RAE, el mayor de nuestros helenistas, un sabio discreto, padre de la excepcional Biblioteca Clásica de la editorial Gredos, hizo hace ahora trece años una traducción de la obra de Sófocles, publicada por el Fondo de Cultura Económica, que ahora reedita Alianza Editorial bajo la forma de un ensayo –Edipo: mito y tragedia– que explora, con una erudición envidiable, acompañada de esa humildad luminosa que sólo tienen los verdaderos sabios, la importancia y los personajes de la obra y también el rastro que el personaje del monarca tebano ha dejado en la cultura occidental.

El helenista y académico Carlos García Gual
García Gual consuma en este libro un soberbio ejercicio de explicación, actualización y divulgación de la mejor literatura antigua. Y lo hace, al contrario de lo que muchas veces sucede dentro de su gremio, con una claridad y amabilidad capaz de unir el conocimiento con el placer. El libro, de algo más de trescientas páginas, es un viaje (memorable) a todos los Edipos de la historia cultural.
El helenista mallorquín introduce su versión de la tragedia de Sófocles con un arranque deslumbrante –“El detective descubre al final al asesino: es él mismo”–, deja que la música verbal el antiguo drama griego vibre en nuestros oídos –“¿Qué hombre, pues, puede ufanarse en su ánimo / de escapar a los dardos sobre su alma?”, canta el coro– y acompaña el efecto catártico de la calamidad del desgraciadísimo monarca de Tebas con un estudio (antológico) sobre los orígenes, mecanismos, recursos y símbolos del drama ateniense. Así es como deben –y deberían– editarse todos los clásicos.

'Edipo, mito y tragedia'
Su Edipo trasciende el ámbito de las ediciones críticas, donde la filología despliega sus saberes y habilidades, para regalarnos un estudio memorable sobre la tradición literaria, esa corriente fluvial que, a lo largo de los siglos, da forma al cauce de un río venerable en el que el agua que va desde el caudal primigenio hasta la desembocadura parece la misma, sin serlo. El libro comienza analizando los antecedentes míticos de Edipo, quizás el primer hombre que descubrió que es imposible escapar al propio destino, a partir de las narraciones orales anteriores a la tragedia de Sófocles, divergentes con respecto al molde dramático.
Documenta también cómo estas narraciones legendarias, transmitidas gracias a la memoria de los pueblos, se fijaron por escrito. No como modelos cerrados, sino al modo de motivos que, con el tiempo, irán modificándose, alterándose y enriqueciéndose hasta configurar un fecundo haz de sentidos y significados. Un proceso donde la autoría, ese concepto moderno, es un elemento secundario con respecto al esquema simbólico, con independencia del género en el que escriban los poetas.

'Edipo y Antígona' (1842) de Charles Jalabert
De Edipo se tiene constancia, además de las menciones que hace Homero tanto en la Ilíada y la Odisea, que aparecía en poemas épicos perdidos, como la Edipodía y la Tebaida (siglo VIII a.C.), de los que sólo nos han llegado fragmentos. En ninguno de ellos moría, ciego y atormentado, en el exilio. Apolodoro es quien fija, en el siglo segundo después de Cristo, los rasgos del viejo héroe en su Biblioteca mitológica. En consecuencia, Edipo es el centro de una saga que se prolonga hacia detrás y hacia adelante. En dirección a sus ancestros y a sus descendientes.
De ahí que su formulación dramática, que concentra la tensión en un tiempo menor y mucho más concreto, sea la cristalización más exitosa de un personaje que, como era costumbre en las representaciones griegas, ya era familiar, casi una presencia habitual, para los atenienses que acudían al teatro con motivo las fiestas dionisíacas. En este proceso de selección y reinvención, la tradición heredada experimenta cambios, del mismo modo que las versiones posteriores, más numerosas después de que Sigmund Freud interpretase la obra como una manifestación de la primera pulsión sexual del niño hacia su madre, seguida de la consiguiente hostilidad hacia el progenitor, hacen que la perspectiva y el tratamiento del arquetipo cambie con la sensibilidad artística de cada momento.

El 'Edipo' de Voltaire
De la tragedia de Edipo, entre las infinitas versiones que existen, entre ellas la excelente traducción de Agustín García Calvo (publicada en el sello Lucina), existe una tragedia de Séneca, una película de Passolini, una ópera de Stravinski y las recreaciones de Corneille, Voltaire, John Dryden, Cocteau y Alberto Moravia, entre otras muchas. Todas hechas a partir de un mismo motivo. Todas, a su vez, diferentes. Y todas inferiores, a juicio de García Gual, al sobrio y rotundo drama de Sófocles.
El Edipo de Séneca es más funesto y sangriento que la tragedia griega. Los autores franceses introdujeron dentro de la estructura dramática lances amorosos que cambian la atmósfera original. Corneille concibe un Edipo con final feliz. Voltaire cierra su recreación con un aire más lúgubre que Sófocles.

Edición en francés de 'La machine infernale' de Jean Cocteau
Cocteau convirtió en La machine infernale (1932) la historia del rey de Tebas en un libreto –Oedipus Rex– al que Stravinski puso música. Inventó así un Edipo terrestre, irónico y caricaturizado, en vez de atormentado, y cuya retórica es eminentemente coloquial para expresar su oposición al tratamiento elevado, tan característico la versión clásica.
Todas estas interpretaciones del mito griego son fruto de su propio tiempo. En ellas cohabitan la continuidad y la voluntad de ruptura. Pero a pesar de sus divergencias y heterodoxias, desde la primera edición impresa de la obra, hecha en los talleres del impresor Aldo Manucio en la Venecia de 1502 –en España tendríamos que esperar a 1793 para ver la traducción de Pedro de Estala, titulada Edipo tirano–, el arquetipo literario del monarca de Tebas, cuyo nombre significa “pies hinchados”, uno de los primeros héroes extraños de sí mismos, capaces de impugnar su propia estampa, siempre nos advierte de lo mismo: la búsqueda de la verdad puede ser la causa de la calamidad humana porque el mundo es un lugar injusto.

Cartel de 'Edipo Re' de Pasolini
Edipo descubre en el mismo acto su identidad y que la grandeza, en esta vida, se paga con dolor. Nadie lo ha resumido mejor que Borges: “Somos Edipo y de un eterno modo / la larga y triple bestia somos, todo / lo que seremos y lo que hemos sido // Nos aniquilaría ver la ingente / forma de nuestro ser; piadosamente / Dios nos depara la sucesión y el olvido”.

El coro de 'Edipo rey' en una representación teatral