El cooperante Joan Serra Montagut

El cooperante Joan Serra Montagut Calderí

Letras

El “tufo musical lo impregna todo” y enloquece a Joan Serra Montagut

Uno de los males que padece la sociedad contemporánea es el ruido organizado como música, especialmente dañino y lesivo con las clases más desfavorecidas, como ha dejado en evidencia el cooperante catalán

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En la correspondencia que acaba de publicar Acantilado, Los Wittgenstein, una familia en cartas, se habla mucho de música, ya que eran muy melómanos, celebraban en su palacio muchos conciertos y cuando los siniestros avatares de la historia los dispersó se comentaban por carta los conciertos a los que asistían en las diferentes ciudades que habitaban.

Para Ludwig, el autor del Tractatus, la música constituía nada menos que la mitad de su vida. Tocaba el clarinete. Su hermano, el piano. Como la familia era extremadamente acaudalada, tenían una especie de corte o de grupo de profesionales asociados a la casa, como príncipes antiguos.

Entre ellos destacaba Josef Labor, pianista y compositor romántico y maestro de Paul, y al que por cierto Ludwig consideraba “uno de los seis grandes compositores de verdad”, junto con Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert y Brahms.

Cuando Paul perdió el brazo derecho en los combates de la primera guerra mundial, le pidió a Labor que compusiera para él –era la primera vez que algo así se hacía— una partitura para mano izquierda y orquesta.

Portada del libro sobre 'Los Wittgenstein, una familia en cartas'

Portada del libro sobre 'Los Wittgenstein, una familia en cartas'

En 1947, Ludwig envía desde el Trinity College, Cambridge, una carta a su hermana Helena: “Hace mucho que no escucho música. Me encantaría volver a escuchar los Cuartetos de Schumann. Hace poco recordé el comienzo de uno –la introducción—y me entusiasmó. Por desgracia, dos pisos debajo de mi casa alguien toca el piano (sobre todo Beethoven) y me molesta mucho la miserable forma en que aporrea las teclas. Curiosamente, en ocasiones casi me impide respirar. Es una sensación horrible. Como decía Labor: ‘El tufo musical lo impregna todo’ y ciertamente cualquier otro hedor real me resulta más soportable”.

“El tufo musical lo impregna todo” es una formulación sinestésica perfecta para describir uno de los males que padece la sociedad contemporánea, que es el ruido organizado como música, especialmente dañino y lesivo con las clases más desfavorecidas, que no pueden fácilmente acceder al que es hoy el mayor, más caro y más inaccesible de los lujos --el silencio--, y encima de tener que ocuparse de trabajos subalternos, muchas veces mecánicos, monótonos y embrutecedores, han de padecer en silencio la “banda musical” que les ponen, generalmente unas canciones tirando a horribles que para colmo se van repitiendo en bucle cada cierto lapso.

Tú vas al supermercado, te pertrechas mientras suena en los altavoces No puedo vivir sin ti, no hay manera, muy bien, bonita canción, pagas en caja y te vuelves a casa, sin un pensamiento para la cajera o el reponedor que han de seguir allí dentro ocho horas, y escuchar, cada hora, otra vez No puedo vivir sin ti, no hay manera, y así cada día, hasta el punto de que el empleado, segundos antes de que empiece a sonar esa canción (u otra), ya presiente los primeros compases.

Detenido

Supuestamente así se combate la monotonía. Yo creo que más bien se cretiniza al proletario con gañidos de amor, y no me explico que los sindicatos no tomen cartas en el asunto.

La música se ha convertido, gracias a su emisión ubicua y no solicitada, en un enemigo de la humanidad. Véase el caso de Joan Serra Montagut, cooperante a sueldo de la Generalitat de Catalunya y de la Unesco, que después de licenciarse en Bellaterra con honores, se fue a México y lleva allí quince años, concretamente en Mérida, Yucatán, trabajando con abnegación en asuntos de difusión cultural y educación feminista.

Vive –vivía, porque ahora está en prisión— frente a un llamado Café Lavé. El otro día, a las 6,50 de la mañana, irrumpió furioso en el establecimiento, que tenía bien fuerte el tufo musical, se puso a romper cosas y a amenazar a la pobre dependienta (que estaba aterrorizada por su violencia, como prueba el vídeo que se ha hecho viral) a los gritos de “¡Soy una persona que lleva diez años luchando por mejorar este puto mundo y exijo respeto!... ¡No me chingues, baja la música!

Un comportamiento muy poco feminista, yo diría incluso que en su violencia estuvo muy heteropatriarcal, pues si en vez de una empleada desvalida se hubiera encontrado a un hombretón, seguro que su actitud no hubiera sido tan intempestiva. En cualquier caso, inaceptable. 

Pero hay que poner las cosas en su contexto: Serra Montagut ya en mañanas precedentes había bajado de su casa al maldito café Lavé a pedir con buenos modos que bajasen la música, que le dejasen dormir.

Privada de sueño, la gente enloquece. Hay que comprender que el tufo musical que todo lo impregna, colándose en su dormitorio, le haya intoxicado hasta el punto de perder los estribos y sacar lo peor de sí. Sin descartar que no esté del todo bien mentalmente y requiera apoyo psicológico.

Sin agresión física

Diez policías, nada menos, fueron al día siguiente a detenerle; diez nada menos, en ese país del feminicidio endémico e impune. Las redes sociales ya están pidiendo cárcel para él, cuando no directamente su ejecución. La Unesco y la Generalitat se han apresurado a desentenderse del caso, publicando comunicados según los cuales Serra Montagut no es su empleado.

Aquel arrebato de ira, inaceptable pero comprensible, le puede costar caro, ya le está costando caro al cooperante catalán. En el mejor de los casos será repatriado, con prohibición expresa de volver a poner los pies en México.

Pero también se le puede condenar a prisión firme. Quiero creer que el juez valorará que no hubo agresión física (aunque sí emocional) y será benigno con quien al fin y al cabo no es sino otra víctima del tufo musical, que lo impregna todo.

Y tú, capullo: ¡Baja la radio!