El escritor libanés Amin Maalouf, en el momento de recibir el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2025, en Guadalajara (México)

El escritor libanés Amin Maalouf, en el momento de recibir el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2025, en Guadalajara (México) EFE/Francisco Guasco

Letras

El grito esperanzado de Amin Maalouf en Guadalajara

El escritor, autor de dos libros esenciales como 'Las identidades asesinas' y 'El naufragio de las civilizaciones', defiende el poder de la literatura para recomponer lo que la tecnología está destruyendo

Javier Gomá: “La democracia liberal es el final del camino, la virguería más grande que se ha hecho nunca”

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Amin Maalouf ha recuperado algo de esperanza. Su grito retumba en el mundo, desde que lo pronunciara esta semana en la inauguración de la Feria de Literatura de Guadalajara (México). En la FIL recibió el Premio de lenguas romances de la mano de la directora general de la feria, Marisol Schulz. Y su mensaje tuvo un aire esperanzador, siempre que haya una reacción colectiva, siempre que se sea consciente del rumbo que ha tomado la humanidad, golpeada por una tecnología darwinista que puede acabar con el propio género humano. “O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos”, señaló, con la convicción de que la literatura tiene un papel: “arrojar luz sobre los valores esenciales del ser humano, la dignidad, la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa”.

La posición de Maalouf (Beirut, 1949) es ilustrativa, porque ha dedicado toda su vida y así lo refleja en su obra literaria, a superar lo que supone la identidad. La constatación hoy es la de un fracaso. El mundo va en dirección contraria. Maalouf se ha definido como libanés, pero también como francés, o como occidental o levantino, o cristiano, o ciudadano árabe que ha convivido con la religión musulmana, que ama. Ha defendido un mosaico cultural y religioso, lo que fue el Líbano. Hoy eso vuelve a ser un sueño.

El escritor libanés Amin Maalouf, en el discurso en la FIL de Guadalajara

El escritor libanés Amin Maalouf, en el discurso en la FIL de Guadalajara Bernardo De Niz • FIL Guadalajara

El escritor libanés, ataviado con una bufanda blanca, es en Guadalajara la imagen de la frustración, y con él la frustración de varias generaciones de intelectuales occidentales y del Próximo Oriente que creyeron en el concepto de la ciudadanía. Lo detalló en su obra El naufragio de las civilizaciones (Alianza), y puso en alerta al mundo en su gran libro Las identidades asesinas (Alianza).

Frente a Maalouf podríamos ver a Steven Pinker, el filósofo optimista que incide en que las condiciones materiales han mejorado, que todos los datos objetivos que podamos contrastar son positivos. Pero en los últimos años el discurso público se ha deteriorado, los valores de la Ilustración se cuestionan, y la propia democracia ha dejado de ser algo prioritario o deseable.

Y en ese Levante querido, la situación ya es insostenible, con la imposibilidad total de que haya un entendimiento entre Israel y el pueblo palestino, con el concurso de todos los actores de la zona.

Maalouf nunca ha rechazado que lo conseguido un día se puede perder. El progreso histórico ha sido falsado. Hay avances y retrocesos, y la humanidad debe ser consciente del camino que quiere seguir, pese a las dificultades. En su discurso en Guadalajara el escritor libanés señaló que el avance técnico y científico no se parará, porque ha alcanzado una velocidad de crucero y se ha independizado del propio hombre.

Portada del libro de Amin Maalouf

Portada del libro de Amin Maalouf

La Inteligencia Artificial avanza de forma exponencial, y ni sus propios creadores o impulsores saben explicar si podrá servir o no al mismo género humano. Lo que sostiene Maalouf es que se debe anteponer “el sentido del bien común”, y preparar las mentalidades, desde la asunción de la realidad. Sólo así se podrán modificar para reparar o paliar lo que la humanidad tiene en estos momentos en sus espaldas.

En los próximos cinco o diez años, a juicio del escritor, se asistirá a esa especie de combate, que también ha señalado el historiador israelí Yuval Harari. “O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos”, insiste Maalouf, que reclamó en Guadalajara una reacción colectiva.

Pero, ¿qué papel debe ocupar la literatura en ese debate tan crucial? Es una cuestión que se ha debatido respecto a otros momentos históricos. Y, en realidad, es una conversación eterna. La literatura como el campo de juego en el que se descubre la naturaleza humana, que no debe dar cuentas a nadie, que no debe ser contrastada. La literatura como el material más sensible para comunicarnos con el otro, desde la lectura individual, pero también colectiva.

El escritor ahondó en ello. La posición de partida es que no podremos oponernos al progreso tecnológico, “ni rechazarlo, ni negarlo o cerrar los ojos ante él”. La solución pasa por “apropiarnos de ese progreso, ponerlo al servicio del ser humano, de su dignidad, de su libertad, convertirlo en un instrumento de liberación y no de sometimiento”.

Para todo eso está la literatura, los libros, los escritores que se han dado cita, por ejemplo, en la FIL de Guadalajara. La primera cuestión, a juicio de Maalouf, es que la literatura no debe reducir lo que es complejo. Al revés, debe hacernos conscientes de la enorme complejidad del mundo

Hay un segundo elemento. Y es la clave, “La segunda misión de la literatura es convencernos de que, a pesar de nuestras diferencias, de nuestras enemistades, de los resentimientos que nos dividen, nuestro destino se ha vuelto común”.

Y la tercera misión, según Maalouf, es “arrojar luz sobre los valores esenciales del ser humano, --la dignidad, la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa—mostrando lo que significan y cómo deberían encarnarse hoy”.

Para algunos pensadores, como Javier Gomá, que acaba de publicar Fuera de carta, la literatura debe encararse como la filosofía. Debe ser parte de la construcción del propio individuo. No podemos ni debemos renunciar a ella.

Por ello, Maalouf cree que la literatura “es hoy más indispensable que nunca en la historia humana”, porque sólo a través de ella se podrá “reparar el presente e imaginar el futuro”.

Hay esperanza, pero la realidad es fea. Lo alcanzado, lo que se había denominado como el ‘final de la historia’, el triunfo de la democracia liberal en los años noventa, es hoy una entelequia. La superación de las identidades no se ha realizado y vuelve con fuerza el nacionalismo y el poder de la tribu.

Pese a todo ello, queda la literatura.