Bernard Pivot

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Letras

Bernard Pivot y los 'Apostrophes' de Antenne 2

El periodista cultural, presentador del programa de libros más influyente de Europa, que nos regaló memorables retratos de autores como Nabokov o Bukowski, demostró que se puede hablar de libros en televisión y dejar huella

14 mayo, 2024 19:00

La vida de Bernard Pivot, marcada por el periodismo cultural que admiró al mundo, ha transcurrido entre anécdotas puntuales enmarcando un contenido altamente considerado por la Académie. Su corazón dejó de latir el pasado día 6 de mayo, en Neuilly-sur-Seine, cerca de París, con 89 años cumplidos. Pivot reunió su labor informativa y analítica en dos programas: Apostrophes y Bouillon de Culture. Mantuvo siempre que la verdad “arranca en el acta notarial del informador riguroso y que, si no es así, vamos mal”. 

Fue un hombre fiel a su propia consigna, vertida en los primeros momentos de Apostrophes, en Antenne 2: “No hablamos de literatura, hablamos de libros”. Pivot nunca camufló la ficción en la maestría del análisis y la poética de la crítica culterana; se mostró refractario ante el estructuralismo tan en boga, en su mejor etapa, y evitó la tentación inmaterial del estilismo. Ha sido un investigador vocacional del relato a partir del mismo relato; un lector borgiano que antes de su desaparición se había convertido en un legado de sí mismo.

En su libro De oficio, lector (Trama) denuncia a la televisión pública francesa incapaz de fundar su relevo “simplemente porque no quiere”. Su pérdida cierra la larga ausencia de un pensionista incapaz de dejar de leer, ojear, comentar y escribir; su último viaje es un golpe sobre el contenedor de tinieblas en el que estamos sumidos.

Bernard Pivot

Bernard Pivot AFP

Mediaban los setenta, cuando el cultural Apostrophes, de la televisión pública francesa Antenne 2, invitó a Vladimir Nabokov, el autor de Pálido fuego y Lolita. Pivot, aceptó la condición del autor ruso y gran entomólogo, que exigía tomar dócilmente algunos sorbos de whisky mientras duraba la entrevista -con preguntas escritas de antemano- y sin que el espectador se apercibiera. Según la anécdota conocidísima y muy comentada, el escritor le dijo a Pivot:  “usted vierta una botella de whisky en la tetera y, durante la entrevista, yo le preguntaré de vez en cuando: ¿Quiere un poco más de té señor Nabokov?” 

En otro momento de su larga carrera, delante de la gran Margarita Yourcenar, Pivot advirtió que el emperador Adriano de las célebre Memorias era una estatua marmórea que contestaba preguntas de forma mecánica, mientras que un sabio alquimista del siglo XVI, llamado Zenón, le hablaba directamente a la misma autora, en su libro Opus Nigrum. El ruso Alexander Solyenitsin causó una gran polémica al desvelar en antena la real existencia del Gulag y el conductor de Apostrophes tuvo que insistir en que el escritor no era un canalla por atacar al llamado socialismo real. ¡En los años setenta, el rojerío del Mayo dudaba todavía de los crímenes de Stalin! Solyenitsin vaticinó que Vietnam del Norte iba a comerse a Vietnam del Sur y se armó la marimorena; pero Solyenitsin acertó. Al pobre Pivot, el cirio se lo monto el carcamal de Bukowski, genio del realismo sucio, el día en que se presentó borracho como una cuba y arrasó el plató. Le secundó Serge Gainsbourg increpando al cantautor Guy Béart. 

El turno de Woody Allen fue de traca sin pañuelo. Su cine alegremente psicoanalítico se estrelló contra varios seguidores de la escuela de Lacan, reunidos por Pivot para la ocasión. Aquel día, la gramática del gesto ante la cámara se mostró inferior a la sintaxis de la letra, cuando estaba a punto de cumplirse medio siglo de la fundación de la Escuela Freudiana de París, creada por Jacques Lacan. Por su parte, Marguerite Duras dejó huella; la fenomenal escritora y mujer de párpados caídos exploró la lentitud de sus respuestas, sin desmerecer una costumbre instalada en su personalidad. En otra ocasión, Albert Cohen sentó cátedra y mal carácter.

Lo primero que leyó Pivot de muy jovencito fue una fábula de Lafontaine. Está todo dicho. Durante décadas, se mimetizó con su trabajo, como autor de gacetillas y comentarista de aliento perdurable, pero humilde. En la última década del pasado siglo alcanzó la gloria como referente cultural en la pequeña pantalla y envalentonó la difusión y la lectura hasta el punto de que los autores más vendidos en Francia habían pasado por el programa de Pivot. La colección de DVD, Los monográficos de Apostrophes, editado por Editrama, con Gonzalo Herralde a la cabeza, resume su trayectoria.

Bukowski en 'Apostrophes'

Bukowski en 'Apostrophes' ANTENNE 2

En 2004, ingresó en la Academia Goncourt, que presidió de 2014 hasta su retiro, en 2019. Ha publicado varios libros, entre ellos una novela (L’Amour en vogue), ensayos y crónicas y, en 1998, sus memorias, Remontrance à la ménagère de moins de 50 ans, con una portada que recorrió medio mundo: el presentador con anteojos de lente baja, un lápiz en la boca y un libro abierto entre los dedos. 

Antes de conocer a Pivot, Paul Auster trató de convertirse en director de cine, siguiendo la estela de Renoir. No lo consiguió, aunque más adelante el cine lo amaría y mucho. Cerró su primer paréntesis, volvió a Nueva York y lo escribió todo. Mientras trabajaba en un petrolero para ganarse la vida, confeccionó el primer borrador de varias novelas, entre ellas El palacio de la luna. Su fallecimiento -cinco días después de la muerte de Pivot- recae sobre la memoria de su Baumgartner y su estallido mental de enorme artista lo sitúa en el pasado, en la figura de Stanley Fogg, el responsable de encontrar a David Levingston en África. Hoy, no parece tan lejano aquel 11 de mayo 1990, cuando Auster -el más francés de los neoyorquinos- fue entrevistado en un especial Apostrophes Estados Unidos. Un pase inolvidable.

Su amplia difusión como orientador del buen gusto en las letras convirtió a Pivot en el Riech-Ranicki de la literatura alemana y austríaca de posguerra. El periodista francés revivió los salones elegantes del sprit del XIX, analizados por la lupa de Sainte-Beuve y los reconvirtió en debates televisivos de mesa baja, puntos de libro y ex-libris en el reverso de las cubiertas. Su travesura, sonrisa franca y pupilas saltándose la montura de sus gafas, fue la del curioso sabio y valiente, capaz de vivir la cultura desde la pasión. Su frontalidad estaba en el tacto, instaló la franqueza entre los numerosos contertulios que acudían a sus citas, donde practicaban el noble arte de tocar las páginas de los libros con la palma de los dedos, a modo de caricia. Los que amaron a Pivot leían y bebían juntos; a él nunca le olvidaremos.