El regreso de Seinfield
La comedia que Jerry Seinfeld acaba de estrenar en Netflix, Unfrosted (Sin edulcorar), donde se cuenta el nacimiento del nacimiento del Pop Tart, es una espléndida muestra de lo que podríamos denominar humor subnormal
15 mayo, 2024 12:00El cómico norteamericano Jerome Allen Seinfeld, en arte Jerry Seinfeld (Nueva York, 1954), se hizo famoso (e inmensamente rico) con una sitcom que llevaba su nombre y en la que, aparentemente, no pasaba nada, más allá de las aventuras y desventuras de Jerry, su ex novia Elaine, su patético amigo George y su catastrófico vecino Kramer. Él mismo definió Seinfeld, cocreada con su compinche de la infancia en Brooklyn Larry David, como una comedia acerca de nada en concreto. Seinfeld era, en realidad, un microcosmos demencial alojado dentro de un macrocosmos (la realidad) que todavía lo era más. Tan peculiar propuesta podría haber fracasado (hay mucha gente que nunca le ha visto la gracia), pero fue un éxito absoluto en la televisión norteamericana entre 1989 y 1998. Los que nos sentimos huérfanos cuando chapó, nos consolamos con la serie de Larry David Curb your enthusiasm, que tenía abundantes puntos de contacto con Seinfeld, aunque el humor, igualmente demente, era menos blanco y más canalla. Desde el final de Seinfeld hasta ahora, el bueno de Jerry se había limitado a trabajar lo menos posible y a disfrutar de su dinero, que le ha permitido, entre otras cosas, hacerse una colección de coches de alta gama que supera los 150 ejemplares e incluye abundantes modelos de la marca Porsche.
Finalmente, ha vuelto al tajo como actor, director y protagonista de una entretenida chaladura que puede verse en Netflix, Unfrosted (Sin edulcorar), con la que yo me he reído mucho, pero comprenderé que abunden los espectadores que la consideren una majadería, pues el punto de partida no puede ser más deliberadamente idiota: la creación, en 1963, de un bollo para el desayuno relleno de mermelada de fresa (a calentar en una tostadora), a cargo de la empresa de cereales Kellog´s, presentada como un momento estelar en la historia de los Estados Unidos.
En principio, uno está en contra de películas sobre muñecas o zapatillas, pero el hecho de que alguien como Seinfeld se involucrara en un largometraje sobre el nacimiento del Pop Tart me llevó a tragarme Unfrosted: no solo no lo lamento, sino que me parece una espléndida muestra de lo que podríamos denominar humor subnormal. Yo diría que el amigo Jerry es consciente de que el Pop Tart es una porquería para envenenar a los niños con la que es imposible fabricar una de esas historias de superación que tanto les gustan a sus compatriotas. Así pues, opta por un tono solemne (y descacharrante) para afrontar un relato que, francamente, no hay por donde cogerlo.
La acción transcurre durante el año 1963 (al final de la presidencia de JFK) en una pequeña ciudad de Michigan que aloja a los dos principales proveedores de cereales para el desayuno de Norteamérica, Kellog, s y Post. Sus principales responsables, Edsel Kellog III (Jim Gaffigan) y Marjorie Post (Amy Schumer) albergan sentimientos tiernos el uno por el otro, pero lo suyo no tiene futuro porque, como dice Marge, “la relación entre un Kellog y una Post es impensable”. Como no pueden amarse, se odian y se hacen la puñeta cuanto pueden para imponerse en el gran mercado del desayuno americano. Marjorie tiene un ayudante al que maltrata y Edsel cuenta con el emprendedor Bob Cabana (Seinfeld) y su amiga Donna Stankowski (Melissa McCarhty), quien, aburrida del mundo de los cereales, se ha ido a trabajar a la NASA, donde colabora en el proyecto lunar. De ahí la saca Bob cuando hay que ponerse las pilas para crear un nuevo desayuno con el que hundir a la competencia, que está desarrollando uno muy parecido (ambas compañías se espían mutuamente con infiltrados en el servicio de limpieza que se cuelan en las reuniones y lo filman todo con una cámara en la fregona que se ve a cien metros de distancia: así es el tono general de la película).
Para asegurarse el triunfo, Donna se trae de la NASA a un científico alemán que trabajó para los nazis, a un cocinero italiano, a un profesional del fitness y a un diseñador de bicicletas (¿para qué los necesita? Misterio, pero la comicidad está asegurada). También se hace con un ordenador antediluviano que responde a cualquier pregunta con una memez. De hecho, todo en Unfrosted es una memez descomunal, pero hilarante. Una memez que se nos explica con una falsa seriedad, como si se nos estuviera haciendo partícipes de un relato épico en el que salen Kennedy (presentado como un adicto al sexo), el periodista Walter Cronkite (un chiflado excéntrico al que se la sopla la actualidad y que bebe más de la cuenta), la crisis de los misiles con Cuba (explicada como la consecuencia de una pugna entre Kellog´s y Post por el control del azúcar), el motín de las mascotas de los cereales, comandadas por un actor inglés empeñado en mezclar a Shakespeare con el desayuno americano (Hugh Grant, cada día mejor en los papeles cómicos), una presunta mafia de la leche dirigida por un enano malévolo (Peter Dinklage) y hasta dos publicistas de Manhattan con ideas de bombero a los que interpretan Jon Hamm y John Slattery, parodiando sus papeles en Mad Men.
La pugna entre Kellog´s y Post por llegar antes al mercado con su respectivo producto se convierte en un combate épico (en su ridiculez) por conquistar el corazón de los tiernos infantes norteamericanos. Ganó Kellog´s con su Pop Tart frente a Post y sus Country Squares, pero eso, ¿a quién le importa? Unfrosted es una reflexión sarcástica sobre el sueño americano en forma de pastelito indigesto que funciona por el tono épico que se le aplica a una estupidez supina. Si Seinfeld era una serie sobre nada, Sin edulcorar es un monumento al humor imbécil sobre temas no menos imbéciles. Reconozco que Jerry Seinfeld corre el riesgo de que, con tanta imbecilidad, el público acabe considerando su película como una majadería a esquivar por cualquier medio. Por eso se la recomiendo al querido lector y, al mismo tiempo, no se la recomiendo. Que cada uno haga lo que quiera. Yo me he reído mucho, sí, pero teniendo en cuenta mi precario equilibrio mental, eso no es garantía de nada.