Nick Cave: letras cantadas, música hablada y el insondable pozo de la emoción más oscura
El músico australiano, que dialoga con Seán O’Hagan en Fe, esperanza y carnicería (Sexto Piso), un libro de conversaciones, ha construido en paralelo a sus discos una obra literaria que reflexiona sobre el misterio de la creación
9 febrero, 2024 18:34“La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, alcanzar la inspiración y, en última instancia, llegar a Dios”. El autor de estas palabras no es un místico ni un profeta. Es un músico que comenzó militando en el punk más silvestre y periférico –No future– y que, desde hace ya un cuarto de siglo, se ha convertido en el último artista sagrado del rock, un género que todavía guarda la venerable vocación de no renunciar a su condición de arte mayor. Nicholas Edward Cave (1957), australiano afincado hace años al Sur de la Gran Bretaña –en la mítica ciudad de Brighton–, describía así en 1999, en el marco de una conferencia en el South Bank Center –La vida secreta de la canción de amor–, la importancia que el lenguaje tiene en su concepción del arte, atravesada por la omnipresencia de la violencia, el dolor y la voluntad de redención.
Cave enunciaba una sensación atávica: ante la muerte, que es una de las escasas certezas de esta vida, probablemente la única, el hombre no tiene más refugio que el consuelo de las palabras. “En mi caso” –explica– “el lenguaje se convirtió en el mejor bálsamo para atenuar el trauma por la muerte de mi padre. Fue un ungüento para la añoranza”. Nacido en el seno de una familia liberal, huérfano prematuro, el músico australiano soñaba con ser pintor, pero la vida le condujo hacia la rebeldía juvenil, cinceló su alma con un carácter desafiante y le descubrió la belleza que atesoran ciertas formas de disonancia y ruido. El resto es parte de la leyenda: un exilio a Inglaterra –donde vivió durante muchos años tan pobre como una rata–, la adicción a la heroína, una mudanza al Berlín anterior a la caída del Muro –allí, en un piso okupado, compuso The Mercy Seat–, y un retiro (relativo) en Sao Paulo, antes de regresar a Londres.
Su carrera cambió de eje con la grabación del disco The Boatman's Call. Cave se transformó desde entonces en un oscuro crooner maduro, un burgués adicto al trabajo: discos, proyectos como Grinderman, paralelos a su banda oficial, The Bad Seeds; giras multitudinarias y música hecha para películas. Parecía el Dios del Tabernáculo. El último habitante de un Parnaso en extinción. Esa vida duró hasta una mañana de julio de 2015. Ese día su esposa, Susie, tomaba un té sentada en la cocina. Recibió una llamada del móvil de su hijo Arthur. No era él, sino la policía: el cuerpo de su vástago había aparecido despeñado junto al molino negro cercano a los acantilados de Brighton. La vida se congeló y el secreto ancestral quedó revelado: habitamos en un mundo lleno de peligros. Todos podemos desaparecer en un segundo. La muerte está por todas partes.
El vacío y las palabras. De eso trata Fe, esperanza y carnicería, un libro de conversaciones con Sean O’Hagan –periodista de los diarios The Observer y The Guardian– traducidas por Eduardo Rabas que acaba de publicar Sexto Piso. Una suerte de memorias selectivas y desordenadas, compuestas con más de cuarenta horas de charla, coincidiendo con los meses de la pandemia. Más que sincerarse, Cave se abre en canal, igual que esa imagen del pelícano que devora sus propias entrañas para alimentar a sus crías (una de las figuraciones carnívoras del amor). Habla sobre la pérdida de Arthur. Habla. el impacto que supone su ausencia. Habla de su filosofía personal. De religión y de música.
El libro, que incluye fugas hacia su infancia en Australia y algunos secretos de la época con The Birthay Party, su primera banda, abunda en detalles acerca de su sostenido trato y maltrato con las drogas, los intentos de desintoxicación, la relación con músicos gemelos, como Blixa Bargeld y Warren Ellis, y las muertes de su madre y de otro de sus tres vástagos, Jethro. En las conversaciones, que tuvieron lugar entre los veranos de 2020 y 2021, al mismo tiempo que grababa discos como Skeleton Tree, Seven Psalms, Ghosteen y preparaba un cuarto (Carnage), Cave se define a sí mismo como un hombre conservador.
¿Sorpresa? En absoluto. Aunque en su caso esta definición sea más cultural que política. “Las nuevas ideas no tienen que ser buenas y tampoco nos ayuda deshacernos de todo lo anterior para deificar lo nuevo. Las redes nos enferman y la cultura woke es como el fundamentalismo religioso. La cancelación es una forma de sadismo que se disfraza de virtud”. Quien habla es un hombre seducido por la poderosa retórica del Antiguo Testamento –“La Biblia y la pistola”, cantaba Johnny Cash, que cerró su carrera cantando la sinfonía de Cave sobre la pena de muerte– y que profesa una religiosidad consciente y rotunda. Todo lo contrario al nihilista que encarnase durante su época salvaje.
La evolución artística del músico australiano es resultado de un viaje a lo largo del tiempo del que este libro es quizás una escala cercana a la estación terminus. Cave levanta testimonio de su tránsito anímico y reflexiona sobre la creación y su milagrosa capacidad para redimirnos de nosotros mismos. ¿De qué están hechas nuestras vidas?, se pregunta. De soledad y pérdida, el destino que todos los seres humanos comparten. La sociedad occidental tiende a ocultar ambos sentimientos y, al secularizarse, corta los vínculos naturales con lo sagrado, que son una parte del legado y las enseñanzas de las civilizaciones antiguas.
Que decidamos ignorar nuestra propia extinción no detiene a nuestro asesino, el tiempo. De ahí el asombro que causa el hecho de que la profecía fatal se convierta en realidad. Esto es lo que le sucedió a Cave aquella mañana de 2015. Entonces supo que asimilar el dolor podía ser un acto creativo: “Creer nos sana, exista o no Dios. Todos sufrimos, pero el infierno lo creamos nosotros. Nosotros no lo buscamos, se nos impone. El sufrimiento es el principio primario del cambio. Un elemento de transformación que nos muestra la fragilidad humana”.
La transformación de Cave puede compararse con la conversión de Dylan al cristianismo a finales de los años ochenta. Trasciende la vivencia personal y contamina por completo su música y sus libros. Además de su Cancionero, publicado en inglés en las dos entregas de King Ink y reunido en una edición arty por Libros del Kultrum, una editorial ejemplar en su apuesta por hacer converger la música con la literatura, el músico australiano ha publicado dos libros autobiográficos. Más extraño que la bondad (Sexto Piso) enseña, cual museo de cosas muertas, su universo a través de libretas de notas, manuscritos de canciones y objetos íntimos vinculados a su imaginario artístico, al modo de un diario visual. La canción de la bolsa para el mareo (Realidades) es una miscelánea de poemas y confesiones donde el músico, haciendo una gira por Norteamérica, explora sus miedos y esboza la filosofía de sus composiciones.
Cave es algo más que un músico de rock. En paralelo a sus discos ha escrito dos novelas originales. Ambas tempranas. La primera –Y el asno vio al ángel (Pretextos cuenta una edición en español)– trata sobre la obsesión religiosa a través de la historia de Euchrid Eucrow, un personaje deforme pero muy sensible, mudo de nacimiento, criado en la secta de los ukulitas, que se crea un mundo propio ante la hostilidad ambiental. Delirios, obsesiones y milagros góticos. La segunda narración –La muerte de Buny Munro– trata sobre los avatares de un viajante comercial que anuncia una apocalíptica muerte mientras vende cosméticos a domicilio. Ambas son obras anteriores a su etapa de madurez musical, lo que evidencia la presencia de una vocación literaria precoz, acaso fruto de la nostalgia por su padre, profesor de Literatura.
Fe, esperanza y carnicería no es sin embargo un libro de literatura. Es un diálogo sobre filosofía y estética, pues al margen de las confesiones íntimas su interés radica en su acercamiento al proceso creativo de un Cave sacudido por el dolor y capaz de hacer saltar por los aires los métodos de trabajo anteriores. “Una canción nace para llenar el silencio que existe entre nosotros y Dios. Es la materialización de nuestros vanos esfuerzos por convertirnos en seres divinos, para elevarnos sobre lo terrenal y lo banal”. Desde el insondable poso de la emoción más oscura, Cave otorga a la música trascendencia redentora. Las canciones –viene a decir– se adhieren a tu piel y te acompañan en el tiempo. Son himnos de tristeza, los sonidos de hombres que se ahogan y dicen sus verdades sobre la condición humana. Oraciones sagradas en un mundo plebeyo.
Eso mismo es Ghosteen, una fábula sonora con la que Cave pretendía crear un paraíso sonoro en el que su hijo muerto pudiera refugiarse. De otra forma lo son también su grabación sobre los salmos bíblicos y Skeleton Tree, una hipnótica colección de canciones minimalistas donde se percibe sus momentos de desorientación y el quebranto causado por el rotundo sinsentido de la muerte. “La deconstrucción de la personalidad conocida es algo que le sucede a todo el mundo en algún momento de su vida: divorcio, enfermedad, traiciones, humillaciones. Vivir es morir en cualquier sentido y ser capaz de renacer”. El músico australiano ha convertido la mayoría sus últimas creaciones en cantos desgarradores, inefablemente bellos, sobre sus anhelos y sus obstinaciones espirituales. Vive inmerso en uma extraña madurez sombría, dedicado a una terapia donde altera la escultura (de figuras decorativas victorianas) con las canciones y bandas sonoras. El arte como un ejercicio de sanación.
Su método de composición ha cambiado. Sigue empezando con las palabras, pero renuncia a la narrativa. Parte de imágenes poéticas, oníricas, violentas y tristes. Sus melodías se han convertido en abstraciones que se fragmentan y se atomizan. Junto a Warren Ellis, Cave improvisa en sesiones de trabajo abiertas a lo que él denomina “milagros de lo cotidiano”. Sobre las melodías que les parecen mejores construyen sus últimos discos, incluido el seductor Carnage. Música accidental creada a partir de una llama sagrada.
“Aunque sentimos que avanzamos hacia adelante, en realidad nos movemos de manera circular, llevando a cuestas todo lo que amamos y recordamos. Damos vueltas una y otra vez topándonos con las mismas cosas, pero dentro de este movimiento suceden cosas que nos cambian, nos aniquilan y modifican nuestra relación con el mundo”. Cave ha descubierto esa forma de libertad que un hombre experimenta cuando deja de pensar cómo van a juzgarlo los demás. La muerte de su hijo dislocó su personalidad. Su identidad está hecha ahora con los restos del derribo. Está más viejo, pero también es mucho más libre.