Sokal y el inspector Canardo
El inspector Canardo encontró a su público en los países francófonos, como demuestran los veintiséis álbumes que llegó a protagonizar
28 enero, 2024 22:39Noticias relacionadas
El dibujante belga Benoit Sokal (Bruselas, 1954 – Reims, Francia, 2021) tuvo dos vidas artísticas consecutivas y con cierto aire de compartimentos estancos. De la segunda, de hecho, no me he enterado hasta la hora de escribir este texto. Yo lo recordaba como un muy interesante y peculiar autor de comics y resulta que fueron los videojuegos los que le dieron fama y fortuna, en concreto el titulado Syberia (2002), que contó con dos secuelas, Syberia II (2004), Syberia III (2017) y una especie de spin off que apareció el año de su fallecimiento. Ante mi ignorancia de los videojuegos en general y de los del señor Sokal en particular, me atendré a mi intención original, que era alabar su obra como historietista, que empezó en 1978 en las páginas de la revista A Suivre.
Fue ahí donde nació el personaje que acompañaría a nuestro hombre a lo largo de veintiséis álbumes (editados por Casterman y, que yo sepa, nunca traducidos al español, aunque recuerdo haberlo intentado en los tiempos de Cairo, si no me falla la memoria), el inspector Canardo, un investigador atormentado que se movía en ambientes extremadamente sórdidos y cuyas andanzas desprendían una melancolía colosal.
Como indicaba su apellido, por cierto, Canardo era un pato. Un pato siempre embutido en una gabardina que fumaba, bebía (más de la cuenta), se equivocaba siempre en el amor (o en lo que él creía que era el amor) y se enfrentaba a otros bichos, dado que su autor había decidido explicar historias tremendamente humanas (y muy respetuosas con las convenciones del género policial) a través de animales antropomórficos. Precisamente por eso (los bichos humanizados), me tiré años cruzándome con las aventuras de Canardo sin reunir el valor de leerlas. Había algo en lo de los animales comportándose como personas que me tiraba inevitablemente hacia atrás, limitándose mi tolerancia en ese asunto a Bugs Bunny, Mickey Mouse, el Pato Donald y el perro Snoopy. Intuía elementos de interés en las aventuras de Canardo, pero no conseguía hincarles el diente (mismo motivo por el que he sido incapaz de leer nada del exitoso Blacksad: todos tenemos nuestras manías) porque yo quería mis thrillers protagonizados por seres humanos. Todo lo lamentables y canallas que ustedes quieran, pero humanos.
Finalmente, un buen día, ante la sospecha de poder estarme perdiendo algo que valía mucho la pena, leí un álbum de Canardo, aunque ya no recuerdo cuál. Y me ganó para siempre, por más que se tratara permanentemente de un placer solitario: nunca conseguí convencer a nadie de lo buenos que eran los tebeos del señor Sokal (el rechazo hacia sus animales antropomórficos y hacia su dibujo en general, más la resistencia a entrar en su mundo, que yo mismo había experimentado, fueron todo un golpe para mis tendencias didácticas: no solo no conseguí que se tradujeran las andanzas de Canardo, sino que creo que no convencí a nadie para que, por lo menos, se leyera uno de sus álbumes).
Por regla general, los animales antropomórficos sirven para hacer más amables y digeribles historias que, protagonizadas por seres humanos, resultarían mucho más duras. Con Canardo pasaba exactamente lo contrario. Protagonizadas por humanos, sus aventuras podrían haber encontrado un público en los lectores de novela policial acostumbrados a tramas duras, ambientes sórdidos y personajes poco recomendables. El recurso a los animales, de algún modo, impedía el acceso de los fans del polar a unas historias perfectamente urdidas y de una dureza que no se correspondía con su apariencia gráfica. Eso sí, una vez habías entrado en el mundo del inspector Canardo, te quedabas a vivir en él, gracias, probablemente, a lo perverso de la propuesta. Sokal había tomado el camino más oblicuo posible a la hora de fabricar una saga detectivesca, pero ésta funcionaba a la perfección.
No faltaban en las aventuras del inspector patoso los tópicos del género, totalmente conscientes de serlo y expuestos con ironía y de ese modo que los anglosajones definen como tongue in cheek. En el mundo de Canardo había criminales despreciables, mujeres fatales (o, más bien, gatas fatales), sicarios viles (solían ser bichos especialmente asquerosos), tramas complejas, fatalismo a raudales (Canardo era, en el fondo, un sentimental) y una más que notable melancolía motivada por las canalladas que los seres humanos podemos hacernos unos a otros (aunque, como es el caso, parezcamos unos inofensivos animalitos).
El inspector Canardo encontró a su público en los países francófonos, como demuestran los veintiséis álbumes que llegó a protagonizar. Se le tradujo a otros idiomas, pero con escasa repercusión. Su creador lo abandonó para dedicarse a los más rentables videojuegos, mundo en el que llegó a tener su propia productora, White Bird Productions, de cuya existencia me acabo de enterar. Yo me quedé atrapado en la primera etapa creativa del señor Sokal, que me parece especialmente brillante. Aunque sigo sin convencer a nadie para que le lea. Es más, ya ni lo intento, aunque este texto parezca sugerir lo contrario.