La artista Élisabeth Vigée Le Brun, autorretrato recogido en la portada del libro de Fumaroli

La artista Élisabeth Vigée Le Brun, autorretrato recogido en la portada del libro de Fumaroli

Letras

María Antonieta y la Edad de las Mujeres

Élisabeth Louise Vigée Le Brun fue la pintora de María Antonieta y de sus amigas, y representa un mundo que se fue y la sensibilidad femenina, quizá más necesaria hoy que nunca para sustituir el mundo masculino

13 enero, 2024 23:36

En la zona desarrollada del mundo, quiero decir en Norteamérica y Europa, la mujeres, la mujer, obtienen un nuevo posicionamiento, un creciente reconocimiento como seres más refinados y mejores. (Así, veo como un síntoma el caso de Jenny Hermoso y el beso maldito, que fue un problema de falta de respeto o de falta de educación y la comunidad lo ha convertido en prácticamente un escándalo de violación: pocas bromas a partir de ahora, y ojito que vamos a escudriñar el pasado de todos los machitos, a ver dónde han incurrido en fallo). El feminismo tiene tantas razones que lo amparan, y tantas deudas que cobrarse, que yo mismo pienso a menudo en la mujer como en un ser superior al varón (con una excepción que por modestia no mencionaré), un ser más persuasivo, menos violento, por motivos, entre otros, hormonales. Puedo estar equivocado, salgo de una leve dolencia y aún estoy algo febril así que a lo mejor desbarro, pero ya antes tenía la intuición de que estamos dando los primeros pasos hacia una nueva Edad de las Mujeres.

Esa pujanza femenina es consustancial a la paz, pues en tiempo de guerra el que sostiene el arma –y se juega la vida-- es el que tiene la paella por el mango, como es fácil de entender. También es paralela y quizá consecuencia del evidente fracaso de nuestro proyecto de civilización, de la gestión mayoritariamente masculina del devenir del mundo: la crisis climática, la escasez de recursos, la extinción de las especies, la fealdad creciente del paisaje, el triunfo de un capitalismo financiero desalmado y vulgar, el hundimiento de las clase medias o sea del orden social, la falta de esperanza para las nuevas generaciones: hay que probar otra cosa, otra manera. ¿Y qué otra tenemos a mano? Las mujeres. Como los bárbaros en el poema de Kavafis, “pueden ser una solución, después de todo”.

Portada del libro de Fumaroli

Portada del libro de Fumaroli

Este predominio del poder de la mujer tiene sus épocas; fue precedido, en la antigüedad, por la adoración a la Venus fecunda, “creadora”; y en el siglo XVIII francés, por el poder, entre las bambalinas de la alta política, de las damas: en sus Souvenirs, de 1835, o sea medio siglo después de la toma de la Bastilla, escribe Élisabeth Louise Vigée Le Brun (la retratista preferida de María Antonieta): “Se ha vuelto muy difícil hoy en día dar una idea de la urbanidad, de la graciosa facilidad, en una palabra, de las maneras amables que constituían, unos cuarenta años atrás, el encanto de la sociedad de París. Esta galantería de que os hablo, por ejemplo, ha desaparecido por completo. Las mujeres reinaban entonces, la Revolución las destronó”.

Jean-Emmanuel Van den Bussche, El pintor David dibujando a María Antonieta conducida al suplicio.

Jean-Emmanuel Van den Bussche, El pintor David dibujando a María Antonieta conducida al suplicio. Museo de la Revolución francesa

O sea, el siglo XVIII (francés) con su joie de vivre y su triunfo de la sensualidad era femenino, mientras que la Revolución Francesa, con su guillotina, un fenómeno “macho”. Por cierto que lo mismo han dicho algunos analistas sobre la Revolución Rusa: cosa de hombres.

Mundo hembra ideal

La editorial Acantilado acaba de publicar un ensayo breve del erudito francés Marc Fumaroli, como viene haciendo con todos sus interesantes trabajos sobre la historia de la Cultura. Se titula Mundus muliebris (Mundo de la mujer, entendido con todos sus adornos y aderezos). El subtítulo: Élisabeth Louise Vigée Le Brun, pintora del Antiguo Régimen Femenino. Vigée era una joven pintora de gran talento y de gran belleza, como puede apreciarse en sus autorretratos –ocho láminas incluidas en el texto--, llamada a vivir en torno a Versalles, como retratista preferida de la Reina y de sus mejores amigas –que acabarían, como María Antonieta, guillotinadas--, y como tal fue objeto de los infundios de los innumerables panfletos con los que se fue socavando la reputación de la reina, presentándola como indecentemente lúbrica, manirrota, enemiga de Francia, culpable con sus excesos festivos del déficit en los presupuestos del Estado. A diferencia de María Antonieta, Vigée tuvo el acierto de huir a tiempo de Francia y residió y pintó en las cortes europeas y rusa durante muchos años, hasta que pudo regresar a Francia. Sus Souvenirs tienen que se apasionantes, pues escribía con mucha solvencia y los fragmentos que Fumaroli reproduce son muy interesantes.

En el crepúsculo del siglo XVIII, Fragonard, Vigée Le Brun Greuze… con la Revolución, la guillotina y las masacres napoleónicas, el pintor oficial por excelencia era David, autor precisamente del último retrato de María Antonieta, sentada, muy tiesa, en la carreta que la llevaba al cadalso: un dibujo escalofriante. Comparar la efigie grácil, graciosa, elegante y bella de la reina, ignorando aún su destino de mártir, tal como la pintaba su amiga Vigée, con el tétrico perfil de David es ir del mundo hembra ideal al mundo macho infernal, y de la dulzura de vivir del Ancien Régime a las carnicerías al son de trompeta y tambor por todos los campos de Europa. Eso sí, en nombre del heroísmo y la libertad, etc.