John Irving toma el último telesilla

John Irving toma el último telesilla EFE

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John Irving toma el último telesilla

La última novela del escritor norteamericano, que tiene aire de despedida, regresa de nuevo sus obsesiones literarias y personales a través de una epopeya sobre lo extraordinario con tono costumbrista pero donde se perciben ciertos claroscuros

11 diciembre, 2023 19:25

Por más algoritmos, análisis mercadotécnicos o Inteligencia Artificial que nos echemos encima, los designios de la musa siguen siendo inescrutables. Los hados –o la fortuna, o el espíritu, o la inspiración- ungen caprichosamente a algunos artistas de unas horas, unos días o, los más afortunados, unos años de excelencia. Muchas veces aparecen por sorpresa. Se habla de que el bluesman Robert Johnson vendió su alma al diablo en una encrucijada a cambio de su éxito, pero de la misma manera sabemos que también se evaporan sin dar explicaciones. 

Sí, lo malo de haber tenido una época artísticamente esplendorosa es que termina sin previo aviso. Además, no resulta nada fácil percatarse de ello. Sobre todo, si eres el autor. Más dificultad existe a mayor poder financiero y mediático. No te lo dicen tus agentes o representantes, no te lo dicen tus múltiples ayudantes, no te lo dirán la gran mayoría de críticos culturales o periodistas.

Y, sin embargo, un día te percatas –una crítica menos efusiva que de costumbre, un leve descenso de ventas internacionales, un anticipo exiguo-- y entonces no hay más posibilidades que o callarse para siempre –hacerse elegantemente un Rulfo—o disimular y seguir silbando distraído y seguir rellanando las obras completas y acumular homenajes y royalties mientras secretamente temes nunca más dar en el blanco. 

'El último telesilla'

'El último telesilla' TUSQUETS

Los antiguos fans suelen tener también una respuesta binaria. O siguen fieles al brillo de lo que fue, honrando la memoria de lo perdido entre los restos del naufragio que proporcionan las nuevas obras o se convierten en odiadores –no diré haters, que me editor me regaña-- sobrevenidos. Los lectores de Queremos tanto a Glenda –aquel cuento de Cortázar donde unos cinéfilos decidían poner fin al último desastre de su actriz favorita de manera radical-- sabemos que no hay persona más antitabaco que un exfumador compulsivo, ni juez más severo de una carrera artística que un fan decepcionado.

Todo esto viene a cuento a propósito de El último telesilla la nueva novela de John Irving –traducida por Juan Trejo— el enorme escritor de aquellas obras míticas: Una oración para Owen, El mundo según Garp, La normas de la casa de la sidra o Una mujer difícil. Su casa editorial española, Tusquets, vende el libro como la última novela ambiciosa, difícil, larga del antiguo luchador de lucha grecorromana. Su último vals. ¿Será verdad? Vamos a ver.

En las casi mil páginas del libro –rogamos un minuto de silencio para los bosques concernidos-- encontramos una vez más retratadas las obsesiones literarias y personales del antiguo luchador grecorromano, como, por otra parte, ocurre en tantas otras de sus novelas. En este caso, la acumulación es tal que llega a la saturación: otro hotel mítico, otra vez la importancia de la pequeñez física, los consabidos padres biológicos ausentes, el entorno femenino y feminista en el que crecer, las alteraciones médicas y físicas de diversos personajes, el trasfondo social y moral con el que mostrarse crítico, las referencias a Charles Dickens, el proceso de formación del escritor y, sobre todo, la reivindicación de una visión plural para entender la sexualidad y las cuestiones de género. Un Irving elevado a la enésima potencia y, por decirlo con el clásico, extendido hasta el infinito y más allá.

'El mundo según Garp'

'El mundo según Garp' TUSQUETS

La novela, escrita en primera persona, no tiene una trama específica, más allá de la voluble idea de descubrir quién es el padre del protagonista y de sus diferentes relaciones sentimentales. El hilo conductor de esta epopeya de lo extraordinario costumbrista se centra en todo lo que ocurre, a nivel macro y micro, durante los ochenta años de vida de Adam Brewster, novelista y autor de guiones que no llegan a rodarse. Adam es hijo de madre soltera, monitora de esquí desde la juventud a la tumba, que quedó embarazada siendo muy joven en Aspen de un hombre cuya identidad jamás va a revelar. Debido precisamente a esa pasión materna y familiar, todo lo relacionado con el esquí, en Estados Unidos, Austria y Noruega, va a tener una importancia capital, tal vez demasiada para los no esquiadores, para qué vamos a negarlo.

La sexualidad y la identidad de género también tienen un papel destacado. Y aunque puede parecer una concesión al viento de los tiempos, la verdad es que el lector experimentado de Irving conoce de su genuino –y en su momento originalísimo—acercamiento al tema en muchas de sus novelas. En este caso el arco temporal se desplaza desde los años cuarenta hasta la segunda década del siglo XXI. Desde la Guerra Fría y Vietnam, pasando por la era Reagan y la irrupción del sida, hasta llegar al Tea Party y Donald Trump. Más allá de la crítica inevitable, desde un punto de vista demócrata y tolerante, ese transcurso de tiempo le sirve a Irving para, mezclado con el resto de líneas argumentales, dar a entender que Estados Unidos ha ido perdiendo poco a poco aquello que hacía de ese país un lugar no solo especial sino envidiable. Final de juego.

'Príncipes de Maine'

'Príncipes de Maine' TUSQUETS

En la novela hay mucho más de todo, claro. Casi demasiado. Hasta fantasmas –sin esoterismo ni terror-- que adquirirán verdadera relevancia al final o capítulos que son puros guiones sin trasvase puramente literario. En fin, es cierto que algunos pasajes se hacen duros, farragosos, sobre todo cuando se detiene a dar muchos detalles sobre el mundo del esquí y de sus diferentes estilos. También los comentarios de películas –existentes o imaginadas-- en ocasiones también son pormenorizados en exceso, lo que ralentiza, habida cuenta de que los detalles fundamentales que aporta son escasos y sutiles. 

¿Entonces en qué quedamos? ¿La leemos? ¿Subimos al último telesilla? La respuesta es que sí, claro. La clave está en la forma. Respecto a lo estilístico, puede decirse que Irving, como en lo físico, sigue en la mejor forma. Mantiene el ritmo y, curiosamente, a pesar de la negrura de algunos pasajes, su prosa vuelve a emanar alegría, gusto por la escritura que se contagia a la lectura, gracias a su buen manejo de los claroscuros. Y es sirviéndose de esa técnica --la de ser moroso en la descripción y en la narración-- en algunos pasajes corales donde adquiere un brillo radiante.

'El Hotel New Hampshire'

'El Hotel New Hampshire' TUSQUETS

En última instancia, podría decirse que esta novela trata, como ninguna otra del autor hasta el momento, el paso del tiempo y sus efectos. Como antídoto a ello, Irving propone una defensa del sentido de comunidad, de familia elegida --no solo heredada--, como parapeto para los sinsabores de la vida, dando a entender, una vez más, que vida y muerte están estrechamente vinculados y se retroalimentan. A pesar de eso, apenas hay nostalgia, y si bien es cierto que en el último tercio la muerte tiene más presencia que la vida y el tono alegre y vivaz va volviéndose algo más grave, el libro se convierte en una celebración en el más amplio sentido de la palabra. Una celebración del amor, de la libertad de elección, de la tolerancia y del respeto. 

Así, es inevitable no leer esta novela como una despedida del propio Irving de la novela con mayúsculas, como si los personajes lo representasen o él representase a sus personajes. Da la impresión de que viene a decir que en un mundo como el que nos está quedando, sin valores y sin tolerancia, tal vez sus propias novelas --un alegato a favor de la libertad de conciencia-- no tengan ya cabida o sentido o relevancia. Es decir, no tiene un tono beligerante en su retrato social o en la defensa de lo que él propone, sino hasta cierto punto resignado al final. 

No siempre los buenos sentimientos hacen buenas novelas –casi siempre sucede lo contrario—, así que los lectores históricos de Irving harían bien en tomar junto a él este último telesilla para celebrar que en su caso lo consigue.