Cartas de un doble exilio: Alberti, León, Aub, Laforet y Sanz de Soto
Renacimiento rescata el epistolario entre Max Aub y el matrimonio Alberti-León y la correspondencia inédita entre la escritora Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto, intelectual afincado en Tánger, editados al cuidado de Bárbara Greco y José Teruel
12 diciembre, 2023 20:36La editorial Renacimiento lleva años saldando una deuda con la memoria que España venía descuidando. Mientras en otras culturas los diarios y los epistolarios son material con un alto valor histórico, y no sólo para la investigación, aquí no se ha apostado hasta hace bien poco por rescatarlos y editarlos. Con gozosas excepciones, como sucede con esta editorial, que tiene en su catalogo autenticas joyas. Gracias a ella se ha vuelto a leer correspondencia de enorme valor, tanto por su calidad –los buenos escritores las convierten en piezas literarias– como por la luz que arrojan sobre las tribulaciones e inquietudes de los interlocutores. Especialmente esclarecedores resultan dos libros que Renacimiento ha sacado este año, tanto por quienes son sus protagonistas como por lo que en ellos se revela.
Dentro de la Biblioteca del Exilio -parte del ingente trabajo que la editorial lleva años haciendo- asistimos a la relación entre Max Aub y el matrimonio formado por Rafael Alberti y María Teresa León, aunque las cartas en nombre de ambos siempre están escritas por ella. La edición de Renacimiento incorpora tambien misivas de la hija del matrimonio, Aitana, y de su marido Roberto Otero.
Coincidiendo en el tiempo, aunque no en circunstancias, Renacimiento publica también la correspondencia entre la escritora Carmen Laforet y su amigo el intelectual Emilio Sanz de Soto. Siendo protagonistas y asuntos distintos ambas publicaciones coinciden en la época en la que fueron escritos, desde 1953 a 1972 en el caso de León-Alberti- Aub y desde 1958 a 1987 las cartas entre Sanz de Soto y Laforet.
A veces la relación epistolar nos desvela asuntos íntimos, amorosos incluso, pero en el caso de estos dos libros, aunque los firmantes comparten sentimientos íntimos a veces, se trata de amistosas relaciones, formales incluso en el caso de la primera y más emotivas, tal cual era su carácter en el caso de Laforet y su amigo de Tánger.
Sus testimonios están suficientemente contextualizados por cada uno de sus editores, de manera que los lectores oyen la voz de los protagonistas con datos suficientes para entender mejor el tiempo y las circunstancias de quienes se comunicaban. Aunque se trata de confesiones escritas primorosamente y con el escrúpulo literario propio de personas cultas y buenos escritores, resulta imprescindible conocer tanto datos biográficos de los interlocutores como el momento en que se comunicaban.
Se trata de relaciones que abarcan, en los dos casos, más de veinte años, tiempo especialmente convulso, sobre todo para los exiliados que en muchos casos cambian de país, siempre luchando por la supervivencia, y de zozobras sentimentales en el caso de Laforet y Sanz de Soto, que encuentran en su relación una complicidad única.
Bárbara Greco, introductora y editora del epistolario de Aub, León y Alberti, es profesora en la Universidad de Turín y ha publicado trabajos sobre otros autores como Enrique Jardiel Poncela, José Agustín Goytisolo, los mismos Aub y León y los más contemporáneos, Julio Llamazares y José María Merino.
El título del libro -La amistad patria de los sin patria- recoge precisamente el significado que para María Teresa León tiene la relación con los otros, despojada de país, intentando sobrevivir allí donde apenas la conocían, entre la tristeza de la derrota y la necesidad de ganarse la vida. Dice León: “Los sin patria nos fabricamos una en el aire, que se llama amistad”. Es cierto que la pareja da fe de esos momentos de su vida en sus memorias (Memoria del olvido y La arboleda perdida, respectivamente) pero este epistolario viene a demostrar una relación que el exilio estrechó y sobre todo el esfuerzo de Max Aub por conseguir publicar a quienes desde el exilio o el “insilio”(exilio interior) se habían quedado sin voz.
Este epistolario es también la prueba de los esfuerzos de Aub para que editoriales mexicanas -también italianas- publicaran la obra de los transterrados españoles. Antes del golpe y la victoria del nacionalcatolicismo, su actividad intelectual se había limitado a contactos con autores valencianos y catalanes (nacido en Francia, su familia se instaló en Valencia tras la Gran Guerra) pero es a partir de la Guerra Civil cuando participa activamente a favor de la República.
Conoce a los Alberti-León en las representaciones teatrales que la República organizaba en el frente y será quien encargue a Picasso el Guernica para la Exposición de París como miembro de la embajada española en la capital francesa. Antes de llegar a México, en plena guerra mundial, será internado en campos de concentración y exiliado a Argelia, un periplo que detallará ampliamente en muchos de sus libros.
Ya en Veracruz donde viviría hasta su fallecimiento se dedicara intensamente a escribir y publicar sus propios libros y antologías de sus contemporáneos. Ese es el vínculo que los estrecha cuando, en 1952 Aub quiere poner en pie la colección Patria y ausencia y le escribe a León para que le reporte algún original suyo y del poeta. María Teresa León, desde Argentina se apresura a enviarle su novela Juego limpio y poemas de Alberti. A partir de ese momento y a pesar de que la empresa resulto infructuosa se establece una prolija relación en la quem además de interés profesional, se intercambian cuitas y pormenores personales.
Años más tarde, en 1963, Aub logra poner em pie la revista Los sesenta, para difundir la obra de aquellos mismos exiliados ya en los umbrales de tan provecta edad. Se trata de reunir autores y obras de la diáspora republicana española. Aunque de manera intermitente, la publicación logro salir a la calle y contar con la pluma de muchos de ellos. Aub, además, sirve de puente entre editores como Díez Carnedo, Vicente Rojo o Nieves Espresate que, en México, mantuvieron viva la literatura y la memoria de los perdedores.
Los Alberti-León y Max Aub llegarán a encontrarse en Roma -donde se establece finalmente el matrimonio- cuando el escritor valenciano-francés viaja a Europa para escribir un libro sobre Luis Buñuel. Ese viaje le devolverá también a España, una experiencia agridulce, de la que deja constancia en La Gallina Ciega. Es entonces, con Buñuel como objeto de interés, cuando se incorporan a la relación epistolar Aitana Alberti y su marido Roberto Otero que, como fotógrafo, aportó material sobre el cineasta aragonés. Ya muy enfermo, a comienzos de los años setenta, Max Aub propone publicar un trabajo y hacer una exposición sobre los “tres poetas” surrealistas de España: Picasso, Dalí y Buñuel y quiere contar con los Alberti.
Son asuntos literarios que los mantienen unidos en una fraternidad que contrasta con la quiebra de las relaciones personales de los exiliados políticos de la República que no fueron ni tan solidarias ni tan amistosas. Las cartas que ha recopilado Greco provienen de la Fundación Aub, a excepción de tres que son del fondo Alberti. En su mayoría se trata de correspondencia entre Aub y León. Del poeta solamente hay tres de su puño y letra, aunque es nombrado siempre tanto en las misivas de su mujer como en las respuestas de Aub.
“Tus cartas son las únicas que guardo de todas las que he recibido en mi vida”. Eso le dice el 10 de junio de 1961 Carmen Laforet a Emilio Sanz de Soto, dos años después de haberlo conocido en Tánger, donde va a residir la escritora acompañando a su marido, el periodista Manuel Cerezales. José Teruel, editor de esta correspondencia, explica en la prolija introducción tanto las circunstancias en las que se escribieron las cartas como la vida y las complejidades personales de ambos firmantes.
Si a Laforet la conocemos por otras correspondencias (como las publicadas entre ella y Fortún y Ramón J. Sénder) Sanz de Soto es un personaje peculiar, no del todo escritor, no del todo artista y sin embargo ambas cosas a un tiempo. Involucrado en proyectos cinematográficos, resultó un personaje esencial para la vida tangerina, amigo de todos aquellos que recalaran en la ciudad norteafricana y muy especialmente de los intelectuales.
Teruel define la relación entre los dos como “la historia de una amistad amorosa”, la comunión enamorada entre dos personas que compartieron sensibilidad, aunque de carácter bien distintos. José Teruel es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en epistolografía. Es autor de trabajos sobre el epistolario de Carmen Martín Gaite con Juan Benet y fue el comisario de la exposición conmemorativa del centenario de Laforet que organizó el Instituto Cervantes en 2022.
Experto como es, Teruel señala el valor de esta correspondencia no sólo como una manera de conocer mejor a los que la escriben sino -en el caso de los escritores- como “un umbral del texto”, es decir el prefacio de la creación literaria como indispensable cimiento de la misma. Laforet, hipersensible, insegura, comparte con el amigo sus dudas, sus dolores, sus desfallecimientos y Sanz de Soto la anima, la apoya e incluso le regaña para que no abandone la tarea de escribir y no se rinda al miedo. “¿Qué haces, Carmen, escribes? Si creyese en mí la mitad de lo que creo en ti me pasaría el día con pluma, tintero y papel”.
Las cartas hablan de ella, pero hablan también de universos compartidos. Él es crítico de cine y de arte, comparte proyectos con Carlos Saura y conoce profundamente a otro artista singular, Ángel Vázquez, uno de los injustamente desconocidos de la cultura española. De temperamento extraordinariamente sociable, Sanz de Soto fue amigo de grandes figuras como Jane y Paul Bowles, Truman Capote, Gore Vidal, Tennessee Williams, Vivien Leigh, Rafael Neville, Geraldine Chaplin o Eduardo Haro Tecglen y su hijo Haro Ibars. Con muchos de ellos estableció relación en Tánger y Casablanca, pero cuando vuelve a Madrid, se integra en la ciudad que recupera la libertad y la vida cultural y amplia su círculo de afectos y de complicidades.
Cuando fallece en Madrid en 2007, tres años antes de la muerte de su amiga, Carmen ya está retirada en una residencia y perdida en la nebulosa de la desmemoria pero, según su hija Cristina Cerezales, nunca olvidó a quien había sido su alma gemela. Las cartas revelan la relación amorosa que puede establecerse entre dos personas, sin vínculos posesivos o sexuales, de pura celebración del cariño, en la misma línea que las que tantas veces escribiera Laforet a alguna amigas, o a Ramon J Sender, y que algunos han identificado como prueba de un amor, en el sentido convencional del término.
Que Sanz de Soto fuera homosexual le evitó, y esto es pura especulación de quien escribe, confundir los sentimientos de la escritora como sí le ocurrió a Sender, que se esforzó en encontrarse, cara a cara, con Laforet sin conseguirlo nunca. Para gran frustración del autor de Réquiem por un campesino español, por cierto. Evita, José Teruel, especulaciones de cualquier índole en su introducción y aún menos definiciones de lo que demuestra una amistad profunda entre los autores de las cartas. Pero sí señala su enorme valor y no solamente como aportación a su biografía, sino como piezas literarias que el lector disfruta como el mejor de los relatos.
A veces emotivas, a veces tristes o desesperadas, y otras “malévolas”, en las que ambos comparten opiniones sobre amigos comunes, no siempre elogiosas. Hablan mucho de cine y de libros. De Saura y de Buñuel. Pero sobre todo es ella y su relación de amor/odio con la literatura el motivo de las regañinas del amigo y de las excusas de la escritora. Cuenta Teruel que, gracias al archivo de la Residencia de Estudiantes, tuvo acceso a las que Sanz de Soto le había escrito a Laforet y que no cejó hasta conseguir las de Carmen Laforet y así poner en pie una conversación por escrito, que es testigo de dos vidas que se cruzan y que crecen a un tiempo.