André Maurois, ensayista y novelista francés / WIKIPEDIA

André Maurois, ensayista y novelista francés / WIKIPEDIA

Letras

Locos de contento

Los pronósticos sobre el porvenir según André Maurois, Joseph Roth, Hitler y McMillan nos interpelan

19 noviembre, 2022 18:31

Un rato de conversación con Mirjana Tomic, nombre que quizá algunos recordarán por las estupendas crónicas que enviaba al diario El País a principios de los años noventa desde las guerras yugoslavas, es muy instructivo. Después de aquellas guerras Tomic vivió algunos años en Madrid y luego se fue a Viena, donde vive actualmente y trabaja en un organismo dedicado a la formación de periodistas en asuntos de política internacional. Estos dos vectores: por una parte, la residencia en Viena, que está muy sintonizada con Alemania y con la Suiza de habla germana y a la que todavía le queda mucha sensibilidad y cercanía al Este europeo, y por otra parte la intensa relación profesional con intelectuales del ámbito germánico y eslavo, además de su propia historia personal, le dan siempre un interés especial a su conversación.

Paseábamos por la noche y le llamaban la atención las cafeterías y restaurantes atestados de gente consumiendo, los escaparates de las tiendas encendidos con luz eléctrica a toda potencia, y esas estufas de gas que proyectan una larga llama con que se mantienen a temperatura confortable las terrazas: todo eso en Viena ya está prohibido. Allí la gente ha hecho ya acopio de leña para calentar las casas durante todo el invierno y vuelven a venderse, como panes, unas estufas de leña o carbón paleolíticas, fabricadas en Turquía, que sirven también como cocina y que habían desaparecido del mercado desde hace medio siglo. No sólo porque están más cerca de Ucrania y de Polonia los vieneses contemplan con más prevención y temor el invierno próximo y sobre todo el siguiente año --al fin y al cabo, este invierno la factura del gas para los vecinos de Viena sólo se ha encarecido un cien por ciento-- sino también porque la información que circula en Alemania y Austria sobre los acontecimientos actuales y las previsiones sobre el inmediato porvenir es más intensa y ominosa.

¿Somos unos insensatos?

Ignoramos si en caso de desgracia es más satisfactoria haberla previsto y haberse preparado ya para lo peor, o si es mejor seguir derrochando alegremente. El otro día leíamos (en una columna de Joaquín Luna) que la noche del 31 de agosto de 1939, André Maurois (1885-1967), regresaba a su casa después de cenar con varios amigos influyentes “loco de contento”, según cuenta en sus memorias, porque, pese a los malos presagios que habían estado circulando por la capital francesa “la posibilidad de una guerra con Alemania se había disipado”. A la mañana siguiente los ejércitos alemanes invadían Polonia y dos días más tarde comenzaba la segunda guerra mundial, en la que por cierto el mismo Maurois fue movilizado.

Fernando Savater / @JMSANCHEZPHOTO

Fernando Savater / @JMSANCHEZPHOTO

De esta anécdota de Maurois no se puede sacar pronósticos sobre el porvenir; pero nos recuerda el terrible final de Joseph Roth (1894-1939) según su biógrafo y amigo Soma Morgenstern (Huida y fin de Joseph Roth, ed. Pre-textos) una tarde de mayo de 1939 éste se hallaba con un amigo, bebiendo en la cafetería del hotel donde vivía en París cuando llegó alguien con la noticia de que un amigo común, judío exiliado como ellos, que creo recordar que se llamaba Cohen, acababa de suicidarse en Nueva York. Terriblemente impresionado por la noticia, Roth se puso en pie y exclamó: “¡Cohen es tonto! ¡Ahora que vamos a ganar!” Y es que Roth estaba convencido de que el estallido de la segunda guerra mundial era inevitable, y con ella, la derrota segura de Alemania. Y en efecto, eso es lo que sucedió. Pero antes, aquel día de mayo, el pobre Roth cayó fulminado al suelo de la cafetería de su hotel, fulminado por un delirium tremens que obligó a internarlo en el hospital. Cuenta Morgenstern que el hospital lo regían unas monjas que, por beatería e ignorancia, se negaron a administrarle ni una gota de alcohol; siendo Roth alcohólico, eso supuso su condena a muerte, tras varios días de visiones pavorosas.

El escritor Josep Roth en una imagen en París / PINTEREST

El escritor Josep Roth en una imagen en París / PINTEREST

¿Tienen razón en estar tan preocupados por el inmediato porvenir los alemanes, los austriacos, y aquí somos unos insensatos? ¿O al revés? ¿Volveremos a oír aquel mantra insufrible que tanto circulaba durante la crisis de 2007, aquello de “con la que está cayendo…”?

Savater, aunque casi siempre ha apostado por la alegría, escribió, durante la pandemia, que si antes de declararse ésta alguien hubiera presagiado su “advenimiento”, que morirían cientos de miles de seres humanos, que pasaríamos todos semanas enteras encerrados en nuestras casas, y que sólo saldríamos a la calle temerosamente, protegidos con mascarillas, le hubieran tomado por loco. Aún así, siempre “es más fácil acertar apostando a la catástrofe que a la cotidianidad venidera. Lo único seguro es que seguirá siendo cierto lo afirmado en aquella vieja novela de André Maurois de la que sólo recuerdo el título: Siempre ocurre lo inesperado.

Lo cual nos recuerda precisamente a una sentencia de Hitler, cuando sus generales le advertían de que tal o cual operación era irrealizable. Según la biografía (ed. Planeta) de Joachim Fest, Hitler respondía: “Sólo lo imposible es seguro”. Más cabal, y en sintonía con ese título de Maurois, fue el primer ministro británico Harold McMillan cuando le preguntaron qué es lo más duro y difícil de la política: “Events, my dear boy, events”. O sea, los eventos, los hechos, los acontecimientos. Para eso uno nunca está preparado.