Una imagen de 'Diez mil elefantes', de Pere Ortín y Nze Esono Ebalé / RESERVOIR BOOKS

Una imagen de 'Diez mil elefantes', de Pere Ortín y Nze Esono Ebalé / RESERVOIR BOOKS

Letras

Diez mil elefantes andan sueltos

El periodista Pere Ortín y el ilustrador Nze Esono Ebalé rescatan la memoria olvidada de la colonización española en Guinea mediante un cómic de una belleza y sabiduría apabullantes

11 julio, 2022 20:00

Algunas historias parecen tener siete vidas. Sorprenden con su capacidad de replicarse y metamorfosearse en diversos relatos, géneros o tradiciones artísticas. Destacan por sobrevivir agazapadas en la memoria de algunos para luego saltar al gran público de manera multiforme. Nos ayudan a reflexionar desde el presente, aunque hayan sucedido muchos años antes, es decir, son perennemente contemporáneas. Cuando un creador tiene la suerte –el instinto, el talento, la pericia– de dar con una no tiene más remedio que perseguirla con todas sus fuerzas e ir enunciándola una y otra vez hasta que da con su forma exacta. Piensen en Modiano, en O’Keffe, en Borges. Piensen en las mutaciones del cancionero popular o en las puestas al día de los héroes clásicos a lo largo de la historia.

El caso es que Pere Ortín (Sagunto, 1968) –reportero de raza, hedonista ético e irradiador cultural de primera magnitud– dio con una de esas historias nucleares en Niefang, un poblado de Guinea Ecuatorial, en el año 1993. Desde entonces, no ha podido más que buscar la manera de explicarla de la mejor manera. Primero ensayó un reportaje, luego encargó un cuento a Juan Tomás Ávila Laurel del que después salió un guion y varias películas y documentales. Todos esos artefactos son valiosos, qué duda cabe, aproximaciones a lo que Ortín quería contar, pero –a juicio de su autor– en absoluto definitivas. Parece que con Diez mil elefantes, el vibrante cómic publicado por Reservoir Books y realizado junto al dibujante guineano Nze Esono Ebalé (Mikomeseng, 1978)aka Ramón, aka Jamón y Queso– ha dado finalmente con la forma perfecta nada menos que treinta años después. Debemos decir que la espera valió la pena.

El periodista Pere Ortín en Barcelona  / PABLO JIMÉNEZ

El periodista Pere Ortín en Barcelona  / PABLO JIMÉNEZ

Nos cuenta Ortín –y lo explica tan bien que parece que la búsqueda de la gran historia se convierte en otra narración– que fue enviado por su diario de Barcelona para cubrir el asesinato de dos monjas catalanas por parte de unos policías guineanos y, que, tras cubrir la noticia, viajó unos días por lo más recóndito del país hasta que unos ancianos le confesaron que otros españoles habían ido a filmar en aquel mismo lugar muchos años atrás. Al principio Ortín dudó de la veracidad de la historia. Pensó que los ancianos buscaban agradarle con este suceso. Pero de vuelta a España, enamorado por la posibilidad, decidió tirar del hilo y tras fatigar los archivos de la Filmoteca Española descubre la historia de las grabaciones africanas de Hermic Films dirigidas por Manuel Hernández Sanjuán (1915-2008) en los años cuarenta.

La expedición original salió con el encargo de filmar y fotografiar para Franco –y por ende para el resto del país– las bondades de la colonización española y la superioridad intelectual y religiosa de los españoles en Guinea Ecuatorial. Pero, una vez allí, con el pasar del tiempo, muchos de los miembros del equipo se muestran tocados por la belleza y enigma de muchas de las manifestaciones del país africano y así lo muestran en sus películas, que de vuelta a Madrid se estrenan sin pena ni gloria.

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Al descubrir que Hernández-Sanjúan –la fuente primaria– sigue vivo, Ortín toma entonces una decisión trascendental y, como si fuera un personaje de Roberto Bolañose presenta en la casa de Aguadulce (Almería) del anciano director. De allí nace una relación especial. Desde las antípodas de su pensamiento político, ambos aventureros se reconocen en la fascinación africana. Pasan los años y las conversaciones y un día Hernández-Sanjuán, ya cerca del final de sus días, sorprende a Ortín con un regalo inesperado. Le hace entrega de una maleta de madera que contiene la totalidad de su legado documental africano.

Lo que ha hecho la dupla Esono-Ortín –un dúo tan bien cohesionado que hasta firma conjuntamente la biografía del cómic y el copyright de la obra– con ese legado es sencillamente prodigioso. Han logrado transformar las fotografías y las narraciones de una expedición con fines coloniales en un tebeo fascinante, en una nueva manera de abordar la descolonización mental que todavía nos parasita. En un antídoto contra el racismo, la banalización y la desmemoria Y lo han hecho mediante diferentes técnicas, aparentemente contradictorias o redundantes, a saber: el uso del collage sobre las fotografías de Hermic, de la estilización de cartas reales, el respeto a la sonoridad del español que se habla en Guinea, del dibujo enloquecido y bello a bolígrafo Bib de Esono que casi revienta la página en colores no habituales y fiereza contenida.

Ramón Esono, caricaturista ecuatoguineano / RAFAEL CARVALHO 

Ramón Esono, caricaturista ecuatoguineano / RAFAEL CARVALHO 

Lo han hecho mediante el uso de un narrador inventado, Angono Mba, que, a lomos de su memoria africana –reflexiva, lírica, dolida– tira para atrás y para adelante, inserta digresiones que no cierra para abrir otras historias y personajes. Reúne lo mejor de ambas tradiciones culturales. Lo factual y lo mítico. Diríamos que este cómic es tan arriesgado que todo podía haber salido mal, y sin embargo, maravillosamente, todo sale bien. Y es que no se nos ocurre a alguien mejor para dibujar la historia de las aventuras y desventuras de la expedición española en África que el ilustrador guineano, dueño de una rabia y dulzura sin parangón, adquirida tal vez en sus largas estancias en la cárcel por sus críticas a Obiang.

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Tal vez era ese el elemento que faltaba en la ecuación perfecta que buscaba Ortín para contar su historia. El universo que tejen ambos en este artefacto lírico-narrativo es fascinante. En los brillos de sus colores se siente la humedad y el calor de la selva. En su originalísima estructura se dan de la mano la vanguardia europea –que también robó lo suyo de África– y la tradición africana

Uno de los mejores cómics dibujados en España este año sin duda. Nos atrevemos a colocarlo en la estantería de los clásicos instantáneos por sus cotas de belleza y reflexión. Por su honda vocación filantrópica y estética. Diez mil elefantes aborda el choque cultural del colonialismo desde una nueva perspectiva –tan lejos de la revancha como de la condescendencia– que permite repensarnos en un futuro en común, a la par que es una obra de arte formal de una exuberancia estremecedora. Permite vislumbrar un futuro donde las noticias de la antigua colonia española trasciendan la consabida fotografía de desastre y horror para construir una nueva relación basadas en el respeto cultural y la fraternidad. ¿Quién da más?