Ethan Hawke, en la película de Abel Ferrara 'Zeros and ones'  / MOVISTAR

Ethan Hawke, en la película de Abel Ferrara 'Zeros and ones' / MOVISTAR

Cine & Teatro

¿Qué le pasa a Abel Ferrara?

El director italiano ha vuelto con el largometraje 'Zeros and ones', en el que no se entiende nada, y se constata que ha perdido el oremus

12 julio, 2022 14:45

La otra noche pillé en Movistar Zeros and ones (2021), la última película de mi otrora admirado Abel Ferrara (Nueva York, 1951), del que no sabía nada desde 2014, cuando rodó dos largometrajes baratos --y a veces tan oscuros que se hacía casi imposible dilucidar qué estabas viendo exactamente-- sobre sendos personajes reales que no tenían nada que ver entre sí, Dominique Strauss Kahn (Gerard Depardieu) y Pier Paolo Pasolini (Willem Dafoe). La primera, Welcome to New York, tenía su gracia, pese al presupuesto miserable y la fotografía impenetrable, sobre todo por la excelente interpretación de Depardieu, quien, a la hora de hacer de cerdo lúbrico es insuperable. La segunda, Pasolini, era como un plato a medio cocinar en el que Dafoe hacía lo que podía con un guion que no iba a ninguna parte, por no hablar de lo absurdo que resultaba ver a todos los personajes, italianos, expresarse en inglés (pese al cambio de operador, seguía sin verse gran cosa, lo cual me lleva a la conclusión de que estamos ante una obsesión personal del cineasta).

Siete años después y retirado ya del alcohol y las drogas (bajo cuyos efectos rodó sus mejores obras), el señor Ferrara se descuelga con un largometraje, Zeros and ones (Ceros y unos), en el que además de no verse gran cosa, no se entiende absolutamente nada. Rodada en plena epidemia del coronavirus y aprovechando el toque de queda para incrementar el tono fantasmal de la propuesta, Zeros and ones sigue a un soldado (Ethan Hawke) que no sabemos para quien trabaja por las calles vacías de Roma. El soldado tiene un hermano gemelo que no se sabe si es un terrorista, un revolucionario o un chiflado que concluye sus delirantes monólogos cantando coplas de Woody Guthrie. Hay más soldados que tampoco se sabe a qué país sirven. Y un islámico sentencioso que no sabes de qué habla. Y referencias religiosas, habituales en el cine de Ferrara, pero que aquí no se sabe muy bien qué pintan. Afortunadamente, Zeros and ones no llega a los 90 minutos de duración y la tortura, aunque solo obedezca a la curiosidad, dura poco. Para situar al espectador (es un decir), Ferrara ha colocado un prólogo y un epílogo en el que Ethan Hawke dice que el director es un genio, pero que, cuando recibió el guion (por llamarlo de alguna manera, según él), no entendió absolutamente nada.

Cine duro, negro y violento

Lo mismo le sucede al espectador, quien no puede evitar echar la vista atrás y recordar las grandes películas del señor Ferrara: King of New York (1990), con un espléndido y truculento Christopher Walken; Bad lieutenant (1992), su obra maestra, protagonizada por un Harvey Keitel en estado de gracia; The addiction (1995), película de vampiros con una fenomenal Lili Taylor; o The funeral (1996), austera cinta de gánsteres con un espléndido reparto en el que destacaba, una vez más, el señor Walken. Todas esas películas --menos Bad lieutenant--, las escribió, también es verdad, Nicholas St. John (nombre auténtico: Nicodemo Oliverio), amigo del instituto de Ferrara, con el que trabajó en nueve ocasiones (se negó a escribir Bad lieutenant por sus firmes creencias católicas e incluso intentó convencer a su compadre para que no la rodara).

Ethan Hawke, en 'Zeros and ones' / MOVISTAR

Ethan Hawke, en 'Zeros and ones' / MOVISTAR

Hubo una época en la que St. John fue a Ferrara lo que Paul Schrader a Martin Scorsese, y los resultados fueron espléndidos. Su cargo en Bad lieutenant fue ocupado por la actriz y escritora Zoe Tamerlis Lund, protagonista de una de las primeras películas de Ferrara, la imperfecta pero fascinante Ms. 45 (1981), una mujer tan inteligente como atractiva que moriría en 1999 de un ataque cardíaco relacionado con su ingesta desmesurada de cocaína. Ese descenso a los infiernos de un poli neoyorquino (enorme Keitel) constituyó, en mi opinión, la cima del cine duro, negro, violento y profundamente católico del señor Ferrara. Tras The funeral (el último guion de St. John, literalmente), las cosas empezaron a torcerse y vinieron una serie de películas sin mucho sentido, entre las que solo se salva su nueva versión de La invasión de los ladrones de cuerpos, la primera en la que se sugería que igual lo mejor sería rendirse ante los extraterrestres porque, total, es difícil que puedan hacer las cosas peor que los humanos. En 2005, una alegoría religiosa, Mary, constituía el all time low de Abel Ferrara.

Creo que fui de los pocos a los que les gustó Welcome to New York, o por lo menos, lo que el director de fotografía me dejó ver. Tras ver Pasolini, salí del cine aburrido y sin haber descubierto nada nuevo del cineasta italiano asesinado en la playa de Ostia. Me temía lo peor de Zeros and ones, pero uno siempre ha sido fiel a los artistas que le han hecho feliz y deseaba asistir a la redención de Abel Ferrara. No pudo ser. El visionado me confirmó que este hombre puede que haya recuperado la salud, pero ha perdido el oremus. Creo que una de estas noches me obsequiaré con un programa doble a base de Bad lieutenant y King of New York, a ver si me recupero del aburrimiento y, sobre todo, la tristeza que me han causado los ceros y los unos de ese hombre que parece haberse perdido por completo, tanto en el cine como en la vida real.