'Chapbooks' en una librería de Estados Unidos

'Chapbooks' en una librería de Estados Unidos

Letras

La literatura menguante

Los breviarios, herederos de la tradición secular de los libros en miniatura, las ‘plaquettes' y los ‘chapbooks’, ganan espacio en los catálogos editoriales para combatir la escasez de tiempo

5 mayo, 2022 01:11

Ars longa, vita brevis. La célebre frase de Hipócrates, padre de la medicina en la Atenas de Pericles, ha pasado a la historia con su formulación latina, pero fue pronunciada originalmente en griego . En una traducción expansiva podría interpretarse así: aprender consume toda una vida, y la nuestra tiene el tiempo tasado. El sabio griego advertía de esta manera a sus discípulos –y también a su clientela– de que para sanar a un enfermo un médico debe tener un conocimiento preciso de su oficio y de su materia, pero no es suficiente con saber mucho para poder salvar vidas. Es necesario además que las circunstancias ayuden.

Con la lectura, que es la gimnasia del cerebro y la madre del entendimiento, por decirlo a la manera cervantina, sucede algo análogo: existen muchos más libros que horas tiene nuestra existencia. De antemano sabemos que no podremos leerlos todos. Ni siquiera los que ya están en nuestras bibliotecas. Los anaqueles son infinitos y nuestros pasos por las galerías de este universo terrestre, contados. Leer fue una práctica que comenzó como una experiencia comunal, hecha en voz alta ante la comunidad o la tribu, para evolucionar hasta convertirse en un acto íntimo que no permite realizar ninguna otra actividad paralela. Es la cúspide de sí misma.

Una colección de ocho 'chapbooks' editados por James Kendrew en 1820

Una colección de ocho 'chapbooks' editados por James Kendrew en 1820

Para descifrar una frase hay que transitar antes de una palabra a la siguiente. Para entender un párrafo deben recorrerse las frases que lo componen. Para admirar la calidad de un página o el sentido de un poema es obligado leer cada línea y descifrar cada verso. No es extraño que en estos tiempos marcados por el paradigma digital, la ansiedad social, la dictadura de la novedad súbita y la hiperconectividad, antítesis del pensamiento profundo, leer requiera voluntad (para desconectar del flujo de la red), un hábito previo (que está despareciendo de las aulas tras extinguirse en muchos hogares familiares) y cierta independencia de carácter. La naturaleza extraña de un salmón ilustrado. Alguien que decide nadar en contra de la corriente.

En esta época en la que el libro debe batirse con las pantallas, las redes sociales, los podcast y la multiplicación exponencial de eso que ahora se llaman contenidos –aunque buena parte de ellos sean meros continentes– algunas editoriales han decidido librar la quijotesca batalla de la competencia por dos vías: los audiolibros (literatura leída para lectores que no leen, todo un oxímoron) y los e-books. Ninguna de ellas es todavía capaz de ganarle el lance al libro de papel, aunque dichos experimentos evidencian que la industria editorial aspira a ganar audiencias y fidelizar a sus compradores esporádicos, igual que los medios de comunicación, más que a atender a lo que los comerciales llaman brand lovers. Los lectores.

Anagrama

Existe una forma de destacar en el nuevo paradigma digital que, sin embargo, es una tradición antigua: los libros breves, sucintos, minúsculos. Los impresores clásicos, antecesores de los editores y los libreros, han vendido desde hace siglos, en paralelo al desarrollo de la imprenta, colecciones de literatura en miniatura, joyas de papel selecto que, al mismo tiempo, eran caprichos útiles. Podían guardarse en cualquier sitio, transportarse sin esfuerzo y provocar la admiración ajena. Títulos concebidos para acoger obras literarias en formatos breves, suscintas y concretos. Libros que cuentan una historia en lugar de varias. Antologías de poemas en vez de poemarios completos. Ensayos de ocasión, monografías de una única idea, panfletos irreverentes y pliegos sobre disputas doctrinales.

Todos ellos se sustentan en una fórmula infalible: decir lo necesario y decirlo bien. De forma directa, sin circunloquios. Deleitando a los lectores. Ahorrándoles tiempo. Y, a ser posible, de manera que el impresor cubra los costes de la edición y, si hay suerte, gane dinero. Los breviarios, un noble formato, han cobrado asombrosa actualidad –todo lo antiguo que perdura lo hace gracias a su utilidad– en un mercado editorial saturado de títulos, donde el método del ensayo y error, junto a la emulación, han sustituido al criterio (cultural). Y en el que llamar la atención se considera un triunfo, dado el bombardeo de impactos comerciales que desde la televisión a los teléfonos móviles, pasando por la realidad virtual de las redes sociales, reclaman toda nuestra concentración, energía e inteligencia.

El arte de conmover, De lo sublime, Longino

Sellos como Anagrama y Acantilado, con perfiles distintos, publican desde hace tiempo títulos que responden a este arte del breviario. Una estirpe editorial cuyos antecedentes son la plaquette francesa y el chapboook inglés. Ensayos de extensión tasada de antemano y tamaño inferior al habitual –aunque sin llegar a la miniatura impresa, un monopolio del libro antiguo y la edición artística– que exponen un asunto, con frecuencia de actualidad, o ejercen una función divulgativa similar a la que correspondería a las monografías.

Las plaquettes, publicaciones de corta extensión en la tradición gala, se usaban para difundir obras literarias breves, poemas y cuentos. Estos folletos, usados por los poetas franceses del siglo XIX para dar a conocer sus versos, hicieron fortuna en otros ámbitos geográficos, como España y Latinoamérica, donde funcionaban a modo de avances editoriales de libros en preparación y efímeros manifiestos de una escuela literaria. Ninguno superaba las treinta páginas. Los Chapbooks, en cambio, podían avanzar hasta el medio centenar, que es la frontera entre la literatura volandera y el libro propiamente dicho.

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Chapbook es el nombre que en la tradición editorial inglesa reciben los libros corteses, en tamaño y extensión, que históricamente se vendían en los comercios ambulantes por libreros artesanales y diletantes (chapmen). Al igual que las plaquettes, contenían poemas, versos satíricos, cuentos morales y combativos textos religiosos (sobre litigios doctrinales) o políticos (panfletos). Podían incluir también recetas de cocina, manuales con trucos de magia, relatos de caballería e historias obscenas. Siempre títulos baratos, impresos en octavo (12 páginas) o duodécimo (24 páginas). Sin cubierta. Sine nobilitate.

En Estados Unidos, donde se editaron desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta y ochenta, se diferenciaban de la literatura pulp –las novelas populares editadas en papel barato y de venta en kioscos, cuya función única era entretener–, por su pretensión artística e intelectual. Para muchos escritores fueron una forma de promocionarse en los círculos intelectuales. Para otros, como Charles Bukowski, supusieron el canal milagroso de la literatura underground, ajena al mercado editorial convencional. Ediciones baratas con poemas y relatos en pliegos. Sin adornos. Sin excesiva vocación de perdurar. Gloriosamente efímeras.

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Muchas de estas colecciones, sin embargo, han perdurado en el tiempo hasta convertirse en clásicos populares. El paso de los años y la nostalgia han obrado el milagro de convertir hacer de estos libros minúsculos en tamaño, concebidos para el público general, objetos sagrados. Es el caso, por ejemplo, de dos series de Espasa-Calpe: la Colección Universal (1919) y la Colección Breviarios, publicada antes de la Guerra Civil. La primera se extendió desde 1919 a 1935. Eran libros de bolsillo, con lomos estampados en dorado y encuadernados en tela. La segunda comenzó en los años treinta: series de volúmenes de 8,5 por 12 centímetros en papel crema, con encuadernación en piel roja y aspecto art decó. La adaptación moderna de los libros medievales de las horas. Pero, en lugar de plegarias y oraciones, contenían clásicos griegos, latinos y castellanos, incluyendo teatro, poesías bucólicas y lances de amor. Ocho pesetas.

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Los breviarios de Espasa alcanzaron las 90 referencias. Algunos títulos llegaron a vender 15.000 ejemplares. Cada temática se identificaba con un color. Los libros incluían una lámina en huecograbado, una nota sobre el autor e ilustraciones. Aguilar también creó la colección Crisol, editada desde los años cuarenta hasta hace tres años. Libros de 6,5 centímetros por 8 de alto destinados a los clásicos. Muy hermosos, pero poco legibles. Piezas de gabinete libresco: los más antiguos se venden a 2.000 euros por ejemplar. El género recuperó popularidad en los años de la Transición. España estrenaba democracia y existía una demanda de textos sobre cultura política. Para este mercado nacieron los breviarios de La Gaya Ciencia, publicados en los setenta en Barcelona, a modo de textos de divulgación general.

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Anagrama, la editorial de Jorge Herralde, explotó esta misma idea entre 1970 y 1977 con sus Cuadernos: literatura dedicada al pensamiento político y a las ideologías de izquierdas –“clásicos revolucionarios”, según el término de la época– que fueron una bandera de la editorial hasta la llegada del PSOE al poder. El desencanto dejó a Anagrama sin público para estos títulos y la colección desapareció. Nadie leía a Althusser, Wilhelm Reich, Marx, Lenin, Trotsky, Mao o Fidel Castro. Tres décadas después han sido resucitados con la pretensión de que vuelvan a encarnar la función de “libros de combate” en una sociedad politizada tras la crisis económica de 2008. Los Nuevos Cuadernos recogen textos breves e inmediatos, casi siempre hechos por encargo, dedicados a polémicas sociales y políticas.

En los noventa fue Alianza Editorial quien con su colección Cien empezó a publicar libros con fragmentos de obras clásicas, relatos breves y antologías poéticas. En un formato de 10 por 15 centímetros, sus tiradas –hasta 20.000 ejemplares– buscaban una difusión masiva. Sobre este mismo concepto –el ensayo breve de estirpe clásica, pero basado en textos de indiscutible autoridad cultural– Acantilado, el sello fundado por Jaume Vallcorba, ideó sus Cuadernos, donde en vez de libros políticos publica obras retóricas y de alto pensamiento como De lo Sublime, de Longino o Consuelo de la Filosofía, de Boecio. Joyas literarias mayores.

Athenaica

La editorial Destino, perteneciente a Planeta, ensaya el ámbito del breviario contemporáneo con su colección Referentes, donde reúne textos cuyas temáticas van desde el feminismo, a la política, la ciencia o la filosofía, firmados por autores de distintas generaciones –Valentí Puig, Marta Rebón– que usan el libro breve como provocación intelectual de urgencia. Referentes por su calidad son los títulos de la colección Breviarios de Athenaica Ediciones, donde se combinan obras culturales –El arte de editar, de Adolfo García Ortega; Eliot para españoles, de Jaime Siles– con ensayos sobre política –La Tercera España, de Luis Antonio de Villena; Libertad. Una historia de la idea, de Josu Miguel Bárcena–, historia –Antonio de Lebrija, del académico Juan Gil– o el periodismo –Una generación viajera, de Xavier Pericay dedicado a Julio Camba, Gaziel, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales–.

Son ejemplos de la nueva vitalidad del libro breve. Una literatura menguante que es sinónimo de calidad y elegancia. Porque, como sabe muy bien quien se dedica escribir, la contención literaria obliga a un ejercicio de síntesis y condensación que siempre agradece el lector. Borges, epítome del clásico moderno en español, hizo toda su obra a base de relatos y libros cortos, sin incurrir en el lugar común de la novela. Mucho antes, Cervantes, en su Coloquio de los perros, elogió la elegancia de la brevedad con sustancia: “Cuentos hay que, aunque se cuenten sin preámbulos y ornamentos de palabras, dan contento”. Breviarios hechos con un estilo sencillo, cercano al habla común, carentes de artificios y exentos de divagaciones que enseñan, entretienen y deleitan. Y que permiten distinguir a los verdaderos escritores, capaces de contar y cantar en cualquier formato, de los predicadores.