Del tópico a la genialidad, gracias a la música
The Beatles, Dylan, Jaime Urrutia o Compay Segundo han compuesto melodías y letras de forma muy diversa, sin reglas establecidas
19 diciembre, 2021 00:00En la serie Get Back sobre los Beatles, de la que tanto se habla estos días, hecha a partir de muchas horas de grabación en el estudio, podemos ver cómo compone las canciones Paul McCartney: está improvisando a la guitarra, rasgueando las cuerdas sin rumbo fijo; una situación determinada le inspira un fragmento de melodía, a la que va incorporando las palabras. Así le vemos componer la misma Get Back (Vuelve), una tarde en que John Lennon se ha retrasado, todos los demás Beatles le están esperando, y por hacer algo, por no quedarse esperando mano sobre mano, Paul rasga las cuerdas de la guitarra repitiendo “Vuelve, vuelve al lugar al que perteneces”, y poco a poco va saliendo la famosa canción, que trasciende la situación original que le dio pie.
De manera parecida vemos a George Harrison que aparece en el estudio con una melodía a la que parece que se adapten bien los versos Something in the way she moves / attacts me like…” (“Algo en la manera en que se mueve me atrae como…”), pero hasta ahí llega la inspiración. Se ha quedado atascado. "¿Me atrae como qué?”, le pregunta a Paul; le pide consejo, y lo que McCartney le sugiere es: “tú pon lo primero que se te ocurra, lo primero que rime, no dejes que eso frene la melodía, pon lo primero que te venga a la cabeza y luego ya tendrás tiempo de buscar las palabras adecuadas. Pon ahí pamplemousse, por ejemplo”. Y así la canción en ese estadio primitivo dice “Something in the way she moves / attract me like a pamplemousse”, o sea, “Algo en la forma en que ella se mueve me atrae como un pomelo” y en la versión definitiva dirá “attracts me like no other lover” (me atrae más que ninguna otra amante), que está bien como concepto, para salir del paso, aunque la verdad es que la letra de esta canción no es gran cosa.
Otros compositores siguen el camino contrario. Primero escriben los versos, luego le acoplan una melodía que les caiga bien. Dylan, por ejemplo, según cuenta en Crónicas, escribe sus poemas, va echando los papeles al cajón de una mesa, luego al cabo de un tiempo los saca a ver si hay ahí algo aprovechable, algo inspirador, musicable. Ví el otro día en internet a un músico, cuyo nombre no recuerdo, que había coincidido en una gira con Dylan, y contaba cómo éste, entre bambalinas, se le acercaba, a él y a otros, con un papel roñoso en la mano, donde había garabateado unos versos, y poniendo una cara de ser muy, muy perverso, les recitaba una letra de la que estaba obviamente satisfecho, que es la de “I’ll pay in blood”: con ese estribillo que dice “Pagaré con sangre, pero no con la mía” (“I’ll pay in blood / but not my own”).
Sin reglas fijas
Como las canciones tienen ese poder de atracción tan grande, como parecen provenir de un sitio misterioso, brotar como una fuente, siempre me ha interesado saber la mecánica de su composición, pero parece que no hay reglas fijas. Constato que lo que en un poema, en un poema leído en un libro, sería un ripio inaceptable, o una cursilada, en una canción puede funcionar perfectamente, la música lo hace llevadero y también puede hacer que frases banales se conviertan en axiomas que provocan emociones complejas. Por ejemplo, cuando Pau Riba cantaba “Ei, Conxita Cases, si en fa d’anys, si en fa d’anys” (Ey, Conchita Cases, cuánto tiempo hace, cuánto tiempo hace”) podía estremecerte, si bien la frase en sí es poco más que un lugar común, y la letra que sigue a este primer verso es muy floja. Pero basta con ese primer verso, que, cantado, es maravilloso. Las canciones pueden hacer que una frasecita trivial explote en la mente, frasecitas como “Smoke gets in your eyes”, como “Yes, I’m the great pretender” o vocativos como “Oh, moon of Alabama, it’s time to say Goodbye…”. Frases propias de la conversación en un ascensor adquieren resonancias de verdad filosófica incuestionable, como “What a difference a day makes, twenty four little hours…”(“qué gran diferencia puede traer un día, 24 pequeñas horas…”).
Uno de los himnos más evocadores y más logrados del pop español es sin duda Camino Soria de Gabinete Caligari, compuesta en 1987 por Jaime Urrutia, que creo que además de rockero es un señor con cultura y formación, igual que otros musicantes de la época, como Sabino Méndez, como Fernando Márquez, como Santiago Auserón. Enterarme de que en realidad la canción la compuso, en un momento de abatimiento emocional, mientras se disponía a pasar un fin de semana en Cuenca, y que de hecho en un principio el estribillo de la canción decía “Voy camino Cuenca”, me dejó sumido en el estupor. Por suerte a Urrutia le pareció --con buen criterio-- que “voy camino Cuenca” le daba a la canción resonancias involuntariamente cómicas (quizá por lo de “la puse mirando pa’ Cuenca…”), y buscando una ciudad alternativa se encontró con Soria, que está mucho mejor para la ocasión, desde luego.
Ya que he mencionado a Auserón, alias “Juan Perro”, recordaré que Agustín Acosta era el poeta más grande de Cuba cuando los barbudos tomaron la isla y él tuvo que exiliarse a Miami, donde murió, olvidado. Aunque no del todo. Me gusta mucho ese poema suyo, enigmático y atrevido, que dice “Vengo a decirte adiós, piedra desnuda”, pero su mejor composición ya va a ser para siempre La cleptómana, un soneto gracioso elevado a obra maestra cuando le puso música Manuel Luna y la cantó Compay Segundo; la podemos escuchar en el disco Semilla del son, compilado por Auserón, y seguro que en muchos otros sitios. La música eleva esos versos ingeniosos y bien medidos a las estrellas. Misterios de la inspiración. Sería un ejercicio entretenido, aunque estéril, intentar descifrarlos.