Teresa de Ávila, el feminismo como hábito
La escritora mística, al igual que otras mujeres en la España de los siglos XVI y XVII, encontró en la religiosidad interior una vía para ejercer su libertad intelectual
27 octubre, 2021 00:10El convento fue en los siglos XVI y XVII la alternativa más frecuente al matrimonio. En el marco del desarrollo de la religiosidad interior, muchas mujeres encontraron vías de realización personal y emocional que les estaban vetadas en matrimonios impuestos o forzosos, con maridos violentos. Como ha subrayado María Helena Sánchez-Ortega, el dilema carne-espíritu, el paso del amor profano al amor sacro, hizo estragos en la estabilidad emocional de algunas mujeres. Pero también es cierto que, en ocasiones, la religiosidad femenina fue el vehículo a través del cual la mujer encontró posibilidades de desarrollar su propio ego en relación con Dios y abrirse espacios de sociabilidad en los que su identidad femenina podía lograr vías de autogestión en el medio misógino dominante.
Entre las mujeres que, a través de su propia religiosidad, pudieron dar un salto cualitativo al espacio público sobresale Luisa de Carvajal (1566-1614). De niña tuvo una vida familiar difícil, con un tutor, su tío Francisco Hurtado de Mendoza, marqués de Almazán, que la sometió a un trato sádico. Siempre apoyada por los jesuitas, a los veintisiete años hizo una serie de votos, sin entrar en ningún convento, implicándose en un solo objetivo: la cruzada contra el protestantismo británico. Diez años más tarde, se fue a Londres para lanzarse a una campaña de expansión del catolicismo confrontado al protestantismo. Ello le llevó a la cárcel y se libró de la ejecución gracias a la mediación diplomática del embajador, conde de Gondomar. Moriría en 1614 en Londres, a los cuarenta y ocho años. Dejó abundante correspondencia y múltiples textos religiosos de activismo militante. Un torrente emocional al servicio de la causa político-religiosa. Nunca una mujer se había lanzado tan beligerantemente al objetivo de convertir a la sociedad británica.
Pero la religiosidad femenina se proyectó a través de los conventos por otras vías. Hubo mujeres, que supieron, a caballo de su condición de monjas, escribir y decir lo que en un escenario matrimonial les estaba vedado. El caso de Teresa de Jesús es el arquetipo del protofeminismo del siglo XVI. Toda su obra, en especial Camino de perfección, es un ejercicio de rebeldía, eso sí, hábilmente conducida contra la misoginia establecida. Reivindicó la dignidad de las mujeres, recomendó “no hagáis caso del vulgo”, refiriéndose claramente al gremio sacerdotal y denunció los lastres que como mujer se le atribuyeron. No en balde, José Jiménez Lozano la consideró “patrona del feminismo”.
Al respecto aportó capacidad de tener voz propia, con plena conciencia de su personalidad, que supo disfrazar de lo que Alison Weber llamó “retórica de la humildad”. Fue, como diríamos ahora, una mujer empoderada, con enorme capacidad de influencia sobre sus monjas pero también sobre su entorno social y político. Ejerció la sororidad en su vida conventual, con un discurso activista y empático. Nunca añoró la vida matrimonial porque sabía lo que fue la vida de su madre, Beatriz de Ahumada, que se casó a los catorce años con un viudo que le doblaba la edad con dos hijos. Su madre murió, a los treinta y tres años, después de dar a luz diez hijos. El matrimonio para ella y para muchas mujeres, no dejó de estar marcado por “la trampa del amor”. Su defensa del género está bien explicitada en la primera redacción de su Camino de perfección:
“Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andaba por el mundo de las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres (…). No basta, Señor que nos tiene el mundo acorraladas (…) que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que llevamos en secreto, sino que no nos habrías de oír petición tan justa. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo que como son hijos de Adán y en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa…”
Supo sortear obstáculos con una inteligencia emocional prodigiosa y dejó tras de sí un montón de seguidoras que se aplicaron a la tarea de expandir las fundaciones del Carmelo en toda Europa. En este sentido destacaron personalidades como Catalina de Castro, Ana de Jesús, o María de San José. Muchas de la compañeras de Teresa dejaron autobiografías escritas siguiendo el modelo marcado por ella en el Libro de la vida. Las divergencias que generó la pretendida reforma constitucional de Nicolás Doria no tuvieron gran impacto en la solidaridad absoluta de estas mujeres en torno a Teresa.
Solo llamó la atención el enfrentamiento entre Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé. Sin duda, estas monjas carmelitas tuvieron que fajarse mucho frente a los criterios de algunos de sus provinciales o responsables de la orden. La opinión que tenía el padre Francisco de Santa Marta de María de San José es significativa: “era de talento tan desigual al de las mujeres que la sacaba de su esfera y tocaba en extravagante”. Precisamente, María de San José dejó una obra literaria brillante en la que destaca el Libro de las recreaciones:
“Yo confieso, dijo Justa, que sería muy gran yerro escribir, ni meterse las mujeres en la escritura ni en cosa de letras, digo las que no saben más que mujeres, porque muchas ha habido que se han igualado y aún aventajado a muchos varones, pero dejemos esto: ¿Qué mal es que escriban las mujeres cosas, que, también a ellas les toca como a los hombres, hacer memoria, de las virtudes y buenas obras de sus madres y maestras? Bien dices hermana, dijo Gracia, que sería confusión si lo que escriben mujeres ellos lo creyesen. Pero ¿No ves que han tomado por gala tener a las mujeres por flacas, mudables e imperfectas y aún inútiles e indignas de todo ejercicio noble?”