Juan Bonilla: “Los intelectuales ya no pintan nada. No hace falta ni que escriban”
El novelista, Premio Nacional de Narrativa, habla sobre las librerías y Amazon, los efectos psicológicos de la pandemia y su proyecto en ciernes sobre García Calvo
6 septiembre, 2021 00:10El año pasado fue calamitoso para todos. También, porque no es de piedra, para Juan Bonilla, aunque una llamada de teléfono del ministro de Cultura le anunciase que había ganado el Premio Nacional de Narrativa por su novela Totalidad sexual del cosmos (Seix Barral). En el momento más crítico de la pandemia, el escritor jerezano --culo de mal asiento-- saboreaba las mieles del éxito. Publicó además un poemario --Horizonte de sucesos (Renacimiento)-- y acaba de dar a la imprenta una nueva versión de una novela de juventud, El mejor escritor de su generación (El Paseo). Tres libros que, a pesar de las restricciones de actos públicos, lo tienen de aquí para allá. Y feliz, se supone.
--Yo soy feliz en el proceso de escritura. Ahí es donde de verdad me lo paso bien, pero sí, me están pasando cosas agradables. El Premio Nacional satisface sobre todo porque no lo esperas. Nunca sabes que te lo van a dar ni que estás en una presunta quiniela.
--¿Ni un chivatazo?
--Nada. Sé cómo va esto porque fui jurado del Premio Nacional de Poesía, igual que Lorenzo Silva o Cristina Morales. Nosotros se lo dimos a un poeta catalán: es un premio en el que participan muchas academias, asociaciones de editores y periodistas. Se mezclan muchas sensibilidades y deben guardarse unos equilibrios. Yo no me lo esperaba. Imagino que por eso, para curarse en salud, te llama el ministro de Cultura y después la directora general para confirmar que no se trata de una broma.
--¿Podrían hacerle esa broma sus amigos?
--Sí, pero enseguida le reconocí la voz.
--¿Le tuteó?
--Sí, pero él empezó primero.
(Sonríe y explica que, tras el saludo, vino el tartamudeo, las felicitaciones e inmediatamente despuéss esa segunda llamada con todo el jurado a la vez felicitándole. Y añade que la alegría es mayor porque se trata de un premio remunerado con 30.000 euros, y eso sí es un respaldo real a su trabajo. No se trata, en todo caso, del primer galardón que recibe: también cuenta con el Premio Biblioteca Breve por Los Príncipes Nubios y el Vargas Llosa por Prohibido entrar sin pantalones).
--Ha de equilibros entre las diferentes literaturas del Estado, pero parece que la cuota que menos se entiende es la del género ¿no?
--(Pone cara de asombro) Bueno, no creo. Si no hubiera mujeres premiadas no se estaría reflejando la realidad. Este país tiene grandísimas autoras. Es posible que algunos discutan según qué rescate de autoras de hace años pero yo trato de ser sensato y no engañarme ni engañarnos: cuando éramos chavales, en los años setenta, casi todo lo que se escribía era muy malo. De hombres y mujeres. Cuando pienso en aquellas primeras lecturas recomendadas por los suplementos de cultura me doy cuenta que no queda nada. Han desaparecido nombres que vendieron miles de libros, pura carne de actualidad. El tiempo los ha fulminado. Eran malos, muy malos. No hay tantas obras maestras. La excelencia suele ser una rareza.
--Podrían haberle dado el Nacional de Poesía, pero lo ha ganado con un personaje provocador: Nahui Olin, artista y anti musa, si me permite la expresión.
--Yo meto poesía en todas partes. Lo hice en la novela sobre Mayakovski –Prohibido entrar sin pantalones– y lo he hecho en Totalidad sexual del cosmos. No renuncio nunca a la poesía. Y estoy muy contento de que sea precisamente esta historia la que haya merecido el galardón. Por el personaje y por el proceso de escritura. Casi podría decirse que he escrito dos novelas: la que está publicada y la cantidad de cartas que he escrito a su biógrafo, con tensiones incluidas. El libro estuvo a punto de naufragar un par de veces.
--Estará encantado.
--Exultante, pero la verdad es que cómo la he escrito da para otra historia. Yo conocí a Tomás Zurián (el biógrafo de Nahui Olin) en la Feria del libro de Guadalajara de 2014. Nos hicimos amigos y me regaló dos originales suyos. Conocía al personaje por referencias. Y quedé atrapado. Había investigado un tipo de novela con el libro de Mayakovski: parte de ficción y parte de verdad biográfica. Pero quería ir más allá y contar la historia de alguien que se enamora de un fantasma y va en su busca. Le pedí permiso a Tomás y me dijo que sí, pero luego se ha resistido a algunas cosas porque él es académico y ya se sabe. Para un historiador la verdad es la contrastada; para un escritor la verdad tiene que ver con la verosimilitud, con lo que podría ser o lo que soñamos que ha sido.
Por ejemplo hay un momento trascendental en el libro (la joven Nahui, casada por prescripción paterna y madre joven, deja caer a su hijo por las escaleras) que es la muerte del niño. Como escritor puedo imaginar lo que sea siempre que el lector lo acepte o el relato lo pida. Puedo imaginar lo que sintió en ese momento, lo que pensaron los demás y cómo el episodio la torturó. Por eso el narrador busca una sombra, quiere saber quién fue esa mujer rebelde, libre sin límites, artista sin cánones. La hija de un general mexicano que vive en Europa, se casa y se divorcia; que vive amores apasionados, violentos, transgresores y se convierte en objeto de arte décadas antes de las performances, a principios del siglo pasado.
--La publicó poco antes del confinamiento. ¿Cómo lo ha vivido?
--Ha sido tremendo. Los negacionistas y los conspiranóicos son botarates, pero a veces te preguntabas si no estaba pasando algo que además de distópico beneficiaba a alguien. En cualquier tragedia, aunque sea una catástrofe natural, uno se pregunta esto y lo cierto es que ha sido muy tentador preguntarse quién saca partido. Por lo demás, mi vida no se vio muy afectada. Los escritores ya vivimos en una especie de confinamiento. Y otra cosa que ha pasado es lo mucho que se ha leído y los libros que se han comprado. Librerías y editoriales reconocen un aumento en ventas de más del trescientos por cien. Supongo que para las librerías ha sido más difícil, pero la compra de libros ha sido altísima. Incluso los de segunda mano.
--No me diga que usa Amazon, usted que es amante de las librerías de viejo.
--Soy amante de las librerías, pero me gustan más los libros, Sí, uso Amazon y otros portales. Cuando voy a una librería buscando algo y tardan semanas en traerlo o me dicen que no lo tienen acudo a un portal. Así de sencillo. Antes de Amazon los que coleccionamos libros buscábamos en Iberlibro –portal de librerías de viejo– y si veía que lo que buscaba estaba en una librería cercana prefería ir, pero si no lo encuentran o no lo tienen no tengo problema en usar Amazon, que por cierto ha comprado Iberlibro. Cada vez más librerías tienen portales, algunas se han asociado precisamente en la pandemia para cumplir esta función. El problema no es nuevo, hace mucho que las librerías se rindieron ante las novedades editoriales y dejaron de tener fondo. Hoy es impensable encontrar un libro de hace menos de dos años. Y sin exagerar.
--Ha tenido que renunciar a los actos públicos, presentaciones y ferias. ¿Le gustan?
--Me gustan las Ferias del libro, sí. A San Jordi fui el año de Nadie conoce a nadie. Me tocó firmar con Quim Monzó y me reí muchísimo.
--¿Le afecta el ruido ambiente que parece acompañar a algunos escritores como Javier Cercas? ¿Ha perdido amistades por cuestiones políticas?
--No. Me afecta en un sentido: me da una enorme pereza la falta de sentido común que veo por todas partes. Y cuando digo sentido quiero decir tener un camino concreto, una propuesta concreta, algo más que una consigna o un lema. A mí me gustan las polémicas pero me parece tremendo que hoy decir una obviedad sea un acto de valentía. Cercas ejerce su derecho a decir lo que piensa y está bien que alguien discrepe, pero no recibe discrepancias. Recibe tomatazos y pedradas. Si entras en la ciénaga sales pingando. Es tremendo cómo estamos hablando en torno a falsedades y mentiras que desdicen la realidad. Todos caemos. Es una insensatez, se lo digo tal cual. Estamos construyendo discusiones y polémicas sobre una red, nunca mejor dicho, de mentiras. Tengo muy presente una frase de Agustín García Calvo: el poder significa falsificar la realidad. Lo que pasa con algunos en Cataluña es una patochada, lo sabemos y callamos.
--En la novela de Mayakovski hizo un retrato descarnado del estalinismo. ¿Le da miedo el renacimiento de los discursos de extrema derecha?
--Miedo no es la palabra, pero sí una reacción que es, efectivamente, casi tóxica. Me parecen idiotas en el sentido etimológico del término. Pura idiocia. No entiendo que un ser racional que se pregunte cosas normales antes de ejercer el derecho al voto no llegue a esta conclusión. No acepto, ojo, pero entiendo ese mecanismo de falsificación de la realidad ante el que la gente reacciona con la tripa, sin cabeza. Lo hizo Hitler y lo mejoró Stalin. Negar al otro, borrar al otro y, específicamente, humillar al otro.
--Y el papel de los intelectuales…
--¿Quiénes son los intelectuales hoy? Yo, no. Yo escribo y, todo lo más, me dan un par de palmaditas por un artículo sobre Borges. Además de que no pintan nada, los intelectuales --tal como los hemos entendido-- es que no hace falta ni que escriban. Vivimos en la oralidad. Los mejores ejemplos (cita a Iñaki Gabilondo), los pocos referentes morales, son comunicadores. Hemos cambiado los ensayos por las prédicas. Hace años nos volvíamos locos con Nuccio Ordine, pero ¿quién lo lee hoy? ¿Qué pensadores buscamos en Italia o en Francia? Ningún pensamiento influye ya en la opinión de la gente o en sus estados de ánimo. Y ahí está el quid: se busca simpatía, afinidad. No queremos pensar sino que nos den la razón. Ahora, también le digo, aunque suene apocalíptico, que esta polarización, esta trinchera sin ideas, tiene una razón de ser. Vuelvo a García Calvo: aquí alguien se está lucrando con este desastre.
--¿Y el periodismo?
--Uf. Los medios buscan hinchas, no lectores. ¿Recuerda aquellas cartas al director críticas que animaban tanto a un diario?. En los periódicos, incluso en los de papel, hay un panel con los titulares y se van viendo los likes de cada noticia. (Pone cara de espanto). Y ves como la tuya va bajando hasta que no la lee nadie. No soy enemigo de lo digital, pero me preocupa. Con los periódicos de papel no perdamos solamente un objeto sino una jerarquización, una manera de leer la actualidad. Eso significa prioridades y actitudes. Ahora gana quien recibe más likes. Por no hablar de esa velocidad de minuto y resultado que impide la información contrastada y bien hecha.
--Año de premio y un nuevo poemario. ‘Horizontes de sucesos’ es el libro de un poeta heterodoxo que no abandona la sorna. ¿Poemas de madurez?
--No lo sé. Nunca pienso en mi poseía en términos evolutivos. Hay de todo, pero es lo más esencial que hay en mí como escritor, no cabe duda. Lo entregué el verano pasado, después del confinamiento y cuando ya estaba en la playa. Por lo que sea se ha retrasado su publicación, pero está muy bien que sea un libro escrito en la pandemia.
--Acaba de salir la versión de ‘El mejor escritor de su generación’.
--Se lo había prometido a la editorial El Paseo. Escribí un relato corto en 2003 para el sello Pretextos con idea de publicarlo suelto, pero prefirieron unirlo al libro de relatos La compañía de los solitarios. Ahora lo he convertido en otra cosa. Al relato del joven que debe escribir su segunda nivela después de un éxito –que tiene trampa– le he añadido una historia en buena medida parte real. Mi personaje está basado en Román Ayza, el barón de Tormoye, al que conocí en Sevilla. Fue colaborador de Radio America y nos hicimos amigos. Lo que se cuenta es verdad. Quemó su casa con dos Murillos y un Goya dentro porque alguien le había entrado a vivir allí. Y huyó del Madrid republicano disfrazado de mujer. Todo eso me lo contó él.
--El personaje que no abandona es a García Calvo.
--Voy a hacer algo con Agustín García Calvo. Esta vez, sí. Llevo años dándole vueltas y creo que ya lo tengo. Esta vez sí.
--No les une un referente literario, ni siquiera un estilo, pero es curioso que haya tantos buenos escritores de su quinta: Sara Mesa, Isaac Rosa, Daniel Ruiz, Jesús Carrasco, Juan Gil. ¿Estamos ante la generación de la EGB?
--No creo. Ortega decía que una generación dura 16 años. No sé. Yo lo vivo de otra manera. Tengo la fortuna de tener unos amigos que escriben muy bien. No creo que debamos hablar de generación y menos relacionarlos con un lugar. Lo de las generaciones tal vez lleguen a definirlo los doctorandos dentro de ochenta años. Pero no hay perspectiva.
Se despide y vuelve a su casa andando, como ha venido, para cumplir, como el capitán Nemo, con esos veinte mil pasos que se impone cada día.