Canetti, epistolario de calamidades
La correspondencia del escritor retrata los años previos y posteriores a la Guerra: Viena, la 'Anschluss', las penurias del exilio en Inglaterra y una durísima posguerra
1 julio, 2021 00:00“El médico que de verdad lo es no puede salir fuera de la realidad; el artista debe hacerlo demasiado a menudo, ya su autoestima es un asunto peligroso y horrible; no hay nada más arrogante e inhumano que los artistas; el mundo los convierte en sacerdotes que pronuncian oráculos, así como a vosotros, los médicos, os convierte en taumaturgos”. Así se expresaba Elias Canetti en una carta de 1937 dirigida a Georg, su hermano pequeño, una de las muchas que él y Veza, su mujer, le escribieron durante muchos años, tal y como ahora puede leerse en el magnífico volumen que Ignacio Echevarría ha preparado a partir de la edición alemana, Cartas a Georg. Amor, literatura y exilio en tiempos oscuros, 1933-1948 (Galaxia-Gutenberg), traducido por Juan José del Solar, a cuya memoria Echevarría dedica su trabajo.
Aunque a primera vista puede parecer una correspondencia anodina, recomendable tan sólo para devotos de Canetti, lo cierto es que el libro constituye una crónica apasionante de unos años convulsos, protagonizada y narrada por una comparsa de personajes singulares y excéntricos. La mayoría de las cartas están escritas por Veza Taubner-Calderón (1897-1963), la primera esposa de Canetti, como él judía sefardí, escritora oculta y mentora entusiasta de su marido, cuya obra estimuló y promocionó desde el principio con una fe inquebrantable. Después de su muerte, Canetti, a medida que se acercaba a la consagración internacional que certificaría el Premio Nobel en 1981, le dedicó todos sus libros, en reconocimiento de lo mucho que le debía. Y en sus últimos años prologaría incluso las primeras ediciones de su narrativa, tratando de hacer justicia a su recuerdo y a su obra, que se ha revalorizado en los últimos tiempos.
Veza es un personaje familiar para todos los lectores de Canetti, sobre todo para los que se han adentrado en el universo de los tres volúmenes de sus memorias, pero en esta correspondencia descubrimos maravillados su propia voz, desinhibida, vivaz, inteligente, descarada, a veces patética pero siempre llena de sentido del humor, vulnerable y al mismo tiempo resistente, dueña de una variedad de registros admirable así como de una fenomenal capacidad de atención. Se entiende muy bien la fascinación inmediata que la mujer ejerció en el joven Canetti cuando ambos se conocieron en los círculos de Karl Kraus, en la Viena de los años veinte, tal y como él mismo cuenta en La antorcha al oído (1980), el segundo volumen de su autobiografía. No hay duda de que sin Veza, Canetti no hubiera llegado a donde llegó.
Con la pericia a la que nos tiene acostumbrados, Ignacio Echevarría, il miglior fabbro, como decía Claudio López, ha convertido un epistolario en un volumen más de la Obra completa del autor que ya editó hace años. Además de un prólogo esclarecedor e incitante, Echevarría ha enriquecido la edición alemana con un jugoso aparato de notas narrativas que el lector puede seguir a medida que avanza en la lectura de las cartas. El conjunto se lee como una biografía o incluso una novela de los avatares de la pareja antes, durante y después de la guerra, desde los años más luminosos de la Viena prebélica hasta la angustia de la Anschluss, la tremenda y deprimente penuria del exilio en Inglaterra y la tensa inestabilidad de la posguerra.
Veza, Elias y Georg acaban por formar un extraño ménage. El matrimonio adoraba al benjamín de los Canetti, un médico especializado en tuberculosis y enfermo él mismo de los pulmones que residía en París, donde trabajaba en el Instituto Pasteur. Su labor científica llegó a granjearle una gran reputación en Francia y en 1959 le fue concedida la Legión de Honor. Por lo que se desprende de las cartas, Georg era una persona con mucho encanto, inteligente y capaz, tal vez homosexual, bien parecido y muy severo en sus apreciaciones. Entre los tres se creó una relación de mutua y fuerte dependencia. Veza llega a hablar incluso del “poder mágico” que les une y nunca disimula su debilidad por su cuñado, al que llega a tratar como el hijo que nunca tuvo.
Veza y Elias se pasaron casi todos aquellos años viviendo con una gran escasez, sin apenas ingresos pero sobreviviendo a veces de un modo inexplicable. En muchas ocasiones, Elias se veía obligado a pedir préstamos a sus familiares dispersos por toda Europa, sin ninguna vergüenza y persuadido de que eran anticipos que sus parientes debían abonar en espera de que fuera reconocida su obra en todo el mundo. Otro de los personajes que se cita a menudo en la correspondencia y que también sufrió los sablazos de Elias es Nissim –luego Jacques– Canetti, su segundo hermano, también afincado en París desde los años treinta, productor musical y promotor de la canción francesa.
Durante varias décadas, por tanto, Elias Canetti fue el hermano pobre y vagabundo de dos profesionales exitosos. Uno y otro a menudo expresaban su hartazgo ante los abusos y la actitud de su hermano mayor, que parecía encajar las reprimendas con una extraordinaria y estoica ingenuidad. Duele pensar que el pobre Georg no llegó a vivir la concesión del Nobel a Canetti, ya que murió en 1971, víctima de la patología pulmonar que había investigado durante su vida. Tampoco Veza llegó a ver la consagración internacional de su marido, aunque nunca dudó de ella. Jacques, en cambio, sí fue testigo de la misma.
Además de las tribulaciones políticas y familiares, Cartas a Georg refleja también el curioso entente cordiale del matrimonio Canetti. Pasados unos primeros y escasos años de pasión, Veza permitió e incluso instigó que su marido tuviera otras relaciones, a menudo tempestuosas, con mujeres jóvenes a las que primero ahijaba y luego vilipendiaba, celosa del trato que recibían por parte de Der Dichter, el mote con el que se conocía en Londres a Canetti. En las cartas del periodo británico, que constituyen un complemento idóneo a Fiesta bajo las bombas (2003), los recuerdos de Canetti de sus años ingleses, Veza habla a menudo de los nuevos amoríos de su esposo, algo que a menudo enfurecía a Georg, que no soportaba que su hermano tratara de ese modo a su cuñada. Las amantes que aparecen una y otra vez en las cartas son sobre todo Frieda Benedikt, una novelista que firmaba sus novelas con el pseudónimo de Anna Sebastian, y la pintora Marie-Louise von Motesiczky. Canetti se involucraba sentimental e intelectualmente con ellas, convirtiéndose en una especie de mentor, guiándolas y protegiéndolas, a veces con una obsesión enfermiza, como haría años más tarde con Iris Murdoch, de la que se consideraba maestro.
La escritora Iris Murdoch
De todos modos, así como Veza no deja pasar la ocasión de despotricar contra su marido (“un niño genial y fascinante, no desarrollado”), a la vez que lo elogia con desmesura (“el hombre más bueno del mundo”), Canetti, en las cartas a su hermano –son pocas pero muy reveladoras–, nunca se permite hablar mal de su mujer, a la que defiende y ampara en todo momento, con una devoción que no decae con los años y que se prolongó después de su muerte. Claudio Magris recuerda que Canetti, cuando en 1971 se casó en segundas nupcias con la joven Hera Bushor, con la que tendría una hija, le escribió una carta en la que le confesaba cuánto le había costado tomar la decisión, por sentir que estaba aún traicionando a Veza. En este sentido, el epistolario es también una representación dramática del enigma que llamamos matrimonio.
Cartas a Georg da cuenta asimismo de la determinación de Canetti por dedicarse tan sólo a su obra, a despecho del mundo y las circunstancias, negándose siempre a escribir en la prensa o a conceder entrevistas. Después de Auto de fe (1935), la única novela que llegó a completar –y cuyo prestigio, a través de las traducciones, fue creciendo muy lentamente, gracias a la insistencia de la pareja en todos los frentes–, Canetti descartó otros proyectos –el siempre aplazado libro sobre la muerte, las nuevas novelas que iban a conformar una Comedia humana de la locura– para centrarse en Masa y poder (1960), ese ensayo híbrido que bebe de todas las disciplinas, desde la sociología hasta la mitología, la psiquiatría o la historia de las religiones y con el que se propuso “agarrar a su siglo por el cuello”. El signo de lo inconcluso –la herida de la modernidad– le persiguió sin embargo en todos sus propósitos y nunca escribió el prometido segundo volumen del ensayo, que quedó en el limbo junto a tantas obras pendientes.
De alguna manera, parece como si Canetti hubiera acusado todos los agotamientos del siglo XX, en lo narrativo como en lo ensayístico, buscando una salida al estado terminal del pensamiento y las artes. Después del esfuerzo titánico de Masa y poder, que proponía una extraña y proteica forma de totalidad epistemológica, desentendida de los métodos filosóficos y científicos, Canetti se dedicó cada vez con más tesón a sus Apuntes, esas breves y luminosas reflexiones que terminarían por conformar uno de sus grandes libros.
La imposibilidad de narrar y la constatación del fracaso del conocimiento absoluto –extremos, uno y otro, de la épica moderna– desembocaron en el fragmento como vara de zahorí para la prospección de residuos de sabiduría, enlazando con los presocráticos. En ese sentido, Canetti es un escritor para el siglo XXI, uno de los pocos, junto a Musil, que podemos tomar como referente seminal. Sus intuiciones postmetafísicas –su regreso a la mitología, su atención a las metamorfosis, su batalla sin cuartel contra la muerte y su canto a la multiplicidad de los seres, esa curiosidad inagotable por la expresión de todas las culturas, desde la china a la hindú o la bosquimana– nos señalan un camino de luz en la interminable noche europea.