Los talleres literarios, una industria cultural / DANIEL ROSELL

Los talleres literarios, una industria cultural / DANIEL ROSELL

Letras

Elogio y refutación de los talleres literarios

La proliferación de cursos y academias para enseñar a escribir favorece los intercambios, el conocimiento literario y la lectura, pero no garantiza el éxito editorial

1 mayo, 2021 00:10

La extensión de la educación al conjunto de la población, la capacidad de leer y escribir sin la cortapisa de otros tiempos que limitaban ambas actividades a los segmentos acomodados (sin olvidar a los intrusos que confirman la regla) ha hecho que en la actualidad muchas personas decidan poner negro sobre blanco sus ideas, sentimientos y experiencias. En toda ciudad mediana existen hoy talleres de escritura que tratan de encauzar estas inquietudes con mayor o menor éxito. También las nuevas tecnologías permiten extender el radio de estas enseñanzas a personas lejanas que solo necesitan para seguir cursos y clases una conexión de internet, dinero para la matrícula, mensualidades y, claro está, una cierta disposición para la creación literaria.

Los hay de relato, novela, teatro, poesía, guión. El abanico se ha ido ampliando conforme a la demanda, y los hay también de traducción literaria y hasta ensayo, narrativa fantástica o policiaca, viaje y cómic. En la Antigüedad y en diversas civilizaciones hubo escuelas de poetas (el género por excelencia): salpicaron el mundo árabe, Japón e Irlanda. También hubo mentores privados que favorecieron el aprendizaje de, por ejemplo, Maupassant (uno de sus dos maestros fue nada menos que Flaubert).

Imagen promocional de uno de lo cursos de escritura del Ateneo de Barcelona

Imagen promocional de uno de lo cursos de escritura del Ateneo de Barcelona

En EEUU, Raymond Chandler siguió un curso por correspondencia en los años veinte, pero en el ámbito universitario el ejemplo más veterano en los tiempos modernos es la Bread Loaf Writer’s Conference, surgida en 1926. Robert Frost fue una figura importante aquí, pues vivía muy cerca y participó numerosas veces hasta casi formar parte del paisaje de este lugar próximo a Middlebury, en las montañas de Vermont. Otros escritores que han compartido su experiencia allí son Toni Morrison, Anne Sexton o Carson McCullers.

La University of Iowa comenzó en 1936 su llamado Iowa Writers’ Workshop, al que siguió su International Writing Program. Dentro de la competitividad estadounidense, exhibe números: más de cuarenta premios Pulitzer, siete poetas laureados de los Estados Unidos y numerosos ganadores de diferentes galardones. Tiene un Master of Fine Arts in Spanish Creative Writing. Por allí han pasado Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso, José Donoso, Fernando del Paso y Óscar Hahn. También han formado parte del claustro o impartido talleres Tennessee Williams, Kurt Vonnegut, John Irving o Louise Glück. No faltan nombres ilustres entre los alumnos, como Flannery O’Connor.

Gotham Writers Workshop

Luego vino Stanford en 1946, en un momento en que tras la Segunda Guerra Mundial se extendió la enseñanza universitaria. Como otros másters de escritura creativa dispone de becas, de las que se  beneficiaron Carver, Robert Pinsky, Vikram Seth o Thobias Wolff. Como escribió David Lodge acerca de una antología de la revista Granta, “es difícil pensar en más de un puñado de escritores significativos de la América de posguerra, incluidos los experimentalistas posmodernos de los años sesenta y setenta, que no estuvieran relacionados de algún modo con programas de escritura creativa”. Eso fue hace veinticinco años. Desde entonces la tendencia no ha hecho sino aumentar. Fuera del ámbito académico está la neoyorquina Gotham Writers Workshop, con más de 6.000 alumnos matriculados.

La University of East Anglia fue pionera en el Reino Unido al crear en 1970 un máster en escritura creativa. Desde entonces muchas universidades han acogido en su currículum estos estudios y es imposible abrir las páginas de una revista literaria británica que no incluya publicidad de los mismos. La Poetry Summer School del Seamus Heaney Centre funciona en la Queen’s University de Belfast bajo el nombre del Nobel que fue alumno de esa universidad. Alessandro Baricco fundó en 1994 en Turín la Scuola Holden.

Imagen del 'Podcast' de la escuela de poesía de The Seamus Heaney Centre

Imagen del 'Podcast' de la escuela de poesía de The Seamus Heaney Centre

En España Fuentetaja tiene talleres desde 1985. Empezó en la librería del mismo nombre hasta crecer y expandirse a varias ciudades, incluyendo la enseñanza no  presencial. La Escuela de Escritores comenzó su andadura en 2003, siguiendo la estela de la Escola d’Escriptura del Ateneo Barcelonés, un lustro anterior. También se realizan en sedes del Instituto Cervantes o en centros como Hotel Kakfa en Madrid. Están asimismo Talleres Islados, que ofrece retiros y encuentros intensivos con autores en Menorca y Mallorca. Saltando de nuevo el charco (la parte del charco que habla nuestro idioma), cabe mencionar la Casa de Letras en Buenos Aires o, al Norte, en México, la Universidad del Claustro de Sor Juana, la Casa López Velarde, o el Centro de Creación Literaria Javier Villaurrutia. En fin, como se ve, en todas partes cuecen, si no habas, palabras.

Aunque lo más abundante son los talleres, que se pueden impartir en academias, bibliotecas, librerías, cárceles y hasta residencias de mayores, también en España hay másters universitarios de escritura creativa. Se pueden tomar muchas lecciones de los maestros en sus obras, sus conferencias (no pocas disponibles en la red) o en entrevistas como las de The Paris Review, que en sus secciones The Art of Fiction, o The Art of Poetry tiene un importante corpus. En una entrevista de 1985 no recopilada en los dos volúmenes traducidos en Acantilado, John Barth afirmó preferir el término coaching. Llegado cierto nivel –decía– un escritor lo necesita, pero la justificación de los talleres la basaba en su propia experiencia universitaria: “Las musas no hacen distinciones entre estudiantes y posgraduados”. 

Juan Bonilla y José Manuel Bonet, en el Hotel de las Letras de Madrid / RICARDO MARTÍN

Juan Bonilla y José Manuel Bonet, en el Hotel de las Letras de Madrid / RICARDO MARTÍN

¿Qué piensan de los talleres quienes los imparten? Letra Global ha hablado con algunos de los más destacados profesores. Juan Bonilla, último Premio Nacional de Narrativa, llama “clientes” a sus alumnos y prefiere que vengan “con el cuento ya escrito” y trabajar sobre él, editándolo. Ahí sí ve la utilidad: en ese coaching a lo Barth. De todos los talleres de escritura que tienen como propósito enseñar declara que, aunque pueden ser útiles, “también pueden viciar con un cúmulo de reglas en un mundo donde la regla primordial es que no hay reglas, produciendo así un cúmulo de piezas correctas que se conforman con eso, lo que evidentemente no me interesa lo más mínimo”. 

Resalta Bonilla, además, la importancia de las lecturas. “Descubrir qué libros pueden ayudar al cliente es una de mis tareas”. De la misma idea es Jordi Doce, que imparte talleres de poesía: “Siempre me he preocupado de ampliar el abanico de lecturas de mis alumnos, de ponerles en contacto con autores y poetas diversos, para que puedan profundizar en sus obras si así lo desean”. Pura sensatez, avalada por el poeta Jesús Aguado y la narradora Sara Mesa. “No se puede enseñar a escribir. Pero se puede enseñar a leer. Sin lo segundo lo primero no es posible”, comenta el primero. “Analizando textos, viendo cómo están construidos, cómo han resuelto otros autores sus dificultades, puede aprenderse mucho”, observa ella, quien matiza que uno no puede limitarse a reproducir las técnicas que otros usaron. “Hay que llevarlas al terreno propio, indagar en el propio estilo, para lo cual, como mucho, el tallerista puede servir de guía y de estímulo, poco más”, anota. 

Ana Merino justo antes de la entrevista con Letra Global / LENA PRIETO

La escritora Ana Merino, directora del máster en español de Iowa University / LENA PRIETO

Para Ana Merino, Premio Nadal 2020 y directora del máster en español de Iowa, “los talleres son los espacios ideales para que un escritor pueda asentarse y madurar en menos tiempo que si tuviera que ser autodidacta en una biblioteca. Escribir es también dialogar con otros escritores y compartir dudas y disfrutar del proceso creador”. Eloy Tizón, novelista y uno de los mejores cuentistas de España, abunda en las ventajas que tienen sobre el autodidactismo: “Incluso los escritores autodidactas han tenido que instruirse de un modo u otro: leyendo en su casa, compartiendo información con amigos o intercambiando sus textos con otros escritores. Eso mismo es lo que hace un taller, con algo más de sistematización y guía”.

Doce piensa que “escribir es una tarea vocacional y exige dosis complementarias (cada cual las dosifica como puede) de talento, esfuerzo, disciplina, sabiduría vital y fe. La vocación no se enseña, se tiene o no se tiene”. Y puntualiza: “No sé si se puede enseñar a escribir. Pero sí se puede enseñar a crear y propiciar las condiciones de la escritura”. Reconoce que cada alumno tiene su propio ámbito. Hay que “respetar su estilo, su mundo y su sensibilidad particulares siempre y cuando estén configurados de manera suficiente. Cada (posible) escritor es un mundo y hay que hacerlo crecer sin abrumarlo ni frustrarlo antes de tiempo”. Además, no quiere dejar pasar por alto “el asunto de la escucha y la convivencia”, entre los participantes, que a veces son personas que llevan su vocación de manera oculta y la compañía de otros con su mismo interés les libera. Y agrega: “No hablemos ya de la experiencia de leer sus textos en voz alta, en una clase, y de someter su trabajo a la revisión y la crítica de los demás. Sólo con esa exposición cualquier alumno da pasos de gigante”.

El arte de escribir

Tizón llama la atención sobre el hecho de que “todavía seguimos teniendo una imagen idealizada y romántica del escritor visitado por las musas. Sin embargo, como la música o la danza, hay una parte no desdeñable de la escritura que es técnica, y que se puede analizar, compartir con los demás y, por supuesto, enseñar”. Cabría preguntarse si hay una inflación de talleres, a menudo a cargo de personas que no han acreditado excelencia. “La inflación comienza en el mundo editorial mismo,” señala Doce, “en el exceso de publicaciones que atestan las librerías, y que es un rasgo característico de nuestro ecosistema literario. Hay un verdadero torrente de letra impresa, pero peor sería lo contrario”.

Destaca también que “hay buenos escritores que son pésimos docentes, y profesores muy apreciados por sus alumnos con una obra más bien modesta. En esto, como en tantos otros campos, no hay reglas prestablecidas”. Humildemente, Mesa reconoce que puede haber mejores profesores de talleres, aunque no hayan publicado, que ella (que los imparte esporádicamente).Para Aguado no hay demasiados: “Bienvenidos todos los que quieran trabajar con las palabras. Y que cada cual escoja libremente a sus guías”. De parecida opinión es Merino, que indica los muchos que hay para diversos colectivos, como por ejemplo niños, con los que ella se siente especialmente implicada. “Talleres reglados para escritores profesionales realmente no hay tantos”, agrega. 

Cartel de promoción de un taller literario en Granada

Cartel de promoción de un taller literario en Granada

Muchos escritores han hallado en los talleres y su enseñanza un medio complementario de subsistencia. ¿Qué reciben, además de una retribución económica? Para Doce, “aunque el tema de los ingresos no es cuestión menor, ni mucho menos, yo creo que al escritor en activo los talleres le vienen bien para estar en contacto directo con las nuevas generaciones de lectores, de gente aficionada a la literatura, y así también renovar su vocación, su entusiasmo, y mantenerse en buena forma”. Estar alerta, en suma. A Mesa le proporciona “anécdotas a raudales y un amplio campo de estudio de la naturaleza humana y sus dinámicas grupales. Ten en cuenta que no es difícil encontrar ahí un buen montón de egos”.

Según Aguado, aporta “aprender de la mirada de los demás. Perder inercias y prejuicios”. Merino es “muy partidaria del taller como espacio social de creatividad y estímulo. Se pueden generar todo tipo de talleres y siempre serán aportaciones que refuercen a una comunidad”. Sobre su bagaje, explica: “El MFA de Iowa ha sido un proyecto reglado universitario y lo desarrollé pensando en el perfil del escritor profesional, pero nunca he perdido de vista el valor y la importancia del tallerismo comunitario y de que los escritores se comprometan con su presente y aporten su ilusión y la compartan para potenciar sociedades empáticas y amantes de la literatura”. Mesa se declara muy fan de Mario Levrero, que durante muchos años impartió talleres literarios.

“Es curioso, porque él defendía una escritura desde lo íntimo, pensaba que encontrar el estilo propio es un trabajo personal en el que nadie ajeno puede darte pautas. Al parecer, lo que él hacía en los talleres era estimular la expresión personal, hacer perder a sus alumnos el miedo al error y la búsqueda de la perfección. Huía de los talleres monolíticos donde se impone una única voz como válida (normalmente la del profesor)”. La autora de Un amor piensa como él: “Hay que tener mucho cuidado con las normas inamovibles. Siempre que he dado un taller comienzo dejando claro que hablo desde mi subjetividad. Los principios estéticos no son universales y las normas están para subvertirlas”. 

Mario Levrero

Tizón (1964) reflexiona sobre cómo ha cambiado la tendencia: “En mi generación no era frecuente, pero entre las promociones más jóvenes, es raro el autor o autora que no ha pasado por algún taller de escritura. No hay nada deshonroso en ello; al contrario”. Todos los consultados reconocen que el panorama ha cambiado drásticamente durante el último año como consecuencia de la pandemia. Casi todos los talleres son ahora virtuales y si ello amplía el radio de acción, pudiendo tener talleristas de otros países, como es el caso de Doce, existe la “enorme desventaja de que se pierde el carácter de tertulia de la clase y la dimensión física, corporal, de la docencia misma”. 

Entre los asistentes hay procedencias e intereses muy distintos, pero en los últimos años se aprecia un incremento del número de prejubilados que al disponer de un tiempo de ocio que antes no tenían y encauzan su creatividad hacia la palabra. Quizá haya una carencia de oferta (o una falta de becas, porque a esa edad no sobra el dinero) para los más jóvenes. Los precios de los cursos oscilan dependiendo del número de horas impartidas. En el extremo de la tabla están los 1.100 euros del curso de narrativa de la Escola d'Escriptura del Ateneu Barcelonès (90 h.) y los 250 euros (12 h.) del de novela del Hotel Kafka. En medio se hallan los 430 euros (30 h.) por iniciación a la poesía en la Escola y, muy por encima, pero justificado en el número de sesiones y en el tiempo estimado dedicado a las lecturas y ejercicios, los 3.500 euros (180 horas) Máster en Escritura Creativa del Hotel Kafka. Fuentetaja se mueve entre los 135 y los 80 euros mensuales (con sesiones semanales de dos horas), más una matrícula de 35 o 30 euros según los casos.

Por eso es muy loable la labor de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, en Córdoba (que además de la escritura acoge otras disciplinas artísticas), donde los poetas y novelistas en agraz residen un curso escolar y reciben clases magistrales de autores. En Andalucía funciona desde hace algunos años la Escuela de Verano para Noveles, chicos y chicas de entre 12 y 20 años. Todos, lo sepan o no, aspiran a hacer aquello a lo que instaba Pound: Make it new (Hazlo nuevo).