Las confesiones íntimas de Elena Fortún
La editorial Renacimiento publica las epístolas entre la escritora, autora de la saga de 'Celia', y la pedagoga argentina Inés Field, con la que mantuvo una relación sentimental
5 marzo, 2021 00:10Celia es una niña rara y lista. Encarnación/Elena fue una adulta rara y muy inteligente. Ambas ponían en duda la ortodoxia, ser o no una niña buena y ejemplar, ser una mujer creyente, culta y dueña de su vida. Ambas fueron castigadas, cada una a su manera, por aspirar a ejercer como mujeres modernas, por haber nacido tal vez demasiado pronto. Elena Fortún demostró su brillantez en su Celia institutriz (que es la metáfora del fin de la Mujer Moderna y un estupendo libro de viaje) y en Oscuro Sendero, la novela autobiográfica donde protagonista y autora, de alguna manera, salen del armario. Un armario lleno de sueños y emociones.
Celia (y las peripecias de sus hermanos) crece y con ella nace la mujer adulta que asiste a la Guerra Civil (Celia en la revolución), vive el exilio y una boda (Celia se casa) que la devuelve al redil del modelo tradicional de mujer que de ella se esperaba. La niña buena. La perfecta casada. Encarnación y Elena mantienen una dura pugna interior. La mujer que había nacido a finales del siglo XIX y que es presentada en sociedad con todos los perejiles de la época, y la mujer curiosa, intelectual, emancipada, que escribe y tiene éxito.
La tensión entre ambos perfiles estalla precisamente dentro de su círculo más íntimo, al ser negada por su marido y por su hijo, resignado el primero al hecho de que la profesión de su mujer les daba de comer, y ofendido el segundo al no cumplir su madre con el papel que le reclamaba. Dos personalidades bipolares, brillantes, autodestructivas y determinantes en la lucha interior de una escritora que encontró fuera de casa, sobre todo con sus amigas, el consuelo y el apoyo que la ayudó a sobrevivir.
La agresividad y el rechazo que Elena Fortún sufrió de los dos hombres de su vida explican el refugio afectivo que buscó entre las mujeres, más allá de posibles inclinaciones homosexuales y, sin duda, por encima de cualquier pulsión sexual. Entre las amigas queridas encontró el amor leal, compasivo y sanador. Las mujeres fueron sus interlocutoras. La cuidan, la entienden, la asisten en los peores momentos y comparten con ella su alegría y su dolor.
El epistolario que publica la editorial Renacimiento entre Encarnación Aragoneses, el verdadero nombre de Fortún, y su amiga Inés Field en dos tomos –Sabes quien y Mujer doliente– trasciende el interés de la literatura de correspondencia para convertirse en la radiografía íntima de una mujer que se representa a sí misma y a toda una generación que luchó por la emancipación y pagó un precio por hacerlo. Mujeres complejas y nada estereotípicas, creyentes pero con curiosidad científica, conservadoras en cuanto a algunas normas y estilos de convivencia, pero rabiosamente libres a la hora de tomar decisiones, emprender aventuras y hacer su vida. Más allá del valor de las cartas privadas de alguien como Fortún (que nunca ha dejado de ser leída, generación tras generación, aunque sea solamente en su producción dirigida, aparentemente, a los niños) estas cartas están escritas con brío narrativo y tanta emoción que su lectura resulta tan satisfactoria como una novela clásica, entendida como tal la de los siglos XIX y principios del XX. El trabajo de Nuria Capdevila, que ha rescatado textos de archivos y periódicos, destaca por haber acudido a personas del entorno de sus protagonistas. Su testimonio es brillante, iluminador y contextualiza las circunstancias que rodean a la relación privada entre ambas mujeres.
Capdevila mantiene lazos, que podrían llamarse de amistad, con descendientes directos de Fortún y de Field –hijos, sobrinos, nietos– y aporta no sólo una primorosa edición, sino la memoria directa de quienes convivieron con ellas. La historia de la recuperación de esta correspondencia tiene su enjundia: Field se la entregó a la profesora gaditana Marisol Dorao (fallecida en 2018 de Alzheimer), aunque parte de los archivos de Fortún fueron donados a la Real Academia Española por el cineasta José Luis Borau. Que uno de los directores de cine más brillantes de la Transición española se hiciera con el legado de Fortún dice mucho de quien recuperó su figura literaria en una de las series de televisión de mayor éxito en España. Hay pues un ingente trabajo detrás de esta edición que su responsable, lejos de apabullar al lector, va mostrando en cartas y notas a pie de página que resultan tan atractivas y ágiles como los textos propiamente dichos.
El epistolario recoge la correspondencia entre Encarnación (“Tu Encarnación”, firma siempre con emotivas fórmulas de despedida: “besos, cariños, te quiero”) entre el 14 de diciembre de 1948 y el 25 de ese mismo mes de 1951. La escritora moriría unos meses después en Madrid de un cáncer de pulmón, al que no se hace referencia en ninguna de sus cartas, aunque estén escritas desde la enfermedad, la última desde el sanatorio de Centelles en Barcelona, donde fue ingresada varias veces. Además de esta correspondencia, una sobrina de Field descubrió, a su muerte, un papel escrito a mano y sin firmar, fechado en abril de 1952, que es una breve despedida de la escritora a su amiga: “Cuídate bien Inés, ya no tenemos más salud que la que podemos conservar”.
La primera misiva está escrita desde Madrid, donde Encarnación recibe la noticia del suicidio de su esposo, al que había dejado en Buenos Aires mientras resolvía asuntos del patrimonio común y gestionaba los pagos por parte de su editorial, Aguilar. Hay una difusa intención de volver a España tras el exilio, aunque ninguno de los dos ha tomado todavía una decisión en firme. Encarnación escribe a su íntima amiga desde un estado de shock evidente y con un exacerbado sentimiento de culpa, obsesionada con ocultarle a su hijo la verdad sobre la muerte de su progenitor. La escritora presenta ya síntomas de una enfermedad no diagnosticada, que le provoca grandes molestias estomacales y respiratorias, fruto de una probable somatización de la angustia.
Eusebio de Gorbea, primo segundo de Encarnación, era militar y escritor teatral, y nunca llevó demasiado bien el éxito literario de su mujer, con la que se había casado cuando ella era una jovencita que lo admiraba. Tanto Inés Field como otras amigas de la pareja, sobre todo la médica Fernanda Monasterio (parte de ese grupo y en relaciones íntimas, según Capdevila, con Rosa Chacel), hablan sin paños calientes del posible carácter bipolar de Eusebio y de su hijo Luis: narcisismo, personalidad represiva, rasgos obsesivos y tendencia a una ira que tenían su diana en la esposa y en la madre.
Luis había sido el hijo mayor, nacido un año después su hermano Manuel, que moriría de encefalitis. Esa tragedia debió marcar a toda la familia, ya que, como recuerda su amiga y vecina Carolina Regidor (otra de las mujeres que no abandonarían nunca a Fortún), cuando a los diez años muere Bolín, se mantuvo su habitación tal cual, por si podían comunicarse con su espíritu. El espiritismo formó parte de la curiosidad de esa generación femenina de principios del siglo XX. La escritora, creyente practicante, no dudó en apuntarse a cursos iniciáticos cuando llega a Barcelona, tal como le cuenta a Inés, de la misma manera que en sus cartas aparecen referencias permanentes a Dios, a la fe y muestran una espiritualidad compartida a su manera. Fallecida Encarnación, su hijo se quitaría también la vida; su viuda, Ana María Hug, le sobreviviría muchos años.
Ambos, el hijo y su mujer, son objeto de estas cartas, las que escribe Encarnación desde Orange, en casa de su hijo, tras volver de Madrid a Argentina (allí se encontrará con Inés y será, aunque ninguna lo sepa, la última vez que se vean) y desde Buenos Aires, urgida por Luis, que la reclama a su lado, a Estados Unidos. Encarnación escribe desde lo que describe como un secuestro, confinada en una casa de la que apenas la dejan salir, sin cuarto propio, sin espacio y en medio del interés por su otro yo, por Elena Fortún, cuando no explícito desprecio. La nuera, fiel al marido, se muestra adusta y arisca hasta que la escritora anuncia su intención de volver a España –con pretextos varios, como si una niña pidiendo permiso–, lo que pareció aliviar a Ana. Su suegra la describe como una compañera amantísima, solícita, sumisa incluso, adaptada a una vida aislada y vacía para Encarnación, que siente ese tiempo como habitado una jaula.
De Estados Unidos vuelve a España y, en lugar de Madrid, donde seguía conservando algún patrimonio y su casita en Chamartín, elige Barcelona, como le cuenta a su amiga y una habitación en casa de unas señoras que tenían huéspedes. Huye de una ciudad que, siendo la suya, le duele, la asfixia; también de unas amistades que la sofocan y la aturden. Son los últimos años de una escritora que, siendo muy sociable, prefiere focalizar sus afectos y opta por la intimidad y la introspección. En estos años escribirá también desde un pueblo de Segovia donde se refugiaba a descansar, desde Barcelona o desde el sanatorio Puig de Olena, donde es ingresada con un ya muy deteriorado estado de salud.
Pero ¿quién es Inés? A Elena Fortún nunca le faltaron amigas: Matilde Ras, Rosa Chacel, Fernanda Monasterio o una jovencísima Carmen Laforet, a la que escribirá también cartas y le aconsejará que abandone a su marido. Cuando conoce a Inés Field, a su llegada a Buenos Aires desde Francia, la primera parada de su exilio, parece encontrar a su alma gemela. Field había nacido en 1897 en La Plata, hija de un ingeniero británico y de una mujer ilustrada que había nacido en Pamplona.
De los diez hijos del matrimonio, Inés será la primera y mantendrá la vinculación de su madre con la pedagogía: la famosa escuela Mary O’Graham, llegando a ser una experta en la materia. Durante muchos años fue vicedirectora de la Escuela Normal de Buenos Aires (así se llamaban antes a las facultades de pedagogía) y una reconocida feminista. Compartía con Encarnación una religiosidad abierta, poco dogmática, pero profunda. Aunque solo conozcamos una parte de esta larga conversación entre las dos mujeres, Fortún contesta escrupulosamente a cada pregunta, aclara ideas, sigue los temas que su amiga le sugiere. Y hablan de lo sentido y de lo vivido por insignificante que parezcan las pequeñas anécdotas de cada día, los trasiegos con su editorial Aguilar, los apuros económicos cuando no le llegaba a tiempo el dinero que esperaba.
El dinero, los gastos, el precio de las cosas, son una constante en el relato de la escritora. Siempre fue la sustentadora de su familia y supo ganarse la vida. En Buenos Aires, gracias a Victorina Durán, que había sido escenógrafa con Margarita Xirgú, pudo colaborar con diarios de prestigio como El Sol, Crítica o La Prensa, escribiendo cuentos y artículos. Gracias a Norah, hermana de Borges, con quien había coincidido en el liceo francés, consigue empleo en la Biblioteca Nacional. Y mientras publica libros que son continuación de Celia, a la manera de una saga literaria, con Patita, Mila o Cuchifritín. Va tornando su literatura infantil en juvenil, con el mismo éxito siempre.
A su vuelta a España está diariamente pendiente de los ingresos y en continuo contacto con su editorial, que nunca la desasistió. Pide insistentemente a su amiga que le envíe libros, añorando la riqueza editorial de Argentina en comparación con lo poco y falto de interés que encuentra en las librerías de España. Es el día de Navidad cuando escribe su última carta. Está dolorida, sufre: “reza por mí, dile (a Dios) que me lleve pronto”. Unos meses después, cuando es internada en Madrid en una clínica psiquiátrica para recibir cuidados paliativos, ya no podrá escribir. Apenas unas líneas. Por fortuna, aunque Encarnación le pidió a Inés que destruyera todo, incluidas las novelas que mantenía ocultas, la argentina no lo hizo. Pudo más el respeto y la estimación a la obra de Elena Fortún que el ruego de Encarnación Aragoneses, la amada amiga, “tu Encarnación”.